Trabalibros entrevista a Ignacio del Valle, autor de "Cuando giran los muertos"

miércoles, 9 de marzo de 2022
"Escribimos para encontrar un arco de sentido a episodios que, muchas veces, carecen de él".
El ovetense Ignacio del Valle vive en Madrid desde hace más de veinte años. Es autor de la serie de suspense histórico protagonizada por Arturo Andrade y formada por "El arte de matar dragones", "El tiempo de los emperadores extraños", que fue llevada al cine, "Los demonios de Berlín", "Los días sin ayer", "Soles negros" y "Cuando giran los muertos".

Asimismo ha escrito las novelas "De donde vienen las olas", "El abrazo del boxeador", "Cómo el amor no transformó el mundo", "Busca mi rostro", "Índigo mar", "Coronado"; y el libro de relatos "Caminando sobre las aguas".

Con su producción literaria ha ganado numerosos premios, y sus obras han sido traducidas a varios idiomas. Mantiene todos los lunes una tribuna de opinión en el diario El Comercio, y colabora con El Viajero de El País. Desde 2010 dirige la sección cultural Afinando los sentidos en La Brújula de Asturias, Onda Cero Radio.

Cuando giran los muertos (Ignacio del Valle)-TrabalibrosBruno Montano ha tenido la oportunidad de entrevistarle sobre "Cuando giran los muertos", un nuevo thriller de suspense ganador del Premio Ateneo de Sevilla 2021, protagonizado por el capitán Arturo Andrade y ambientado en el México de la segunda mitad del siglo XX, que mezcla pasión y rigor documental (editorial Algaida).

- Bruno Montano, Trabalibros (B.M.): “Cuando giran los muertos” es un thriller histórico, la sexta entrega de las aventuras del capitán Arturo Andrade. Sigues con tu obsesión por rescatar episodios históricos poco conocidos. En este caso haces referencia a las “embajadas culturales” franquistas en tierras sudamericanas con fines propagandísticos que organizó el dictador español. ¿Qué te llevó a elegir este hecho histórico en concreto?

- Ignacio del Valle (I.V.): Unas veces voy a tiro fijo, otras, es el azar el que me ayuda. Recién terminada mi novela “Coronado” (Edhasa 2019), que contaba la expedición de Francisco Vázquez de Coronado en 1540 en la búsqueda de Cíbola, necesitaba los cimientos para una nueva novela de la serie Andrade. Coronado transcurría en el México del siglo XVI, y estaba tan enredado en ese territorio, que pensé en buscar algo que conectase ese siglo con el XX sin salir de la tierra. Normalmente, paso mucho tiempo documentándome en la Biblioteca Nacional, en Madrid, así que empecé a leer sobre la época, hasta que apareció el episodio de las expediciones culturales. Las giras me parecieron tan delirantes que, de inmediato, las fijé como un comienzo perfecto para “Cuando giran los muertos”. 

- B.M.: Podrías haber elegido cualquier otro país latinoamericano en el que se desarrollaron estas curiosas embajadas, pero centras tu novela en México. ¿Quizá porque, como dices al principio de la novela, en aquel momento México era más que un país, era una forma de locura en la que coexistía toda la belleza y todo el horror?

- I.V.: Como comentaba antes, por un lado, no acababa de salir de mi obsesión mexicana debido a “Coronado”, por otro, siempre he sido un apasionado de México y su historia. Existen vínculos tan profundos entre España y México; posee tantas contradicciones, políticas, culturales, económicas; se respira tanta energía en aquella tierra… que me resultó apasionante escribir esta novela. Por ejemplo, recuerdo la primera vez que visité México, descendíamos hacia el valle y yo iba leyendo “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, de Bernal Díaz del Castillo. Fue muy emocionante, imaginarme Tenochtitlán, igual que ellos la vieron por primera vez, descendiendo a su vez, cuando Bernal dice que era como ver una de las ciudades fantásticas que salen en los libros de caballería. Y luego, ir visitando los lugares que describe: siguen allí, poderosos, brillantes. 

- B.M.: Félix de Arcadia, personaje central de esta novela es “una mezcla de misticismo, volterianismo, epicureísmo y cinismo”. Falangista, poeta, novelista, periodista y diplomático, es enviado por el gobierno español a México como embajador cultural. Parece ser que te has inspirado en Agustín de Foxá para crearlo. Entre toda la “briosísima brigada lírica” que reclutó el Ministerio de Asuntos Exteriores franquista como embajadores culturales, ¿por qué razón elegiste a Agustín de Foxá para dar vida a este personaje?

- I.V.: Es tanto una persona como un personaje, y muy potente. Aparte de su obra, que es muy interesante, estaba el individuo, “bigger than life”, que dicen los gringos. Un tipo brillante, con una vida llena de anécdotas, de frases redondas, de situaciones epatantes, que posiblemente hayan oscurecido un poco su labor como literato. En todo caso, su biografía nutre abundantemente a mi personaje, Félix Arcadia. Un humor sofisticado, pasión por la literatura, nostalgia por la infancia, una consagración a cierta noción del deber, el rechazo del victimismo, del sentimentalismo. Todos esos son los mimbres que conforman al personaje, y el venero es Agustín de Foxá.  

Entrevista
- B.M.: Todos conocemos a los intelectuales españoles exiliados en México, sobre todo a los que siguieron desarrollando tareas culturales en este país de acogida. Pero sabemos muy poco de la colonia hispana anterior a este exilio, que era profranquista y que está representada en tu novela por Íñigo Aramburu Solana. ¿Es verdad que esta gente tuvo un papel muy importante en la restauración de las relaciones entre México y la España franquista?

- I.V.: Y tanto. Son los que presionan al gobierno de Miguel Alemán para que exporte garbanzos a una famélica España, los que le incitan a mantener relaciones, aunque sea bajo cuerda. Se apoyan en diarios como Excélsior o El Universal, levantan el Casino Español en 1895. Mantuvieron una relación correcta con la emigración republicana, y si bien se hallaban en las antípodas políticas, no dejaban de ser españoles fuera de España. Hay muchos ejemplos de ayuda y colaboración entre ellos, aunque siempre manteniendo distancias.

- B.M.: Félix de Arcadia tiene su némesis en la persona de Escolástica Araujo, Tica, una mujer que es una “mezcla de la diosa Cibeles y la madre coraje de Bretch” y que sostiene con él la tensión ideológica y existencial clave de la novela.

- I.V.: Existe una dialéctica política y existencial entre Félix y Tica, un motor que hace avanzar la novela. Cuando creé el personaje me imaginé una mezcla de la Pasionaria y de Margarita Nielken: por un lado, la fuerza telúrica de Dolores Ibárruri, y por otro, la cilindrada intelectual de Nielken. Era un contendiente temible, a la altura de Félix Arcadia, y creo que durante toda la novela cruzan sus floretes intelectuales, cada uno en su rincón político del cuadrilátero. 

- B.M.: Como advierte Goethe en la cita inicial de tu libro, “nadie vaga impunemente entre las palmeras”, el viajero siempre acaba convirtiéndose en otro hombre. Esta aventura cambia a Arturo Andrade de alguna manera. Al final comete un error “voluntariamente”, como un “idiota en la dirección correcta”.

- I.V.: Creo que no es exactamente Arturo Andrade quien cambia, quizás lo hagan otros personajes, pero no Arturo. Andrade mantiene siempre unas características comunes en todas las novelas, son una especie de bóveda crucería, una especie de arbotantes emocionales e intelectuales que sostienen su carácter. Suele ser un odio a lo políticamente correcto, una manera de hacer las cosas que puede chocar con lo establecido, pero que él considera que es lo correcto. Se le pueden reprochar muchas cosas: su violencia, su crueldad, incluso, su inestabilidad, su dureza, pero si hay algo evidente es su obsesión por cierta forma de justicia, caiga quien caiga. Incluso él mismo.

- B.M.: “Es usted un hombre que administra una tristeza. Por eso estoy convencido de que podría escribir”, le dice Félix de Arcadia a Arturo Andrade en un momento de la novela, al mismo tiempo que admite que él mismo es un nostálgico. ¿La tristeza y la melancolía, propias del hombre inteligente según los clásicos, son necesarias para escribir?

- I.V.: Bueno, solo puedo hablar por mí. No soy una persona triste, aunque es cierto que puedo experimentar ciertos periodos de melancolía (sin llegar a la depresión). No sé si es necesaria para escribir (la melancolía), lo que sí tengo claro es la necesidad que tengo de contar historias, resulta esencial para mí. Si no escribo, tengo ansiedad. Si no escribo, estoy de mal humor. Me veo obligado a escribir, y desde luego, cuando escribo no sufro, pero si no escribo, lo paso mal.

- B.M.: Los catorce capítulos que componen tu novela van jalonados por “gestos en la oscuridad”, gestos que hacen referencia a una determinada manera de contar, de buscar las raíces donde se asientan los hechos, de alterar el pasado para contarlo, pero sin modificar su esencia, de descubrir verdades incompletas y quebradizas, de encontrar un sentido que fije los hechos.

- I.V.: Por eso escribimos: para encontrar un arco de sentido a episodios que, muchas veces, carecen de él. Es la necesidad del ser humano de encontrar razones y porqués, cuando la vida, como todos sabemos, carece de respuestas concretas. Supongo que es una manera de mantener cierta calma mental, de no volvernos locos. Necesitamos el orden, ya sea en el día a día, ya sea a la hora de contar una historia.

- B.M.: “Escogemos a nuestros dioses y los de esta época son estúpidos”, afirma Félix de Arcadia en una conversación con el sanchopancesco Manolete. ¿Crees que esta frase sería extrapolable a la actualidad?

- I.V.: Absolutamente. Solo hace falta echar un vistazo a los vídeos que se cuelgan en Youtube. Aunque, si algo nos demuestra la historia, es que todo puede ir a peor, y los dioses pasarían de ser estúpidos a ser sangrientos…

Desde Trabalibros agradecemos a Ignacio del Valle el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a la editorial Algaida el haber hecho posible este encuentro.
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