La chica de prácticas

Guillermo Arbona Rojas
Antes de tomar aquella difícil decisión, opté por entrar a una pequeña librería de segunda mano que tengo cerca de casa.
Siempre me anima ver libros seminuevos. No logro entender la razón, pero es así. Sospecho que una de las causas es porque nunca me voy a encontrar con novedades y mierdas por el estilo. Además, me encanta el olor a polvo que desprenden las páginas. Te puedes encontrar de todo en una librería de segunda mano. Y rara vez puedes sentirte defraudado.
Escruté todas las estanterías con cuidado. Al final elegí un par de libros. No conocía a las escritoras ni las había leído antes, pero me habían gustado la forma que tenían de contar las cosas, así que fui al mostrador a pagar. Me atendió una chica. Era nueva, joven y sana. Me fijé un poco en sus curvas y en su manera de andar.
- ¿Quiere una bolsa? - me preguntó.
Entonces me di cuenta de que aquella mujer había nacido hombre. La voz y la nuez sobre todo hacían evidente aquello.
- No, gracias- dije.
La chica se puso a teclear en el ordenador algo y a pasar los libros por un aparato que hacía un sonido parecido a cuando te pita el detector de metales en el aeropuerto. Mientras ella hacía todo eso yo me fijé más aún en todas sus partes del cuerpo. En su boca, en su pelo, en sus pestañas… Si no hubiese sido por la voz quizás no me hubiera percatado de aquello. Luego se inclinó un momento hacia abajo y dejó parte de su espalda al aire. Me fijé en las cicatrices que le recorrían la espina dorsal.
- Ahí tiene, que tenga un buen día.
- Igualmente- dije.
Salí a la calle y fui hasta casa. Después cené, pasé unas cuentas páginas de los libros, al final no llegaron a convencerme y los arrojé a la basura. Me duché y me fui a la cama.

Dejé pasar un par de días. Después volví a la librería. Estaba la misma chica del otro día. Saludé y me puse a ojear las estanterías. Ella estaba colocando algunos libros. Llevaba un vestido azul casi trasparente y sin que se diera cuenta me puse a mirarle las piernas. Eran unas bonitas piernas. De forma brusca ella se giró para colocar uno de los libros en los estantes de abajo y me pilló mirándole el culo. No dijo nada, siguió a lo suyo. Yo me sentí mal por ello y me vi en la obligación de comprar algo. Al final encontré un libro de Kafka en inglés. Yo no tenía ni puta idea de inglés, pero era eso o llevarme un libro de cocina o creación de piezas de barro.
Fui hasta el mostrador a pagar.
- ¿Solo uno? - preguntó.
- Sí, es en inglés y me va a costar leerlo- dije.
- ¿No sabes inglés? - me preguntó. Advertí que me tuteaba. Eso me hizo sentir menos tenso.
- No mucho-dije.
- Miré- me extendió un folleto-, formo parte de una asociación. Nos reunimos para hablar en inglés y aprender el idioma. Si quieres puedes venirte.
- Oh, bueno, no sé si tendré tiempo- dije.
- Como quiera- dijo. Y se puso a teclear en el ordenador.
Fui a fijarme en su espalda de nuevo cuando la puerta de la tienda se abrió con un golpe seco.
- Qué vergüenza…lo que nos faltaba.
Era un viejo. Un trozo de mierda seca apilada sobre un amasijo podrido de huesos. Nos miraba desde el otro de la tienda.
- ¿Hace viento afuera? - pregunté.
- Es un tío, chaval, ese tío es un tío- dijo el viejo señalando a la dependienta.
- Ah, bien.
- No te enteras, chaval. No es una mujer, es un tío con tetas.
- Para un momento el carro, viejo, ¿qué coño es eso de «chaval»?
- Tú estás enfermo, todos estáis enfermos, invertidos. Seguro que eres un maricón.
- Sí, soy maricón del culo- dije. Eso le hizo reír a la dependienta.
El viejo se dio la vuelta, y antes de marcharse dijo:
- Asco y vergüenza.
Y después, desapareció.
- ¿Qué le ocurre a ese gilipollas? - le pregunté a la dependienta.
- Suele venir dos o tres veces en semana para insultarme.
- ¿No sabe que existen centros para gente como él y cosas así?
- Se ve que no.
La chica me devolvió los libros con una falsa sonrisa y me dio las gracias. Antes de salir de la tienda dijo:
- Oye, gracias por defenderme.
Me di la vuelta.
- ¿Haces algo hoy? - le pregunté. De forma automática sentí cómo toda la sangre se me iba a la cabeza. Mis mejillas eran calderos a punto de estallar. Nunca había sido tan lanzado. Pero me encontraba muy solo.
La chica no dijo nada. Se mantuvo allí con los brazos caídos.
- Perdona, déjalo. No quería molestarte- dije.
- No, no me molesta. Estaba a punto de cerrar, es mi último día. Estoy en prácticas. Si te esperas 10 minutos podemos salir juntos.
- Bien.
Me quedé allí rondando por la librería un rato más. No era capaz de entender cómo había sido capaz de ofrecerle mi compañía. Yo era una persona extremadamente introvertida, no hablaba con nadie, no iba a las reuniones de vecinos, si se me colaban en la cola del supermercado no reclamaba. Los diez minutos pasaron lentos. Al final ella cogió su bolso y salimos.
Ya en la calle esperé a que echara la verja. Se metió las llaves en el bolsillo y me extendió la mano. Tenía unas manos muy pequeñas y suaves, como las mías.
- Eva- se presentó.
- Bosco- dije.
- ¿Bosco? ¿Como el artista?
- Sí - dije.
- Bueno, ¿qué te apetece hacer?
- ¿Te importa si pasamos por mi apartamento y dejo el libro? – pregunté.
- ¿No serás un psicópata o algo así no?
- Ya no sé ni lo que soy- dije.
Anduvimos hasta mi apartamento, justo en mi calle vimos a una pareja de guiris medio reventados. Era una chica y un chico. La chica me preguntó en un español chapurreado si podía darle fuego. Le entregué un mechero. Mientras encendía su pitillo me fijé en el chico. Estaba en un estado evidente de borrachera brutal. La chica me devolvió el mechero.
- ¿Estás bien? - le pregunté al chico.
No me contestó. La chica empezó a hablar en inglés. Yo miré a Eva de soslayo, estaba pendiente de las palabras. Eva me miró.
- Dice que han perdido sus maletas y que no tienen forma de volver a su país.
- Dile que vengan con nosotros. Tengo teléfono.
Eva habló con ellos. Entonces la chica se levantó y me besó en los labios. Sentí su lengua bien dentro de mi boca. Me aparté. Eva rio. El chico se levantó con serias dificultades y después me dio la mano.
- Bien, mierda. Vamos- dije.
Entramos los cuatro a mi apartamento. Esa semana yo había limpiado así que no hubo ninguna sorpresa. Les invité a que se sentaran y saqué unas cuantas botellas. Serví vino tinto y nos quedamos en silencio un rato. Al final, Eva habló:
- Esto es lo más surrealista que me ha pasado en mi vida- dijo.
- A mí también- dije.
Los guiris no dijeron nada. Seguían en su mundo, parecía que estuvieran viviendo dentro de su mente. A la chica se le levantaba el vestido y nos dejaba ver a todos sus bragas rosas. Yo llevaba mucho tiempo solo y me estaba poniendo a tono.
Liquidamos una botella. Entonces de repente la chica se levantó y empezó a quitarse la ropa. Ninguno de nosotros tres dijimos nada al respecto. Una vez que se quedó desnuda se abalanzó sobre el chico seminconsciente y empezó a acariciarle el pecho y a morderle los labios. El chico de pronto pareció volver en sí y comenzó a estrujarle las tetas a la chica. Sentía que debía de parar todo aquello, pero algo dentro de mí le gustaba verlo. A los pocos minutos empezaron a follar. Allí, delante de nosotros. A mí se me puso el glande como el de un caballo. Eva miraba con aprobación todo aquello. La guiri no paraba de recibir embestidas. El chico se giró hacia nosotros y dijo algo en inglés, miré a Eva.
- Dice que podemos unirnos- tradujo.
- Dile que paso- dije.
Eva se lo dijo. El guiri siguió a lo suyo. Meter y sacar, meter y sacar. Los gritos y gemidos de la chica me estaban volviendo loco. Me levanté y le agarré la cara a Eva.
- Vamos al cuarto- dije.
Se levantó y fuimos. Cerré la puerta y empezamos a besarnos. Su forma de mover la lengua me hacía cosquillas en la boca, no pude evitar reírme. Luego me lancé sobre la cama y empecé a quitarle el vestido. Me incorporé al ver las aquellas cicatrices en su espalda.
- ¿Cómo te hiciste eso? - pregunté.
- Es un larga historia- dijo sin parar de sobarme la entrepierna.
- En serio, ¿Qué pasó? - insistí.
Eva paró y se sentó al borde de la cama.
- Si te da asco no tienes por qué hacerlo- dijo
- No es eso- dije.
- Mi padre.
- ¿Qué?
- Mi padre fue quien me lo hizo- dijo.
- Le mataré.
Eva me agarró de la cara y se abalanzó sobre mí. Le hundí las uñas en su tierno culo. Notaba su paquete contra mi paquete, pero no me importaba. Me estaba poniendo demasiado cachondo.
- Es la primera vez que lo hago con un hombre- dijo.
Entonces paré. Me separé de ella y me senté en la cama.
- ¿Qué ocurre? - me preguntó.
- No te mereces esto. No tiene que ser así la primera vez- dije.
- No me importa. Me gustas mucho, quiero hacerlo contigo, quiero hacerlo ahora mismo.
La miré durante unos segundos. Y luego, me levanté, me vestí y le ayudé a vestirse. Fui al salón. Los guiris habían parado de joder. La chica estaba tendida sobre el chico, ambos desnudos y dormidos. Eva salió del cuarto y agarró su bolso.
- Eres un hijo de puta- dijo.
- Oye, ¿cuándo se celebran esas reuniones?
- Lo pone en el papel que te di, imbécil- dijo.
Y se marchó.
Yo me senté en uno de los sofás y me serví una copa de vino. Encendí un cigarrillo y esperé a que se despertaran los dos guiris. Me palpé los bolsillos de los pantalones y me di cuenta de que había perdido el folleto. Bueno, algún día volvería a encontrarme con Eva, o quizás no.
Le di una calada al cigarrillo y me puse a meditar sobre aquella difícil decisión que debía de tomar antes de entrar en la librería, pero no fui capaz de recordarla. Supuse que no sería nada importante.
Texto libre Trabalibros

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