La escritora sevillana
Lara Moreno es una de las voces jóvenes que emergen con fuerza en el panorama literario de nuestro país. Esta licenciada en Periodismo posee un Master en Edición y trabaja como correctora y editora, además de impartir talleres de escritura. Es autora de los libros de relatos "Casi todas las tijeras" y "Cuatro veces fuego" y los poemarios "La herida costumbre" y "Después de la apnea".
Bruno Montano de
Trabalibros ha tenido la oportunidad de conversar con ella sobre su primera novela "
Por si se va la luz" (Editorial
Lumen), la historia de un pueblo prácticamente deshabitado en el que, de repente "vuelve la vida para mostrar que nada se acaba de verdad mientras haya un niño haciendo preguntas al mundo".
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Bruno Montano,
Trabalibros (
B.M.): Lo primero que me llama la atención de tu novela es que no tiene un desarrollo lineal. Es como un juego de voces, una sucesión de monólogos interiores que se alternan, con los diálogos metidos dentro del fraseado. En esto me recuerda a novelas de autores que sé que admiras, como "
Mientras agonizo" de
Faulkner o "
Las olas" de
Virginia Woolf.
- Lara Moreno (L.M.): Sí, son dos novelas que me interesan mucho. "Las olas" va más allá de la prosa poética, más allá de la novela coral, es un delirio. Hay un montón de narradores, hay seis personajes.
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B.M.: En tu novela también aparecen varios narradores.
- L.M.: Sí, en mi novela aparecen siete personajes, de los cuales cuatro son narradores, además del narrador omnisciente.
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B.M.: ¿Por qué te has decantado por esta fórmula? ¿Crees que te permite matizar y explorar más a fondo los personajes? ¿Prefieres la literatura introspectiva?
- L.M.: Sí, pero bueno, la literatura introspectiva se puede hacer con cualquier tipo de narrador. Esta estructura técnicamente me llamó la atención porque, a priori, es algo más complejo. De esta forma se introducen los personajes de forma mucho más directa. Me daba un poco de miedo volcarlo todo en una sola persona y, por otra parte, tampoco tenía ningún personaje tan definido como para hacerlo. Yo vengo del relato; me llamó la atención este tipo de estructura y decidí que quería hacer una novela coral. Por otra parte, el hecho de poder cerrar cada capítulo en sí mismo, el hecho de que cada vez hablara uno, que los narradores se fueran alternando, era como pasar de un mundo a otro cada vez. Eso me daba mucha ligereza, no tenía que arrastrar una sola voz con un solo narrador. Porque, cuando empecé al principio mi temor era: ¿conseguiré hacer una novela?
Para mí "Por si se va la luz" es una novela completamente lineal. Iba mudando de voz, pero en mi cabeza el desarrollo iba todo seguido, y cuando acababa un capítulo era, de alguna forma, como haber terminado un relato. Aunque no son relatos sueltos, es algo lineal, pero mudar de voz de alguna forma me daba aire. Jamás había escrito algo más allá de las 17 ó 18 páginas, mis relatos suelen tener 5 ó 6 páginas y hay alguno que puede rozar las 20, pero jamás había ido más allá. Esta es mi primera novela y escribirla de este modo me permitió ir avanzando de forma más dinámica.
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B.M.: En la lectura de tu novela también ocurre algo similar. Yo he elaborado una teoría que se me ha ocurrido al leerla, te la voy a comentar a ver qué te parece. Es una metáfora orgánica. Yo he comparado este tipo de escritura con el modo en que funciona la transmisión nerviosa en las neuronas: la transmisión no es lineal, va dando saltos de neurona en neurona. Los
monólogos son como receptáculos de información cerrados y el avance del conocimiento va saltando de monólogo a monólogo. Si la naturaleza lo ha hecho así en el cerebro es porque el avance es más eficiente; entonces, es posible que esta forma de seguir una lectura también resulte más eficiente. Se prescinde de la literatura de relleno, desaparece lo superfluo y quedan sólo esas cápsulas llenas de sentido.
- L.M.: Qué interesante. La verdad es que, como te he comentado, yo sentía que escribir de esta forma me daba aire, pero me parecía que al lector también le daba aire. De hecho, por eso decidí también incorporar una tercera persona, el narrador omnisciente. No quise renunciar a él, aunque fuera una novela coral. ¿Conoces ese punto de libertad, cuando estás empezando a escribir una novela y piensas que puedes hacer lo que te apetezca con ella? Creí que podía aportar un punto de vista diferente, que podía dar perspectiva y ofrecer un respiro al lector y pensé, ¿por qué no utilizar entonces la figura del narrador omnisciente?
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B.M.: Un cambio radical de vida como el que se plantea en la novela necesita de un largo proceso de incubación y de adaptación posterior. Las dudas, los miedos, las incertidumbres acosan.
Martín ha incubado el cambio,
Nadia no; de ahí que el proceso de adaptación de ella sea más largo e interesante. Mientras él siente que ha crecido gracias a la soledad, en ella se ha producido una fermentación lenta de las emociones. El crecimiento de él es dialéctico, se consigue luchando con las ideas y los principios; el crecimiento de ella es emocional. Ese crecimiento paralelo a diferentes velocidades me parece lo más interesante. Creo que este proceso de evolución diferencial de ambos y su contraste es el eje de la novela. ¿Estás de acuerdo conmigo? ¿Qué piensas al respecto?
- L.M.: Pienso que tenías que haber estado conmigo en muchas de las entrevistas que me han hecho para contarlo, yo misma no lo podría haber dicho mejor. Martín ya había hecho el trabajo previo de incubación, llevaba años investigando y estaba desengañado, pensando que aquello no llevaba a ninguna parte, que no había recursos y veía clara la solución; sin embargo, Nadia llega a ciegas. Hay un punto en ella de arrastramiento vital siempre. Hay algo en su carácter que hace que no se sienta bien en ninguna parte, incluso en algún momento llega a decir: "soy todo lo que no soy". Todo el rato siente esa dejadez de sí misma, tiene una personalidad conflictiva. Pero él fue creciendo de una forma lineal, se va haciendo una roca.
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B.M.: Él ya tenía el camino trazado.
- L.M.: Claro, Martín llegó allí, se quitó todo lo que tenía encima y prácticamente logró ser feliz. Yo daría una mano por ser Martín, en muchas ocasiones. Él lo tiene todo muy claro: mi mundo está aquí, mis ideas son estas, voy a focalizar en esto y de repente se abren para él un montón de cosas emocionantes, se hace más fuerte y crece frente a ellas y frente a su relación con los demás. Sus relaciones se hacen mucho más prácticas y mucho más limpias.
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B.M.:
Nadia y
Martín llegan allí para quedarse, pero traen dudas y miedo.
Elena y
Damián siempre han estado allí, pero ahora están solos.
Enrique llegó hace tiempo, pero no ha encontrado lo que buscaba.
Ivana se marchó, pero ha vuelto para empezar de nuevo y salvar a
Zhenia. No hay vida sin peros. ¿Tan difícil es encontrar nuestro lugar en el mundo?
- L.M.: La respuesta a esta pregunta es la misma que cuando me dicen: Nadia y Martín están en una crisis enorme. Y yo contesto: no están en una crisis, están en pareja, con todo lo que eso conlleva. La crisis es tuya, la llevas encima siempre. Mi trabajo en "Por si se va la luz" ha sido hacer islas constantemente (tanto ellos mismos como el sitio donde están), hacer círculos concéntricos cerrados ajenos a todos los ámbitos. Los personajes están técnicamente solos, para mí esta era la forma que me parecía más interesante para poder tratar a los personajes. Pero en el fondo, en esencia, me parece que no están tan solos porque, en su vida, tanto unos como otros han tenido momentos de plenitud, que se van pero luego vuelven. Están solos, pero no lo están.
Eso yo lo fui descubriendo según iba escribiendo, yo no busqué el lado amable de las relaciones, ni busqué el lado amable del ser humano. Soy muy fan de Haneke, me llama mucho la atención toda su sordidez, pero evidentemente yo no he conseguido hacer eso, porque mis personajes se han amado contra todo pronóstico, se han necesitado, se han acompañado y se han cuidado. Creo que en realidad somos todos así, tenemos necesidad de relación y vamos acumulando ausencias brutales. La vida me parece de una gran complejidad emocional. Creo que mis personajes están solos, pero como lo estamos todos.
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B.M.:
Faulkner decía que una novela "es la vida secreta de un escritor, el oscuro hermano gemelo de un hombre". Por lo tanto, se podría conocer íntimamente a un escritor leyendo bien su obra. Se desprende de tu obra una disconformidad, una crítica hacia nuestro sistema actual de vida basado en el neoliberalismo. ¿Qué es lo que no te gusta de nuestro mundo actual? ¿Qué es lo que está arruinando nuestra existencia y provocando tantas huidas y hundimientos?
- L.M.: En primer lugar, creo que tenemos un sistema absolutamente avaricioso que está deshumanizando cada vez más lo que habíamos construido. Estamos enflaqueciendo y empobreciendo cosas como la educación (y no desde hace tres días, sino desde hace ya mucho tiempo) o la sanidad. Vamos a golpe de economía y nos estamos deshumanizando. El otro día estaba leyendo una entrevista que le hicieron a Isaac Rosa y él comentaba que somos una generación que no está preparada para luchar, que estamos metidos en esto por nuestra propia voluntad realmente. Hay un punto en el que ni siquiera pensamos que esto vaya con nosotros, de algún modo estamos esperando a que alguien lo solucione, o a que se solucione solo. Por supuesto, hablo en general y a grandes rasgos, porque hay gente que está luchando muchísimo y que, funcionen más o menos las cosas que hagan, ahí están.
En "Por si se va la luz" también hay mucho de eso de forma inconsciente. En la novela hay un punto cobarde, el momento en que recurren a los viejos en busca de soluciones. Lo valiente hubiera sido, tanto por mi parte como por la suya, dejar a los personajes en la ciudad e intentar hacer evolucionar algo ahí dentro, pero no es así, deciden romper con eso que no funciona y van a que los abuelos les enseñen.
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B.M.: Es una huída.
- L.M.: Claro, es una huída total, cierran los ojos, no quieren ver más. El tema es tan complejo: sabemos que todo lo que tenemos, la ropa que nos ponemos, la fabrican niños casi esclavos y no importa, y seguimos aquí sin intentar cambiar nada. Vivimos en la sociedad de la información y sabemos cómo funciona el sistema, pero a la vez somos los más ciegos del mundo. No queremos cambiar nada realmente y nos dedicamos a echar tierra encima. Ojalá me equivoque, pero creo que somos la primera generación (al menos en unas cuantas generaciones) que va vivir peor que sus padres.
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B.M.: Va a producirse una involución, en vez de ir avanzando.
- L.M.: Sí, nuestros abuelos lucharon por unos derechos, nuestros padres consiguieron vivir con ellos y ahora regresamos. Nuestros hijos no van a poder disfrutar de tantos derechos como hemos tenido nosotros. Da un poco de miedo.
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B.M.: Una vez los discípulos de
Epicuro le pidieron que definiera la felicidad, a lo que él respondió: "La sombra de un árbol, unos higos y un poco de queso y la compañía de un amigo". En tu novela describes una vuelta a la sencillez, una huída de la opresión urbana. ¿Crees que nos hace falta un retorno a lo básico, a la simpleza, a cierta desnudez?
- L.M.: Creo que una vuelta a todo eso es imposible. Es imposible que todas las poblaciones que tenemos concentradas en las ciudades retornen al pueblo. Mi novela no es un alegato ni una orden, ni siquiera un consejo, yo no estoy diciéndole a nadie lo que creo que puede significar un futuro más positivo, ni mucho menos; pero, íntimamente, cuando yo pienso en la felicidad pienso en eso también. Creo que la felicidad está en lo pequeño, lo que pasa es que me veo abocada, igual que la gran mayoría, a alejarme cada vez más de eso. Pero, evidentemente, cada vez que uno se para un poco, los pocos momentos en los que uno se detiene, se da cuenta uno de que la felicidad se encuentra en lo más sencillo.
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B.M.: Parafraseando a
Epicuro, "nada es suficiente para quien lo suficiente es poco". Ahora hay mucha gente para la que lo suficiente es poquísimo y convierten su vida en un intento de conseguir cada vez más, cueste lo que cueste. Esa vuelta a lo pequeño, a lo básico, parece, como tú dices, prácticamente imposible.
- L.M.: Sí, aunque ahora también hay gente que está volviendo a los pueblos y a un tipo de vida más sencilla. Unos lo hacen porque se han visto obligados a ello al quedarse sin trabajo, pero otros muchos no, otros lo hacen porque sienten que necesitan vivir de forma más simple, porque quieren criar a sus hijos en un modo de vida más básico. Pero también puede ser un modo de vida más duro, hay ciertos aislamientos que no son paraísos ni son nada idílicos.
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B.M.: Todas las novelas, según
Rosa Montero, surgen a partir de algo ínfimo, de un pequeño corpúsculo imaginario (una emoción, una visión, una intuición, una sensación...) a la que ella llama el "huevecillo". ¿Cuál fue el "huevecillo" de tu novela?
- L.M.: Creo que hubo varios "huevecillos". Yo tenía la idea del aislamiento, de encerrar a unos cuantos personajes en una isla, eso técnica y emocionalmente me parecía interesante. El punto de partida del que surgió el argumento fue una noticia que oí en la radio. Escuché que estaban animando a la gente a irse a repoblar un pueblo abandonado de España. Te daban muchas facilidades para conseguir una casa, con la condición de reformarla y dejarla habitable. Parece una noticia increíble, es tan difícil conseguir una vivienda que, de pronto, que te ofrecieran una vivienda en cualquier sitio, aunque fuera en un pueblo abandonado, resulta extraño. A mucha gente un pueblo abandonado le parecerá un infierno, pero yo pensé: qué maravilla. Y entonces me di cuenta de que ya la había encontrado, ya tenía la excusa perfecta para escribir el libro. Este fue el punto de partida, me basé en el hecho real de unas personas que iban a repoblar un sitio, y ese fue un poco el "huevecillo".
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B.M.: "Hemos traído cincuenta libros, todos por leer". Así empieza tu novela y, de repente, en una pequeña aldea de cuatro casas, se juntan un montón de libros al unirse dos bibliotecas personales, la de Nadia y Martín y la de Enrique, que en parte también es de Ivana. ¿No concibes una vuelta a la sencillez sin
libros, sin la posibilidad de leer o de escribir?
- L.M.: Yo, si pienso en mí, creo que me resultaría terrorífico. Ahí no puedo ser imparcial. Yo me los llevaría seguro y, si no pudiera llevármelos, no sé qué haría. No me he planteado nunca la vida sin libros. Siempre, imaginando incluso las peores situaciones, no me parecen tan malas si puedes leer. Pero la vida sin leer no me la he planteado nunca y, evidentemente, en mi novela los personajes se llevan libros aunque, para Nadia y Martín, tampoco es que la literatura fuera su pasión. Si lo piensas bien, ¿qué hay más perdurable que los libros? A lo largo del tiempo los puedes releer multitud de veces. El libro es una de las cosas más valiosas que el ser humano ha inventado.
Desde
Trabalibros agradecemos a
Lara Moreno su amabilidad y el tiempo que nos ha dedicado al responder a nuestras preguntas. Agradecemos también a la Dirección de
Lotelito de Valencia el habernos cedido un espacio ideal para hacer posible esta entrevista.