Un instante de luz
Matilde Bello Orozco
A la orilla del cielo, donde habita la inocencia que fuimos, teje su historia mi presente en una madeja que se revuelve mientras deshace los nudos de sus hilos. Un instante madrugador merodea en mi conciencia, y se apodera de esa lucidez de extraña efervescencia que puentea las sombras sobre las que hace equilibrio.
Abrigo todo el tiempo del mundo en las manos: un segundo; una voz sobornando a la suerte que desaloja decadencias silentes de su apoltronado retiro. Un rumor abrazado al fogonazo de ese instante encubierto en su sigilo, que late a pleno pulmón y deja encendida su lumbre incluso cuando olvidamos para qué vino.
Patina veloz desde un edén privado en el subconsciente hasta otro remoto en el exilio: la intuición, y vende la semilla de su alquimia al mejor postor, a quien negocie bien las cartas con su instinto. Un soplo de luz indefinible y perturbador que arrolla tímidamente los cinco sentidos, y revela su efímera trascendencia con la sutileza de la mañana en su desacato a la noche, suplantada sin litigio.
Acecha sin delatarse y se da a la fuga de puntillas como un espejismo: el presentimiento, y cuando manifiesta su voluntad nunca sabes si es verdad, si será, o si ya ha sido. Una corazonada avezada en el arte de vestir la realidad con certezas de precipicio, de enamorarnos con esa fugaz convicción, pletórica de acento y con tendencia al suicidio.
Hermana de la sabiduría le fascina la comprensión más allá de cualquier principio: la percepción; su mirada florece en la reflexión y entra en éxtasis cuando destapa, de los misterios, sus entresijos. Se mueve libremente entre la contemplación y la experiencia de su oficio, como un ave desde lo alto observa el paisaje haciendo de la paciencia su principal ejercicio.
Sin tiempo para entretenerse, a merced de una corazonada que capte mi intuición, llega anárquica, como siempre, la inspiración, recostada en las veleidades de su arbitrio. A veces villana, aparece sin avisar, despliega sus armas con impúdico exhibicionismo; otras, novicia, nos mira desde un altar, y camufla en su impostada inocencia el secreto de su prodigio. Un instante de luz, de plenitud sensorial, que nunca sé interpretar si es tramposa bendición, o bendito maleficio.
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