La escritora oscense
Luz Gabás es licenciada en Filología Inglesa. A lo largo de mucho tiempo ha compaginado la docencia en la universidad con la escritura de artículos, la investigación en el terreno de la literatura y la lingüística y la participación en proyectos culturales varios. La publicación en 2012 de su primera obra, "
Palmeras en la nieve", supuso un importante éxito editorial que impulsó su carrera literaria, que más adelante se consolidó con "
Regreso a tu piel" y "
Como fuego en el hielo". Actualmente reside en Benasque, en las montañas del Pirineo aragonés.
Bruno Montano ha tenido el placer de entrevistarla para Trabalibros sobre su última obra, "
El latido de la tierra", "una bella historia de amor, pasión, lealtad, intriga y sentimientos encontrados" protagonizada por Alira, heredera de la mansión y las tierras que su familia conserva desde hace generaciones, que se debate entre mantenerse fiel a sus orígenes o adaptarse a los nuevos tiempos (editorial Planeta).
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Bruno Montano,
Trabalibros (B.M.): Me ha chivado alguien que tu editora define esta novela como
romantic-country-noir. Empecemos por la parte
noir, que es la que me ha llamado más la atención. Hay un misterio, hay un crimen, hay una investigación policial que actúa como hilo conductor de la trama pero en realidad no es una novela negra. ¿Por qué has usado esta estructura o este vehículo narrativo? ¿Que tipo de cosas te permitía hacer?
- Luz Gabás (L.G.): En principio fue un reto. Yo soy lectora de novela negra pero estaba un poco saturada de las novelas negras en las que en el primer capítulo se encuentra siempre una mujer asesinada o una niña. Esto es lo normal y a partir de ahí toda la novela sigue el mismo esquema. Me interesan las técnicas narrativas del género negro porque crean ansiedad e inquietud y, como la protagonista está atravesando una fase de ansiedad y un momento muy cambiante, pensé que Las técnicas que utiliza la novela negra eran adecuadas para lo que yo quería contar. Antes de empezar a escribir hice varias pruebas para encontrar la voz adecuada, decidir si iba utilizar la primera o la tercera persona. Al final pensé que era mejor utilizar la tercera persona, como se usa en la novela negra prototípica, pero dándole un giro, de manera que el lector no sabe quién es la persona que ha fallecido hasta que lleva el libro muy adelantado. Tampoco se sabe quién ha sido el asesino hasta que la novela está muy adelantada, y una vez se sabe la novela continúa. Normalmente en las novelas policíacas conocer la identidad del asesino cierra la historia, pero en esta novela una vez se conoce quién es el asesino todavía queda por descubrir el por qué.
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B.M.: “
El latido de la tierra” es una historia romántica, una historia de amor. Como tú dices, es la historia de una atracción aparentemente incomprensible entre dos personas diferentes, que superan el sentimiento de recelo prejuicioso respecto del otro. Es una historia de amor rara, un romance atípico.
- L.G.: Así es. La protagonista es una mujer que ya tiene medio siglo de vida casi, que vive un amor otoñal. Yo quería tratar con mucha normalidad el hecho de que fuera una mujer en un entorno muy concreto, que se enamora de alguien que viene de fuera, mucho más joven que ella. Es más habitual ver que él sea más mayor y ella más joven, aunque en la literatura y en el cine cada vez se ve más la opción contraria. Y pensé, ¿por qué no hacerlo? En realidad, todo tiene sentido. Ella se siente muy arraigada a su territorio y a su pasado, de tal manera que casi no ha encontrado a su verdadero yo. Y en ese momento surge alguien, que tenía que ser joven y fresco, porque representa el futuro, la juventud...
A los 50 años se tiene un poco la sensación de que vamos siendo relegados frente a los demás y quería plantear esa relación difícil, aunque no imposible, pero sobre todo hacerlo de una manera muy natural, para que el lector la entendiera tanto a ella como a él, que es un personaje muy especial. A veces, cuando nos vamos haciendo mayores, tendemos a quitarle valor a la juventud, no le damos la validez que tenemos nosotros. Y yo quería que el lector valorara la frescura de la juventud, que no perdiera la visión alegre de lo que es la juventud.
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B.M.: Me ha gustado mucho una metáfora que has utilizado para explicar esta relación amorosa. Me refiero a cuando dices que él y ella eran como el día y la noche, pero sin embargo el día y la noche están conectados entre sí por el amanecer y el atardecer.
- L.G.: Exacto. Esa idea resume un poco toda la novela. Las cosas no son ni blancas ni negras. Vivimos en un momento en que todo tiene que ser muy blanco o muy negro, hay unas etiquetas muy rígidas. Antes, cuando yo era joven, recuerdo estar con mis amigos y cada uno era como era, le gustaba la música que le gustaba, y ahí estábamos todos juntos sin que las diferencias importaran. Las cosas no son ni blancas ni negras, ni todo es día ni todo es noche; hay muchos tipos de gris y mucha gradación de colores, muchos matices.
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B.M.: “
El latido de la tierra” es también una novela generacional, la de los nacidos en los años 60. Una generación que es la mía y es la tuya. ¿Crees que tiene sociológicamente algo de particular o simplemente la has elegido por ser la tuya?
- L.G.: Al ser la mía es la que más gusta, la que tengo más cercana. Todas las generaciones tienen su aquel, pero yo creo que nosotros vivimos algo sobre lo que apenas se ha hablado. La gente de ahora en general es urbanita; la gente de antes en general era rural; nosotros fuimos la transición: no vivimos el mundo rural, no tuvimos que trabajar la tierra ni cuidar de los animales, pero hemos crecido escuchando a nuestros padres, que sí lo hicieron. Hasta los años 60 millones de personas vivían en el campo y a partir de ahí fue cuando se produjo el éxodo a la ciudad. Yo siempre he tenido la sensación, creo que compartida con muchas personas, de pertenecer a una generación con el corazón partido entre la tradición y la modernidad, pero de una manera diferente a como se enfrentaban otras generaciones a los avances tecnológicos, que conocían estos avances pero en general unos seguían en el espacio urbano y otros en el espacio rural. Y esto, quieras o no, yo creo que nos ha marcado. De algún modo nos hemos convertido en guardianes de un mundo que se ha perdido. Hemos tenido que escuchar esas tradiciones, hemos tenido que aprender cómo vivían ellos, sin haberlo hecho nosotros. Creo que hemos recibido esa carga de responsabilidad y esto ha provocado que nos resulte difícil encontrar nuestro sitio real. Hay mucha gente que se traslada a la ciudad y se sigue sintiendo responsable de la casa de sus padres en el pueblo, etcétera.
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B.M.: Hemos sido una generación bisagra entre lo rural y lo urbano-tecnológico. En una mano el azadón y en la otra el iphone.
- L.G.: Totalmente. Y creo que nuestra generación está caracterizada por un exceso de responsabilidad. A quienes nos fuimos del pueblo a la ciudad nos inculcaron que teníamos que estudiar, ser independientes, trabajar, formar una familia... Hemos sido una generación “super”. Y eso ha resultado, creo yo, agotador.
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B.M.: Tu novela también es un viaje iniciático, un viaje de transformación. Pero, habitualmente en narrativa, los viajes iniciáticos los emprende gente muy joven. En este caso nos encontramos ante un viaje iniciático de una mujer madura.
- L.G.: Sí, esto es algo que también tenía claro. Yo leo mucho, me gusta mucho leer, y me fijo por ejemplo en que ha habido una transformación en el modo en que se refleja la mujer en la novela durante las últimas décadas. Ha sido algo necesario y obvio. Pero la novela policíaca siempre suele empezar con el asesinato de una mujer o una niña y además siempre hay algún matiz sexual por medio. Y en el caso de los protagonistas siempre son jóvenes. Yo también he escrito novela protagonizada por jóvenes que empiezan a vivir (“Como fuego en el hielo”, “Palmeras en la nieve”…) y me pregunté, ¿qué pasa con las personas de mediana edad? Estamos viendo continuamente cómo la gente se separa, rehace su vida, se enamora otra vez… ¿es eso posible? ¿Puedes sentir con la misma intensidad a los 50 a los 20, con toda la experiencia que llevas acumulada? Y entonces me planteé que fuese un viaje iniciático, pero a mitad de la vida, otro viaje nuevo, por qué no. Y esto está funcionando muy bien, porque muchas lectoras se sienten identificadas. No es que se sientan identificadas literalmente con el hecho de enamorarse a los 50, sino con toda la transformación que sufre la protagonista, con su evolución psicológica. La primera cita del libro, extraída de “Walden”, no hace alusión a la vida en el campo sino a los prejuicios. Me parece una cita muy interesante porque de algún modo resume la novela.
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B.M.: A mí también me lo parece, de hecho he utilizado esa misma cita para mi última pregunta. “Walden” es una de mis lecturas capitales, siempre vuelvo a ella, me encanta
Thoreau.
- L.G.: Entonces lo dejamos para el final.
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B.M.: Escribiendo tu novela te has complicado la vida bastante en lo temporal. Utilizas diferentes planos temporales (presente, pasado reciente, pasado remoto), continuos
flashbacks…
- L.G.: Sí, reconozco que me costó muchísimo escribirla. Era muy fácil meter la pata. Tuve que estar muy atenta. Al ser una novela que plantea una lucha entre presente y pasado, mi duda estaba en cómo recuperar el pasado. Presté atención a mis pensamientos y me di cuenta de que todos los días, mientras caminas o haces cualquier otra cosa, estás pensando, bien en lo que estás haciendo, en algo que sucedió hace mucho tiempo, en algo que acaba de suceder o en algo que crees que va suceder. En tu mente estas continuamente mezclando presente, pasado y futuro. Ésa fue la razón de que tratara de plasmar eso mismo a nivel narrativo. En nuestra mente estamos siempre peleando con nuestro propio pasado. Y a más edad, más pasado. Además, creo que esta disrupción cronológica, junto con las técnicas narrativas de novela negra, aún le genera más ansiedad al lector. Yo creo que la novela es fácil de seguir, no te pierdes en ningún momento, pero te obliga a estar un poco más atento.
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B.M.: Además de la trama, esta novela invita a pensar en determinados temas. Uno de ellos tiene que ver con lo que hemos comentado antes: la tensión entre la fidelidad al pasado, a la tradición, al legado, a la herencia, y la necesidad de adaptación, evolución, flexibilidad, de ir con los tiempos.
- L.G.: Hay personas que han prescindido del pasado sin ningún problema, sin ningún cargo de conciencia. Gente que han vendido sus herencias, que las han capitalizado (si han podido, porque hay lugares en los que ni siquiera se puede vender, porque no tiene valor, es el caso de algunos pueblos muy pequeños) y descolgarse de esa herencia no les supone un sufrimiento. Pero también hay personas más apegadas como Alira, la protagonista. Yo también he sido siempre muy apegada aunque, a medida que te vas haciendo mayor, reflexionas sobre si quizás te has apegado demasiado y eso te ha impedido ser libre. A veces te das cuenta de que hay personas que, por un excesivo apego, tal vez no han llegado a donde querían llegar. Se han sentido con la obligación de mantener ese legado y no han tenido la libertad que tienen otros que van más ligeros de equipaje.
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B.M.: Otro tema importante en tu novela, que de algún modo desencadena que la escribieras, es el de la
España vacía, el del vaciamiento de lo rural, ese gran trauma del que habla
Sergio del Molino. De los años 50 a los 70 la gente proveniente del mundo rural acudió en masa a trabajar a las ciudades. Además, algunos pueblos se expropiaron enteros para construir pantanos (creo que se construyeron unos 700). Se produjo un gran éxodo rural hacia la ciudad y, con ello, se desarrolló lo que tú llamas "inferiorización". El rural era “el otro”, el extraño que venía de fuera, al que se apartaba o se trataba prejuiciosamente.
- L.G.: Fueron los primeros inmigrantes. A las poblaciones que tienen ahora entre 8.000 y 20.000 habitantes, en el momento en que pasaron de ser agrícolas a ser industriales a causa de las empresas que llegaban de fuera, llegaba la gente de los pueblos; eran el equivalente a los inmigrantes que llegan ahora del extranjero. Yo me fijo ahora en quién vive en los pisos más viejos que antes ocupaban los que llegaban de los pueblos, o en la forma de vida y cuando ahora veo a los inmigrantes me acuerdo de mi propia vida. Evidentemente, para las poblaciones a las que ibas eras el de fuera; sin embargo, para el pueblo al que pertenecías eras el que abandonaba en lugar de quedarse al pie del cañón. Pero ellos iban en busca de una vida mejor y el país, el sistema, fomentaba que se entendiera que estaban ayudando a construir esa España moderna. Las ciudades necesitaban obreros y allí iban.
Por un lado, los que se iban se veían como emigrantes, pero por otro lado los que se quedaban se consideraban unos atrasados que no habían querido adaptarse a los tiempos modernos. Esto se ve hasta en detalles, por ejemplo en el hecho de que no fuese fino hablar en los dialectos de los pueblos; eso no era lo moderno y a partir de ahí se empezaron a perder muchas lenguas. No sucedió porque fuera una imposición del Estado, sino porque no se veía lo suficientemente fino. Es curioso que ahora todo esto haya dado la vuelta, la vida es cíclica.
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B.M.: Ahora se ha producido un nuevo movimiento de acercamiento a la naturaliza, el
neorruralismo, del que tú te consideras parte.
- L.G.: Por definición, yo simplemente me he considerado rural, aunque por trabajo y por estudios haya vivido la ciudad. Pero me incluyo en esa etiqueta, que es la que se emplea para nombrar a aquellos que han vivido mucho tiempo en la ciudad y acaban definitivamente instalados en el campo. Esto también lo explica Sergio del Molino, siempre ha habido movimientos de gente que se ha querido ir (el movimiento hippie, las comunas…) Ahora es diferente, yo creo que por varias razones. Una es el hartazgo de la ciudad, gente que por necesidades económicas se está planteando volver a alguna casa del pueblo, pero también hay otro tipo de hartazgo a causa de la masificación de las grandes ciudades, de la velocidad con la que se vive en ellas y además pienso que hay una especie de necesidad de reconexión con la naturaleza. Sigue siendo un movimiento minoritario, pero es evidente que está ahí.
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B.M.: Un movimiento que permite, como tú dices al final de tu novela, “seguir sintiendo el latido sencillo, solemne, rítmico, grandioso, sanador y eterno de la tierra”. Me parece una reflexión muy
thoreauniana.
- L.G.: Claro, es así. En el caso de Thoreau existía una necesidad espiritual, era un hombre muy pragmático a la vista de cómo lo plantea todo, pero hoy en día creo que existe una mezcla entre la necesidad económica y la espiritual.
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B.M.: En la novela hay cierta nostalgia, pero no hay un regodeo en ella. Como tú dices, es un canto contra el desencanto. El tono final y el mensaje es positivo. No hay que instalarse peligrosamente en la nostalgia, hay que pensar en el pasado en busca de claves vitales pero no intentar revivirlo.
- L.G.: Es que, además, eso va a ser imposible, porque esa forma de vida que yo aún viví residualmente ya no existe. Yo vivo en un sitio rural turístico y recuerdo perfectamente la transformación que sufrió, las últimas zonas en las que se iban vendiendo las vacas y cómo se iba trabajando en el turismo. Yo siempre lo veo sin excesiva nostalgia, y eso que me encanta el siglo XIX y yo viviría en una casa de ese siglo; me gusta la estética, el momento romántico, las telas, las joyas, todo. Pero luego me pongo en la piel de una mujer del siglo XIX, o pienso en ello cuando voy al dentista y se me van las ganas enseguida. Es que volver a aquellos tiempos es complicado. El mensaje es positivo al final de la novela en el sentido en que lo que es inamovible es esa relación especial que uno puede tener con su tierra, con su pueblo, con su terruño. Es que eso no te lo va a quitar nadie, pero tenemos que hacernos a la idea de que ese pasado está muerto y rematado. No lo veo con excesiva nostalgia porque fue un pasado muy duro. Yo tengo la genealogía de mi familia hasta el siglo XV, vas averiguando la vida que llevaban y creo que tendemos a idealizar ese concepto de comunidad, lo bonito que parece la vida en el pueblo con los animalitos por las calles, y desde luego no era así. Evidentemente, cuando uno vive su época no reflexiona sobre ella, la vive y ya está. Ellos no eran conscientes de que hubiese otra vida aparte de la que estaban viviendo.
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B.M.: Como tú dices, una cosa es vivir en el campo y la otra es vivir del campo, desarrollando toda la tareas agrícolas y ganaderas, sufriendo las inclemencias meteorológicas, etc.
- L.G.: Efectivamente. Insisto, y siendo mujer, todavía más complicado. Ves fotos de mujeres de entonces y con 50 años ya parecían abuelas; estaban gastadas, apaleadas de tanto trabajar. Es verdad que el ritmo de sus vidas estaba marcado por las estaciones, por el tiempo, por los rituales, por las fiestas, y eso algo les aliviaría, pero visto desde la perspectiva de ahora no sé si aguantaríamos mucho ninguno de nosotros esa vida.
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B.M.: Otra cosa que llama la atención nada más repasar los capítulos es que titulas cada uno de ellos con el nombre de una canción. Incluso le pones una canción a la nota final. Yo he leído cada capítulo escuchando de fondo la canción que le da título a cada uno. ¿Por qué introduces tanta
música en tu novela?
- L.G.: Pues porque es muy de mi generación.
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B.M.: La música se convierte en otro hilo conductor y crea el clima emocional perfecto para cada capítulo si la escuchas mientras lo lees.
- L.G.: Me alegra mucho que te haya parecido que crea el clima emocional adecuado para cada capítulo, porque está pensado para eso. No se trata simplemente de incluir una lista de canciones que le gustan a Luz Gabás, está muy pensada. Encajar todo a nivel estructural ha sido para mí como un puzzle mental, porque tenía que buscar canciones que a mí me gustaran mucho en su momento y que todavía me gusten. Que cuando las escuche ahora piense: qué canción más deliciosa. No necesariamente porque fuesen hits en su momento (aunque algunas sí lo fueron). La letra tenía sentido con lo que sucedía en el capítulo pero además, como bien dices -y me encanta que me lo digas- tenía que lograr el tono. Si me comparo con mis padres veo que ellos no tenían su banda sonora; claro que había orquestas y tenían canciones que les gustaban mucho, pero no han vivido eso de levantarse por la mañana y ponerse la radio para escuchar música. Lo que hacen ahora los jóvenes con el móvil lo hacíamos nosotros con la radio o con el cassette. La música era para nosotros muy importante y al recuperar anécdotas de mi generación salía la música por todas partes.
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B.M.: Vamos a por la última pregunta. Como te comentaba antes, he transformado la cita de Thoreau para planteártela. ¿Nunca es demasiado tarde para renunciar a nuestros prejuicios?
- L.G.: Nunca. Es que si consigues que se te apoderen los prejuicios, al final te vuelves un ser amargado. Y si te convierte en un ser amargado, ya has envejecido.
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B.M.: Los prejuicios provocan una especie de rigidez cognitiva que no te permite pensar con objetividad.
- L.G.: Exacto, así es.
- B.M.: La música es importante en esta novela, como has comentado, pero el cine también. En las notas finales citas algunas películas cuyos temas han influido en tu novela.
- L.G.: En esta novela, para mí mientras la escribía, estaban presentes varias películas, pero sobre todo una de Clint Eastwood titulada “Gran Torino”. Pero en vez de poner como protagonista a un hombre blanco occidental yo decidí poner a una mujer. Él también sufre su transformación. A mí me parece una película deliciosa en la que se trata el tema del recelo hacia los otros.
Desde Trabalibros agradecemos a
Luz Gabás el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a los responsables del Hotel Vincci Lys de Valencia el haber cedido un lugar ideal para esta conversación y la editorial
Planeta el haber hecho posible este encuentro literario.