El vuelo

Enrique Cremades
Observaba a las golondrinas desde la ventana de mi habitación. Rotaban en el aire emparejadas, a veces en hileras y no siempre definían un círculo en su trayectoria. Avanzaban en diagonal, subían y bajaban a una velocidad vertiginosa y se bifurcaban en el aire dirigidas por una de ellas. Un ejército disciplinado, calculaban al milímetro el sendero de su destino que en breve las abocaría a otro espacio, en busca de un clima más benigno, alejado de la calima.
Me uniría a su grupo, pensé mientras una se posaba en el balcón de la ventana, mirándome fijamente, como si hubiera detectado el pensamiento. Pero cuando me acerqué a su posición retomó el vuelo para unirse a las demás. Comenzaron a rodear el edificio de siete plantas, como si estuvieran planificando un nuevo trayecto. Tal vez hacia la costa o hacia alguna montaña, alejadas de la ciudad. No acertaba a comprender el modo en que pudiera unirme a su grupo, excepto a través de algún sueño que lo permitiera. Me recosté sobre la cama tratando de alcanzarlo lo antes posible. Una dosis doble de somníferos me introduciría con rapidez en ese espacio reservado para el delirio controlado, donde la imaginación se fusionaría con el subconsciente y casi todo podría ser posible en otro plano de la realidad.
En efecto allí me encontraba, surcando el aire para ensayar entre las nubes los vuelos en diagonal que practicábamos con una destreza digna de mención. Alcancé el balcón de mi habitación y me posé sobre una de sus esquinas para divisar cómo dormía sobre la cama. Era una sensación complicada de definir, y siendo consciente de que era un sueño, me había introducido en el espíritu de esa golondrina que antes me había observado. Podía reconocer con precisión los rasgos de mis facciones, durmiendo plácidamente, aunque dudaba si mi consciencia se habría desdoblado en un viaje astral, o aquella secuencia formaba parte de un sueño dirigido como si fuera un narrador oculto en la sombra. Ambas opciones formaban parte de una realidad paralela y su origen era indiferente en ese instante. El objetivo era retomar el vuelo y dirigirme con las otras golondrinas hacia algún litoral marítimo para evadirme de las garras de la ciudad.
Mediante una elipsis certera, nos encontrábamos ya al borde del Océano, pero no tenía aspecto de ave sino de un humano que retozaba sobre sobre la arena de una playa rodeada de un acantilado. Las golondrinas me habían transportado allí, sobre ese amanecer que auguraba el nuevo día. Ignoraba si habría despertado del sueño, pero al levantarme sobre la arena, comprobé que los brazos se habían convertido en alas de un tamaño descomunal. Me había transformado en un híbrido, mitad ave, mitad humano, una especie desconocida hasta la fecha, si se excluía la vertiente mitológica.
Inicié el vuelo dirección al acantilado y me posé sobre su cima para divisar desde la distancia el espectáculo de un mar embravecido, donde las golondrinas lo sobrevolaban en círculos concéntricos.
Texto libre Trabalibros

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