Demencia controlada

Juji Mogar
Oigo los ronquidos desde aquí. Y no me molestan, aunque yo no pueda pegar ojo a las 22 h. Al contrario, me dan un no sé qué de armonía. Incluso las palabras que se cuelan entre los estertores y a las cuales no hay forma de desenmarañar, me crean un suspense emocionante y me distraen.
El estropajo que acabo de estrenar, no parece que cumpla muy bien su función, pero tiene un color tan bonito, que dan ganas de ponértelo en la cabeza a modo de adorno.
Los correos por abrir siguen esperando un clic, pero no quiero precipitarme, porque cada uno de ellos es una posibilidad de muchas buenas noticias, y tengo que dosificarlas.
Las posibilidades de cocinar un pollo, son tan infinitas, que creo haberme convertido en una chef increíblemente famosa en mis cuatro paredes, y no lloro de hastío sino de alegría, una y otra vez, una y otra vez.
A la bata de estar por casa le he colgado unas cintas preciosas y con la tapa más roñosa y una cuchara de palo, acompaño el "clavelitos" con unos saltos y un fervor, que cualquier Tuno, incluso el más insensible, acabaría rendido ante mi arte.
He tenido que salir (siempre en mis 4 km., al derredor) a por pan y cuatro cosas básicas (para cocinar el pollo, se entiende) y me he pintado los labios y las uñas de rojo carmesí. No importa que lleve guantes y máscara. Lo importante es la intención.
Estoy bien, estoy bien, llevo mi confinamiento perimetral y el toque de queda en mi pequeñísimo pueblo, sin cine, teatro, bar, "boutique" de moda, centro social, o avenida (¡ja!) sin un tractor que agobie, equilibrada y lúcidamente… me siento muy orgullosa de mi sanísima salud (mental).
Texto libre Trabalibros

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