A lo largo de la Historia se han dado numerosos casos de grandes intelectuales que han adoptado compromisos políticos importantes. Personalidades de la talla de Montaigne, Platón o Aristóteles sintieron la obligación moral de poner sus conocimientos al servicio de la sociedad y decidieron dedicarse a la política, fracasando en su empeño. El binomio poder-cultura parece presentar incompatibilidades difíciles de salvar, que dificultan la labor del intelectual que desea ejercer el desempeño de la política independiente, honesta y responsable.
Las claves del problema podrían ser varias. Por una parte, el ejercicio de la política a menudo hace difícil seguir llevando el tipo de vida necesario para llevar a cabo un trabajo intelectual, que precisa de momentos de retiro y anonimato en los que se pueda disfrutar de cierta intimidad, para lograr un estado mental de encuentro consigo mismo. Por otro lado, para el personaje político es complicado mantener la independencia, la autonomía y la libertad de acción y opinión, valores que el intelectual debe defender a toda costa. Sin embargo y a pesar de todos estos inconvenientes, la educación y la cultura son dos pilares fundamentales para el desarrollo de la humanidad que el poder no debe obviar ni corromper.
El prestigioso escritor de origen gallego César Antonio Molina destaca como poeta, crítico y ensayista. Es licenciado en Derecho y doctor en Ciencias de la Información. Fue ministro de Cultura, ejerció de profesor de Teoría y Crítica en la Universidad Complutense y actualmente lo es de Humanidades, Comunicación y Documentación en la Universidad Carlos III. Fue director del Instituto Cervantes, del Círculo de Bellas Artes de Madrid y del suplemento literario Culturas, de Diario 16; actualmente dirige la Casa del Lector. Es autor de más de treinta obras, entre las que se encuentran títulos como "Donde la eternidad envejece", "Vivir sin ser visto", "Regresar a donde no estuvimos", "Esperando a los años que no vuelven" y "Lugares donde se calma el dolor"