La escritora sevillana
Lara Moreno creció en Huelva y vive en Madrid. Es autora de los libros de relatos "Casi todas las tijeras" y "Cuatro veces fuego", así como los poemarios "La herida costumbre", "Después de la apnea" y "Tuve una jaula", que, junto con sus poemas inéditos, conforman el volumen "Tempestad en víspera de viernes".
Bruno Montano tuvo la oportunidad de entrevistarla sobre su primera novela, titulada "
Por si se va la luz" (
aquí la entrevista), por la que obtuvo un importante reconocimiento. Posteriormente publicó "
Piel de lobo", obra que la consolidó como escritora destacada, y ahora se encuentra de nuevo con ella para hablar de "
La ciudad", su última novela, un retrato insospechado, invisible, herido y valiente de Madrid a través de la historia afilada de tres mujeres (editorial
Lumen).
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Bruno Montano (B.M.): “Empecé este libro como un impulso orgánico: una necesidad primero. lo transité como un túnel tenue: con miedo y voluntad.” Esta cita de Óscar Martínez abre tu novela. ¿Has sentido tú también la necesidad orgánica de escribir este libro?
- Lara Moreno (L.M.): Sí. Cuando leí esa cita de Óscar Martínez en el prólogo de su libro, que es demoledor, decidí que sería la cita introductoria de la novela, porque me saltó a la cara. Cuando yo estaba pensando este libro originalmente no pensaba en contar este tipo de historia. El personaje de Oliva que yo tenía en la cabeza tenía problemas de varios tipos, pero eran problemas menores en su vida, en general. Pero el primer día que me senté a escribir la novela me salió ese capítulo así, de un tirón, y pensé: bueno, habrá que contarlo.
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B.M.: ¿Dirías que “
La ciudad” es tu libro más social, más político?
- L.M.: Totalmente. Más político porque también es más social, lo que pasa es que como tenemos tan pervertido el sentido de lo político… pero en el sentido real de lo político, sí lo es. En mis anteriores libros ya me acercaba a cosas que tienen que ver con nuestra forma de organizarnos como sociedad: “Por si se va la luz” narra la huida de un mundo en destrucción, en “Piel de lobo” hablo de abusos de infancia y de la familia. Pero en “La ciudad” trato de hacer un dibujo lo más crudo posible, visto desde arriba. Aunque aquí, por primera vez, no hago un retrato de toda la sociedad, miro a personas que no suelen aparecer en un libro, como son las personas que trabajan para nosotros.
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B.M.: A pesar de ser un libro social y político no tiene un tono panfletario, combativo o de denuncia, es más bien un retrato de un estado de cosas en nuestra sociedad actual. Una especie de espejo puesto delante de una situación de violencia estructural.
- L.M.: Es que es literatura, claro. Si fuera un panfleto tendría que hacer un discurso político.
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B.M.: Aunque también existe la “literatura panfletaria”, que aprovecha la literatura para vehicular mensajes políticos rabiosos.
- L.M.: Desde luego, en esta novela hay muchos mensajes rabiosos. Lo que pasa es que creo que la forma que tiene la literatura de mostrar el mundo es generando empatía. Yo creo que los personajes y la historia al final son más importantes que todo lo demás y tienen que hablar por sí solos.
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B.M.: En el libro cuenta la historia de tres mujeres separadas por su origen, por su cultura, por su país, pero unidas por una circunstancia, que es la violencia que sufren todas. En el caso de
Oliva es una violencia de género y en el caso de las otras dos, además de violencia de género, sufren una violencia especial por ser extranjeras y pobres.
- L.M.: Yo no pensaba escribir una novela sólo sobre la violencia, pero cuando he terminado el libro me he dado cuenta de que es imposible separar esa palabra del mismo. Como te contaba antes, la historia de violencia de género de Oliva salió sola desde el primer capítulo. Pero es que hablando de migración, la propia palabra ya tenía asociado un componente de violencia. Si además son mujeres sufren una doble violencia, porque además de la violencia clasista, socioeconómica y racista, que se refleja en cómo tratamos en Europa a las personas migrantes. Yo lo que quería era contar el día a día de estas mujeres, pero al hacerlo inevitablemente acabas hablando de violencia, no puedes disociarlo de este maltrato, tanto institucional como social o cultural.
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B.M.: En tu historia no has caído en la tentación de hacer que estas mujeres se conozcan, intercambien experiencias o se consuelen mutuamente. Las has unido en una Comunidad de propietarios, que es un trasunto de la sociedad en general, y has hecho que apenas se rocen, que apenas se miren. Yo creo que eso aporta una dosis de realidad, porque si esa historia fuera real probablemente, a pesar de vivir en el mismo edificio, nunca hubieran hablado entre ellas.
- L.M.: Estuve a punto, no lo tenía tan claro desde el principio [Risas]. En un principio había pensado en que Oliva necesitase a alguna de las dos, por ejemplo para cuidar a su hija, pero no de forma natural sino como una emergencia. Pero también tuve claro desde el principio, desde el origen del libro, que para hablar de migración quería contar los resquemores, las amenazas y los recelos que reflejen cómo nos relacionamos con los migrantes.
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B.M.: Me ha gustado mucho el arranque con Oliva y el final con
Horía. La novela arranca con un estallido de ira de
Max, estallido que consideras “un ritual de poder, una ficción, un folletín, una actitud sin contenido”. Me parece una idea interesante, se trata de una ira sin sustancia, simplemente es una estrategia.
- L.M.: Es solamente una estrategia de sometimiento bastante irracional. Creo que todas las relaciones de maltrato funcionan igual y toda la gente violenta funciona de la misma forma, independientemente de que esté violentando a su mujer, a su pareja o a otra persona. Tratan siempre de que se imponga su voluntad, aunque no ocurra nada y aunque sea para nada, aunque sea solo por si acaso. Me da mucha rabia que, ante algunas actitudes de violencia, decimos: es que es como un niño. Pero los niños no son así. Y además, con esta frase estamos blanqueando ese tipo de comportamientos. Son actuaciones que tienen un propósito bastante claro, aunque en realidad son ridículas. ¿En qué se parecen a los niños ese tipo de cosas? ¿En la irracionalidad? Los niños, cuando tienen una rabieta, siempre tienen un propósito: conseguir algo. Y muchas veces lo que pasa es que no tienen otro medio para conseguirlo. Pero en el mundo adulto sí.
El objetivo del maltratador con el ataque de ira es seguir manteniendo la tensión. En el caso de Oliva no es importante si hay más gritos o menos, por eso no me he dedicado a contar cómo era cada pelea; en el fondo lo importante es que el maltratador consigue mantener una tensión constante. Ella vive supeditada a una tensión ajena, que es la que organiza su vida. No puedes organizar tu vida con potestad y con naturalidad cuando hay un cable suelto. Y sobre el final, lo cierto es que el personaje de Horía se fue apoderando de él.
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B.M.: Uno de los efectos perversos que provoca la estrategia iracunda de Max es la espiral de culpa que produce en Oliva. Ella dice: la primera vez no pasó nada, la segunda tampoco, pero la tercera y la cuarta ya le pedí disculpas. En ese momento entra en la espiral de culpabilidad, no sabe por qué está pidiendo disculpas, pero lo hace para que él calle.
- L.M.: En realidad aquí hay dos culpas: él la está acusando de ponerlo en una situación incómoda, de haberse acostado con otra persona. Ella no se siente culpable, pero acaba pidiendo disculpas. Pero luego hay otra culpa, la que siente a pesar de ser la víctima.
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B.M.: “Conducta abusiva a través del gesto, la palabra, el comportamiento o la actitud que atenta, por su repetición o sistematización, contra la integridad o dignidad psíquica de una persona”; esta es la definición de acoso moral que hace
Marie-France Hirigoyen, una prestigiosa psiquiatra francesa especializada en la terapia del acoso moral o acoso psicológico. En tu novela describes perfectamente el acoso moral y lo contrastas con la violencia física, porque lo que hace saltar las alarmas del reproche social o del reproche penal es la violencia física pero no el acoso moral. Narras un caso de acoso a una mujer por parte de su pareja, un hombre con el típico perfil
narcisista.
- L.M.: Perverso narcisista.
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B.M.: Conozco a una amiga que ha sufrido este tipo de acoso y he vivido de cerca lo devastador que puede llegar a ser. A lo largo de tu novela vemos cómo el policía no le da importancia a este tipo de acoso porque no hay golpes, el médico tampoco, incluso una amiga le desaconseja denunciar por maltrato. En “
La ciudad” has querido remarcar la idea de que hay un velo sobre el acoso psicológico y moral.
- L.M.: Yo no he querido remarcar nada, he contado la realidad tal cual es. Si de esa situación se hace una foto, sale eso. En el caso de una víctima de violencia de género o de cualquier otro abuso -como es el caso de abusos sexuales durante la infancia- es llamativo el por qué la víctima siente culpa o vergüenza. ¿Por qué la víctima solo denuncia en un pequeño porcentaje de los casos? Evidentemente, porque hay un problema social gigantesco. Porque si no fuera así no tendríamos ni culpa, ni arrepentimiento, ni nos sentiríamos lo más mínimamente responsables. Por ejemplo, cuando te roban el coche no te sientes responsable. Pero cuando te roban la vida, sí.
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B.M.: Por ejemplo Oliva, la protagonista de tu libro, se acusa a ella misma de formar parte de esa situación, se siente en parte responsable de ser ella la que active ese mecanismo de acoso.
- L.M.: Su pareja la acusa de eso. Llega un momento en el que llega a estar realmente aturdida y es incapaz de salir de esa situación, porque en realidad no es nada fácil salir de ella. Pero en eso consiste someter a una presa: meterla en una jaula y encima hacerle pensar que ha entrado ahí por su propia voluntad.
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B.M.: En una jaula en la que ni siquiera encuentra la puerta. Oliva en un momento dado afirma: “no encuentro la puerta de salida”. Antes las palabras y los hechos tenían consecuencias, pero ahora no. Con la palabra antes podía cortar con sus anteriores parejas, pero ahora no. La palabra no funciona, no existe causalidad ni efecto. Está desesperada porque no es capaz de encontrar el modo de escapar de esta situación. Además del miedo, sufre la desesperación de no encontrar la salida.
- L.M.: Claro, sí.
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B.M.: De hecho, me he enterado de que ibas a titular al libro “La ciudad y el miedo”.
- L.M.: Así es, pero al final se quedó solo en “la ciudad”. El título lo cortó la editora al principio de todo, cuando todavía no había empezado ni a escribir la novela.
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B.M.: Hay algo que yo desconocía que suele ocurrir en estos casos, a lo mejor tú estás más informada sobre esto, y es la autolesión como huida. Impresiona ver cómo la protagonista se autolesiona físicamente como un primer intento de huir de su situación.
- L.M.: No me he informado sobre esto, desconozco cuál es el porcentaje de víctimas que actúan de este modo, pero en realidad la autolesión se da en muchísimos momentos de fragilidad. Pero sí existe un porcentaje muy alto de niñas y adolescentes que se autolesionan. En este caso Oliva se autolesiona porque Max la lleva a unas situaciones de violencia ambiental dirigida hacia ella tan absolutamente extremas que la rabia que recibe, al no poder arrojarla contra él, la arroja contra sí misma. Es la única forma que tiene de que él pare de gritar o de hacer lo que esté haciendo contra ella.
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B.M.: La relación entre Max y Oliva es la tormenta perfecta: un hombre con perfil narcisista y una mujer que sufre dependencia emocional y sexual de él. Varias veces confiesa: he perdido el control de mi sexualidad, soy una yonki del afecto de este hombre.
- L.M.: Este es un tema muy importante, este es el quid de la cuestión. En realidad ella no tiene una relación de dependencia con él, tiene una relación de maltrato con él. Las relaciones de maltrato se basan en hacer creer al adversario que tiene una relación de dependencia. Obviamente son relaciones insanas. En el libro he intentado hacer una foto lo más realista posible sin hacer discurso y a veces hay interpretaciones en las que se pone a la víctima el calificativo de dependiente y esto es súper peligroso.
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B.M.: Pero ella lo confiesa, en varias ocasiones a lo largo del libro asegura que es una “yonki” del afecto de su pareja.
- L.M.: No importa lo que ella confiese, ella no tiene que confesar nada porque no es culpable de nada. Ella llega a la psicóloga, que le dice que efectivamente no está sufriendo un caso de maltrato, y llega a la conclusión desesperada de pensar que es una yonki porque necesita liberarse de esa sustancia tóxica que la está matando. Lo dice en ese sentido, se siente completamente encerrada. He puesto ese calificativo además, sobre todo, porque lo que tiene ella es una conciencia tremenda de verse atrapada. La terapeuta tampoco le ayuda, no hay nadie que le ayude a salir de ahí. Ella sale de ahí sola, que es como al final acaban saliendo todas (las que salen). Saliendo solas, porque todavía no tenemos los mecanismos sociales bien construidos para ayudarlas a salir.
Has hablado antes de la tormenta perfecta, como si algo de ella formara parte en todo esto, pero Max se va a comportar así con todas las mujeres con las que se encuentre a lo largo de su vida. Y no todas serán como Oliva. Lo que pasa es que, si acaban teniendo una relación de intimidad profunda, si acaban convirtiéndose en pareja, él no va a comportarse de otra manera con ella, porque este tipo de hombres se comportan así siempre. No hay una tormenta perfecta, hay un maltratador perfecto. ¿Es vulnerable Oliva? Claro que es vulnerable, como cualquier persona que está enamorada o que se entrega a alguien pensando que está en una zona de confort, de confianza. En una zona en la que está a salvo.
Se supone que estamos a salvo con nuestra gente de confianza. Ella se está entregando, abriendo las puertas de su casa y de su vida. También está el tema del sexo, que en realidad es tan importante en una relación sana como en una relación insana, lo que pasa es que en una relación como esta todo forma parte de una trampa que te hace preguntarte por qué sigues ahí. Y sigues ahí porque existe un maltratador que te tiene absolutamente sometida y porque la sociedad también está enferma. Estamos todavía en los albores del cambio, estamos lejísimos de tener una cultura en la que nos tratemos como iguales. Esa es la tormenta perfecta: la sociedad en la que vivimos.
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B.M.: Vuelvo ahora a
Damaris, otra de las protagonistas de la novela, una mujer que vino a España buscando un futuro mejor cuando un terremoto en Colombia truncó su vida. En un momento dado, una de sus compañeras de piso hace una reflexión muy significativa acerca de la situación de la persona inmigrante y su pérdida de conexión con el mundo, la pérdida de “la cantinela que ayuda a reírse de cualquier cosa después de llorar por cualquier cosa”. Damaris ha perdido la alegría de vivir.
- L.M.: Romina afirma que se ríe y llora en cualquier momento; también creo que su carácter es así. Romina es muy joven todavía y lleva poco tiempo en España y tiene muchísima ilusión, lo que pasa es que a veces le tiembla el mundo debajo de los pies cuando la echan del trabajo una vez más, cuando se da cuenta de que no quieren alquilarle ningún piso… Damaris y Romina tienen una relación bonita, la primera es la que está verdaderamente cansada de vivir. Me imagino que será así como se siente después de doce años trabajando prácticamente de interna, sirviendo, haciendo el trabajo que antes llamábamos de criada, criando a los hijos de otro mientras tus hijos están creciendo en otro país… y además cada vez tiene más dificultades porque va cumpliendo más años, no nos olvidemos del “edadismo” en este país y en esta sociedad y en cómo afecta sobre todo a las mujeres. El cansancio de Damaris tiene que ser monumental.
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B.M.: Tu novela refleja la invisibilidad de Damaris, pero también la de Horía, una mujer marroquí que llegó a Huelva para trabajar como temporera en los campos de fresas y que ahora vive en la minúscula casa de la portería, limpiando escaleras y patio. En los casos de los inmigrantes sufren de invisibilidad: están a nuestro lado, los tenemos aquí, pero no los vemos. No hacemos ningún esfuerzo por verlos. Son invisibles.
- L.M.: Yo creo que no los queremos mirar. Nos comemos las fresas que recogen, tenemos la casa limpia y cuidan de nuestros mayores, pero no los queremos mirar.
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B.M.: Nunca encuentran el paraíso que esperan encontrar en España. La compañera de Horía dice: nuestra vida en España es una vida de perros, pero también lo era en nuestro país.
- L.M.: Hay gente que viene huyendo de ser pobre y aquí sigue siendo pobre. Pero para romper el círculo de pobreza tendríamos que romperlo absolutamente todo, pero no vaya a ser que toquemos algo y perdamos privilegios.
Desde
Trabalibros agradecemos a
Lara Moreno el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a la editorial
Lumen el haber hecho posible este encuentro.