Con el alma expuesta: cuando leer se convierte en arte

Mariela Cerviño Bártoli
Existen lecturas que van más allá de lo que perciben nuestros ojos, que atraviesan el velo de los sentidos y logran entrar en nuestra esencia.
Uno abre un libro y el aire se transforma: el tiempo se arrastra, la respiración se ajusta a otro compás, las paredes retroceden para permitirle pasar a una luz más reposada.
Leemos como miramos un cuadro. Nos detenemos ante las palabras al igual que lo hacemos ante una pincelada: en busca de una textura, un sentimiento latente, una rendija por donde asome lo no dicho. Leer es mucho más que comprender, es oler, respirar y sentir otra vida.
No basta con conocer una historia, hay que vivirla.
En cada página palpita un ritmo visual, un juego de ritmo y silencio. La prosa, bien mirada, es una arquitectura: un blanco que respira, un punto que sostiene una emoción, un adjetivo que colorea la historia. El lector —espectador invisible— se adentra en la obra y la completa.
La mayor recompensa de un autor, no son las regalías de su obra sino lo que logró despertar a través de su historia. Es la conexión de dos almas en un solo sentir. Tal vez por eso, cuando un libro nos llega, no sabemos decir por qué.
No es sólo la historia, ni la belleza del lenguaje, ni la inteligencia del autor: es la impresión de haber vivido algo especial, aunque no podamos decir qué. Como cuando una canción nos sacude sin saber en qué nota se inició el temblor.
Algunos leen para aprender, para entretenerse, para comprender; otros, para recordar que todavía sienten.
Leer, en tiempos de ruido, es resistir. Es suspender el desfile incesante de imágenes y palabras huecas para escuchar una voz: la del texto, la del autor, ¿la nuestra?
Esa pausa es ya un arte.
Cada libro es una pequeña exposición invisible: una galería de paisajes interiores donde los personajes, las palabras y las emociones son cuadros que observan desde dentro.
Algunos huelen a madera vieja, otros a tinta fresca o a tardes lluviosas. Hay páginas que suenan a pisadas sobre grava y otras que abren ventanas. La literatura, vivida de este modo, se contempla, se toca, se respira.
Leer también es saber recordar que no todo ha de ser útil.
Leer es como el arte, está ahí porque sí, porque necesitamos belleza como necesitamos aire.
Porque entre tanta velocidad, un libro nos reeduca en el arte de demorarnos.
Cada palabra es un silencio que el lector llena de voz.
Al final, leemos para ver el mundo con otros ojos.
Cada relato es un espejo quebrado en el que reconocemos partes de nosotros mismos o de lo que podríamos llegar a ser.
La lectura nos cambia en secreto, sin hacer ruido: algo se ajusta, algo se revela, algo se transforma.
Quizá leer sea mirar lo invisible.
Hallar en una oración la misma armonía que en una pintura.
Y al cerrarlo, llevarnos un poco de esa belleza impregnada en las manos.

Mariela Cerviño Bártoli
Escritora de fantasía oscura y analista literaria
marielacervino.com
Texto libre Trabalibros

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