Mi poema improbable
Elías F. Gómez
Yo quisiera llenar de libélulas mis versos,
de éteres, de absentas, de delicados tonos
pastel del alma
-que en primavera se van a llevar mucho-,
de estrellas cuyo nombre ya no aprenderé nunca;
introducir espléndidas esdrújulas,
ambiguos sentimientos
que no saben a qué carta quedarse,
enigmas, indecisiones malva y rosadas tristezas.
Pero soy carne de cemento, de metropolitano,
de bar con aserrín para los vómitos,
de ambulancias veloces estridentes,
de cuadrados de tierra donde antes hubo un árbol,
y sólo he visto los álamos de lejos
(si eran álamos),
y de lejos conozco las rosas y la hiedra.
Sin ironía lo digo, y con envidia:
apenas sé hablar más que de cosas
a ras de tierra,
y gracias.
Sé (me dicen que sé)
escribir imitando a Borges o Machado o Quevedo
(que no es poco)
y se me escapan, lo sé perfectamente,
otras numerosísimas tonalidades.
No descarto
que algún día (casualmente) por mi ventana entre
la Musa de un poema más ligero
que se alimente de leves arcoiris
y respire nenúfares flotantes
en estanques alfombrados de limo.
Pero es harto improbable:
porque todo quiere ser lo que es,
como dijo Aristóteles
(si hoy no me traiciona la memoria)
y yo soy carne de cemento, de cuadrados en la acera sin nada
donde antes hubo un árbol,
de metropolitano,
de bar con aserrín para los vómitos.
Mojo mi pluma en alquitrán y prisas,
en ruedas reventadas y amigos que se mueren de cáncer,
en urgentes teléfonos y papeles clonados de oficina.
Y admiro a quienes saben
mojar su pluma en lágrimas de hada
o unicornio.
Pero quiero ser yo, y ellos ser ellos,
o mucho me equivoco...
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