Lo prometido es deuda, amiguitos, y como os prometí este cuento, ahí va.
Pues resulta que en el jardín de la Rosaleda, apareció un día una preciosa libélula toda vestida de azul, de lo más bonito que os podáis imaginar. La vieron una mañana de domingo cuando todos paseaban alrededor del estanque que hay en la rotonda donde se encuentran los rosales florecidos y el que más y el que menos, se quedó embobado observando las acrobacias que hacía la preciosa libélula. Ella presumía, haciéndose la tonta, dando volteretas por el aire, sin mirar a nadie aunque sabía que tenía un montón de admiradores hasta que, haciendo una gran y difícil pirueta, se quedó apoyada en el borde del estanque, descansando de tanto girar porque ya se encontraba algo mareada.
Todos aplaudieron cuando ella dejo de lucirse con sus vuelos pero se hizo la interesante y no contestó ni dio las gracias porque Bertita la libélula, era muy presumida y un poquejo envidiosilla y, por si acaso las había mejores que ella, había decidido no hablar con nadie para no llevarse un chasco. A la gente del jardín aquello no le gustó, porque le parecía de muy mala educación y sin hacerla caso, se dieron la vuelta y siguieron con sus paseos por la rotonda, mientras charlaban unos con otros de sus cosas y saludándose muy contentos de encontrarse, porque ya sabéis que todos eran muy amigos en aquella Rosaleda.
Como era primavera y el sol ya calentaba un poquito más que en invierno. Todas las mujeres cuando terminaban sus quehaceres, se reunían en los bancos situados alrededor del estanque y allí charlaban, merendaban, cuidaban a los pequeños y también jugaban a la Brisca que seguro ya sabéis es un juego de cartas muy divertido.
Pues una tarde, cuando ya los días eran largos y se estaba muy a gusto sentada en los bancos de la Rosaleda, se juntaron la modista conejita Doña Fuencisla, la ratita Catalina, la araña Malospelos, la cantante ardillita Doña Mimí, que siempre las sorprendía con unos cuantos gorgoritos, la ratona Matildita que no se perdía una merienda y alguna más de las que ahora no recuerdo su nombre y se pusieron a jugar a las cartas mientras se tomaban un agüita de cebada muy fresquita y unos cuantos buñuelos de manzana hechos por la ratona Matildita a la que se le daba muy bien eso de cocinar dulces. Pues en eso estaban todas muy contentas, mientras el saltamontes Triquiñuelas, el ratón Cuclillas, el conejo Don Adalberto, el alcalde Don Nicanor que era un gorrión de lo más solterón que uno se podía echar a la cara, el bibliotecario el oso hormigueo Don Kiskilloso, que sólo escuchaba lo que decían los demás y hasta el Doctor el perro chihuahua Don Curateya que había terminado una intervención muy complicada de dientes a un castor llegado del Canadá para que la operación le costara algo más barata aunque fuera más chapucilla, paseaban dando vueltas alrededor del estanque, habla que te habla intentando arreglar con palabras (cosa bastante difícil) todo los estropicios que había por el mundo, cuando, en una de las vueltas, oyeron un chapoteo y unos grititos muy raros, algo así como….: ¡…grrruyyyyy… grrruyyyy…!, y cuando se dieron cuenta de lo que pasaba vieron a la libélula Bertita que en una de sus volteretas, se había caído al agua, se le habían mojado tanto los pelos que parecía un escobón, las alas tan bonitas, estaban hechas una pena, como iba siempre vestida de azul para destacar más, se le desteñían los jerseys, y aquello parecía una tintorería barata. ¡Vaya susto! Todos empezaron a correr y a gritar:
-¡A ver, a ver… ¿hay algún médico?¡
-¡Que traigan una silla de ruedas…!
-¡Pero para qué…!- decía otro…
Un turista que andaba por allí, comenzó a hablar en japonés y nadie le entendía.
-¡Yo soy médico…!- gritaba el Chihuahua Doctor Curateya levantando el dedo… .
¡Menudo lío! Aquello parecía el anuncio del Metro de Madrid.
Total, que todos, la mar de asustados, porque veían que la libélula se quedaba hecha un estropajo, salieron corriendo para ayudarla. Al fin el Doctor Curateya que era muy chillón pero muy valiente, dijo:
-¡Dejarme solooooo….! Se quitó la bata de médico, los botines y la camisa y allá que se fue de cabeza al estanque para salvar a la libélula Bertita.
No veáis la que se armó. ¡Madreeee…. Madre….! Las señoras corriendo fueron a por mantas, los hombres no dejaban acercarse a los niños para que no se impresionaran. Los mirones de otros jardines asomaban la cabeza por entre los barrotes de la verja para ver qué sucedía y hasta un periodista se coló en el jardín y comenzó a tomar fotografías de todo lo que ocurría mientras los hombres se colocaban en grupo para salir bien en la foto.
La pobre Bertita, cuando se recuperó bien arropadita en una manta que había sacado del baúl de la ropa antigua la ratona Matildita, de esas de las buenas que abrigan tanto y que ya no se fabrican, comenzó a llorar un poco asustada y también un poco avergonzada, momento que aprovechó el Triquiñuelas que ya sabéis estaba en todo, para llevarse aparte a toda las señoras y decirles:
-Todas ustedes que yo sé tienen un corazón más grande que la catedral de la Almudena, tienen que perdonar a la libélula Bertita y la van a invitar a sus meriendas y a las partidas de brisca para que no se sienta discriminada, –que quiere decir que nadie le hace caso y no le invitan a nada-, y así no hará tantas piruetas y evitaremos problemas.
-¡Pero si es que esa Bertita es una presumida y no quiere hablar con nosotros!- dijo la araña Malospelos que era un poco respondona.
-Bueeeeno… ya hablaré yo con ella ¿valeeeee…?- dijo el saltamontes Triquiñuelas un poco enfadado con la Malospelos que siempre buscaba líos. Y se fue junto a Bertita para hablar con ella.
La libélula, llora que te llora, ya no le importaba estar más guapa o más fea ni más o menos azul brillante, sólo deseaba que todos la quisieran y la invitaran a sus conversaciones y merendolas y así se lo decía entre hipo e hipo al saltamontes Triquiñuelas.
-¡Siiii…¡hip…! Es que… ¡hip…! Me da mucha envidia… ¡hip…! Ver a todas…. ¡hip…! Divirtiéndose… ¡hip…! Y yo más sola que una mona… ¡hip…! Dando vueltas por el estanque hasta cansarmeeee… de hacer el tontoooo…¡hiiiiipppp…!
-No te preocupes, Bertita- le dijo Triquiñuelas -que de ahora en adelante, estarás invitada a todos los paseos, juegos y merendolas de las mujeres de la rosaleda, ya verás… ¡Si son todas muy buenas y te quieren mucho…!
Y así fue amiguitos. A partir de aquel día a Bertita la libélula, se le olvidó presumir dando volteretas por encima del estanque, no se preocupaba de si era más o menos azul y de si estaba más menos guapa. Se hizo amiga de todas, de todas; de la ratita Catalina, de la conejita Fuencisla, de la ardillita Mimí y hasta de la araña Malospelos que era la más protestona pero como Bertita no le hacía caso cuando decía alguna impertinencia y en lugar de enfadarse le sonreía y le daba un beso, al final acabaron siendo las más amigas del grupo hasta el punto de que la Malospelos le enseñó a tejer unos patucos con las telas agujereadas que ella hacía y Bertita acabó poniendo una tienda de artículos para bebés la mar de chula. Eso ya lo explicaremos en otro cuento.
¡Ah! La ratona Matildita le regaló la manta buena que tenía guardada en el baúl de la ropa usada y que sirvió para arroparla de la mojadura y decidieron reunirse todos los domingos por la tarde en casa de Matildita a merendar tarta de manzana que a la ratona le salían de concurso….
Y así se acaba hoy el cuento, ya no hay más porque ya no sé qué más decir. Ahora tengo que descansar porque me duele la garganta de tanto hablar y la cabeza de tanto pensar… ¡ohhhh…! ¡si es que no puede ser… que me estoy haciendo vieja…. ¡ ¡huyyyy, huyyy, huyyyy…!!!