Protervia

Raúl Sergio Díaz Arceo
Érase una vez un pequeño mundo donde predominaba la avaricia, sus habitantes se olvidaron de cuidar la naturaleza y a sus semejantes. Llegó un momento donde valían más las posesiones materiales que la vida, solo trabajar y ganar dinero era la prioridad. Así fueron pasando los años y las nuevas generaciones aprendieron de los viejos a ser cada vez más avariciosos y descuidados, se sentían omnipresentes y superiores a cualquier especie, dañando cualquier cosa viva que no fuera como ellos. Aprendieron a mentir tanto que dejaron de confiar los unos de los otros, ya no existían códigos de ningún tipo, la palabra solo servía para la farsa y la persuasión. Se crearon sociedades enfermas de poder donde solo importaba tener más y más cosas, dinero, casas enormes que no alcanzaban a ocupar, objetos excesivamente costosos, que solo podían tener unos cuantos. Compraban armas para guerras que nunca iniciaban.
Inventaron religiones basadas en el miedo para controlar a los menos poderosos, usando la palabra para engañar, sacar dinero y abusar de niños y mujeres.
Un mundo cada vez más corrompido que se volvió vorágine de maldad. Todos tratando de sobrevivir, unos engañando con una doble moral robando a los demás, otros vendiendo sustancias que alteraban la realidad para olvidar un poco esa escoria, comerciaban vendiendo y matándose entre si, pero la prioridad siempre el dinero y el poder, cada quien desde su trinchera.
Algunas personas, las que no lograban tener el codiciado objeto de deseo, conocían superficialmente la estimación de la naturaleza y la vida, otros optaban por el camino de la protervia, robaban y mataban, dañaban a quien fuera necesario para obtener su parte del botín.
No todo era malicia, había algunos que trataban de hacer las cosas bien, realizaban su profesión tratando de no perjudicar a nadie, pero se veían afectados por los mas ambiciosos que los atacaban, los robaban o los oprimían, pero de igual manera ellos no confiaban en los demás.
Un día llegó una plaga provocando que las personas se enfermaran y murieran. Los más viejos fueron muriendo primero. Muchos intentaron avisar lo que ocurría, pero nadie creía en los demás. En todo el pequeño mundo fallecieron miles, después millones. Intentaron controlarlo encerrándose en sus casas porque la plaga estaba en el aire y se transmitía al hablar los unos con los otros, ya no importaba si era mentira o verdad lo que dijeran. Tampoco importaba la opulencia que poseyeras, si te enfermabas de plaga morías y te incineraban sin que nadie te pudiera volver a ver jamás, para no contagiar a los demás. El dinero y el poder fueron perdiendo trascendencia. Algunos poderosos trataron de utilizar la riqueza que habían juntado para desarrollar una cura para salvar su pellejo primordialmente y posteriormente la pretendían vender a un alto precio para lograr duplicar su fortuna.
Pero no fue posible, la naturaleza se deshacía de esa plaga que residía dañando todo a su paso, talando bosques, contaminando sus mares, lesionando o asesinando a las otras especies vivientes. Ya no soportaba esa dañina carga, esos habitantes enfermos de poder. Extrañamente la plaga solo mató a los humanos. Desaparecieron como los dinosaurios, solo quedaron animales, plantas, los perros y los gatos que también tenían sus conflictos afortunadamente no hablaban. El mundo se reinicio y comenzó a florecer, el agujero de la capa de ozono se cerro y el calentamiento global se normalizó. La tierra espera pacientemente por el crecimiento de nuevos habitantes que no cometan los mismos errores que los anteriores. Por lo pronto no tiene prisa el pequeño mundo, esta cicatrizando en paz.
Texto libre Trabalibros

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