La escritora uruguaya
Carmen Posadas es una de las autoras contemporáneas en lengua española con mayor acogida a nivel de crítica y público. Fue catalogada como una de las autoras latinoamericanas más destacadas de su generación y sus libros han sido traducidos a veintiún idiomas y se publican en más de cuarenta países. Además de ensayos, guiones de cine y televisión, es autora de más de 15 libros infantiles y 12 novelas, entre las que destaca "Pequeñas infamias", obra que recibió el
Premio Planeta en 1998.
Bruno Montano de Trabalibros ha tenido la oportunidad de conversar con ella sobre su última obra, "
La hija de Cayetana", una novela histórica que relata "un episodio asombroso y olvidado protagonizado por una de las mujeres más célebres de nuestra Historia: Cayetana de Alba, la inolvidable musa de Goya" (editorial Espasa).
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Bruno Montano,
Trabalibros (B.M.): Al leer tu novela me has descubierto varias cuestiones que yo desconocía, como es el tema de la ahijada negra de la decimotercera
Duquesa de Alba y la dimensión de la esclavitud en la España del siglo XVIII. Conocía la esclavitud en las colonias de Cuba, con los terratenientes, pero no sabía que existiera un volumen de esclavos tan grande en la metrópoli. Me ha sorprendido saber que hubieron 800.000 esclavos negros en una época determinada en España, sobre todo en Sevilla, a la que Cervantes describió como un damero en el que se combinaban blancos y negros. Y también me sorprende la extraña incógnita de por qué no nos mezclamos con ellos, por qué no dejaron descendientes ni existen rastros familiares aquí.
- Carmen Posadas (C.P.): No hay descendientes, es extrañísimo. Una vez terminado el libro me encontré con un historiador que me dio una pista: hay un pueblo en Huelva que se llama Gibraleón donde hay gente con rasgos negroides, pero es el único sitio de toda Andalucía. Es rarísimo, con toda la cantidad de esclavos que había. Hay descendientes de japoneses, o de colonos alemanes que repoblaron la zona de La Carolina, pero no de los esclavos negros.
- B.M.: Fíjate que en Andalucía hay descendientes incluso de los vikingos que remontaron el Guadalquivir hasta casi su nacimiento, hablé hace poco con un escritor andaluz que escribió una novela basada en ese hecho histórico real y singular.
- C.P.: Y habrá gente con rasgos heredados de ellos, rubios y de ojos claros [risas]. Eso no lo conocía, me lo voy a apuntar. El tema de la esclavitud en España es un tema desconocido. En el siglo XVIII los esclavos estaban considerados un signo de estatus. Puede que de ahí venga la frase "tengo un negro con librea", o "tiene un negro que le abanica". Se consideraba el colmo de la sofisticación. Existía este tipo de personaje, el del esclavo negro, y también personajes como Damián, que eran libertos que habían conseguido hacer mucho dinero y que sobre todo trabajaban en el mundo del espectáculo y disfrutaban de una buena situación económica. Había de todo.
- B.M.: En "
La hija de Cayetana" dibujas un fresco histórico del que emerge una gran historia protagonizada por dos mujeres que pertenecen a extremos totalmente opuestos de la clase social: la nobleza por una parte y la esclavitud por otra. La historia de la Duquesa de Alba está bien documentada, existen textos que prueban lo que cuentas en la novela. Pero en el caso de la ahijada negra has fabulado más, existen menos pruebas históricas, menos referencias. Hay constancia de algún diario en el que se cita la existencia de esta niña y también aparece pintada en varios cuadros de Goya, pero no hay literatura dedicada al tema.
- C.P.: Así es. Pero todas las peripecias por las que pasa esta mujer, si no le pasaron a ella le pasaron a gente de sus mismas circunstancias. Por ejemplo, cuando ella sale a buscar a su hija por Madrid y cae en un burdel; este burdel existía debajo del puente de Segovia, se llamaba La Casita. Allí iban a parar las pobres prostitutas de todas las nacionalidades y las más solicitadas eran las que tenían leche. Me parece tan brutal esa historia... Y es una historia real. O cómo los esclavos, al darse cuenta de que les iban a arrebatar a sus hijos, no les ponían nombre. Así les resultaría menos doloroso tratar de olvidarlos. Esto es algo que yo aprendí al escribir esta historia y que tiene relación con otras cosas que yo había visto. Por ejemplo, en Uruguay he conocido a mucha gente que fue víctima del Holocausto y que hasta hace unos años nunca habían hablado del campo de concentración ni de lo que habían vivido. El silencio y el olvido era el único consuelo que tenían. Cuando estás viviendo un drama no puedes hablar de él, lo que quieres es olvidarlo porque no puedes convivir con eso. Es lo mismo que les pasaba a los esclavos. Cuando les preguntabas sobre su vida, ellos hablaban de lo bonitos que eran los árboles en África, o de la puesta de sol sobre un lago, pero no te contaban cómo había sido la travesía, ni cómo les habían robado a sus hijos.
- B.M.: El lector va avanzando en la novela a través de dos historias paralelas, la de la Duquesa de Alba y la de la esclava negra, madre biológica de la pequeña María de la Luz. Se intuye que en algún momento estas dos historias se cruzarán y ambas mujeres se conocerán, sin saber cómo reaccionarán ambas. Al final, la conexión entre las dos se produce gracias a Hugo de Santillán, un abogado de pobres mulato que está a caballo entre los dos mundos. Me ha gustado mucho que hayas usado de puente entre ambas historias a este personaje. Por cierto, yo también conocí esta figura del abogado de pobres gracias a la novela de Cosano.
- C.P.: Me alegro de que te haya gustado. La mayor dificultad de la novela fue confluir esas dos historias. Hay grandes escritores que montan un artefacto fantástico pero que al final da la sensación de que se aburren y lo solucionan de cualquier manera. Yo quería que el final estuviera muy bien trabado y muy trabajado. El abogado de pobres era un oficio que existía. Solían ser hijos de un señor, muchas veces mulatos, pero muy desclasados porque no encajaba bien ni entre los blancos ni entre los negros. En la época de la novela ya alumbra el liberalismo, en Cádiz en concreto, y este era el sitio perfecto para ubicar a este personaje.
- B.M.: A mí la peripecia de la
Duquesa de Alba en tu novela me ha recordado un poco a "Las amistades peligrosas" por el ambiente en la Corte, sus amoríos, las rivalidades para robarse el poder, las intrigas palaciegas... Y la historia de la esclava me ha recordado a "Moll Flanders".
- C.P.: ¡Ah, qué bueno! Grandes escritores, sobre todo Daniel Dafoe. La novela "Moll Flanders" la tengo que releer, hace mil años que la leí. Es el mejor piropo que me han hecho últimamente. Me resultó muy difícil al escribir esta novela compaginar esos dos mundos sin caer en el melodrama. Yo detesto el melodrama y la historia de la esclava está todo el tiempo bordeando ese género. No quería que me saliera una historia barata.
- B.M.: No te ha salido melodramática y creo que en gran parte es debido al tono irónico, el humor fino que subyace durante toda la novela y que se refleja muy bien en el uso de los coloquialismos y de los anglicismos. Yo creo que eso le quita hierro a la durísima situación de la esclava.
- C.P.: Me alegro. Yo trato de trabajar mucho el lenguaje. A veces lees incluso a grandes escritores contemporáneos y todos sus personajes hablan igual, habla igual un señor de 60 años que una niña de 15 y esto confunde. Yo me fijo mucho en esto y creo que se debe a que soy sudamericana y soy muy sensible a los acentos e intento que cada personaje hable con su parla personal. Y otra dificultad con la que me encontraba era la de utilizar palabras que parecieran de la época, pero si yo ponía en la boca de los personajes palabras del siglo XVIII la mitad no se habrían entendido. Aunque a veces se deben usar palabras un poco arcaizantes para que la gente sienta que está en otra época, pero que a la vez entienda los diálogos.
Por otra parte, yo tengo una educación muy inglesa. Y creo que, como decía Evelyn Waugh, la mejor manera de hablar de las cosas serias es hacerlo en broma. En mi novela se habla de historias bastante terribles, pero como mezclas el humor de alguna manera lo haces más llevadero. Sobre todo era necesario en la parte de los esclavos, por eso creo al personaje de Celeste, que es una negra ruidosa y que me sirve para desdramatizar un poco y evitar que no sea todo lacrimógeno.
- B.M.: Tanto Celeste como Rafaela, las dos consejeras, amas y amigas, casi madres de las dos protagonistas, son personajes muy importantes. Siempre están ahí en los peores momentos de las protagonistas, con sus consejos y su sentido común.
- C.P.: Sí. La vieja sabia es algo muy clásico en la literatura, que juega un gran papel y que además te permite hacer ese contrapunto entre cómo opina la gente joven y cómo opina la gente mayor.
- B.M.: Un elemento que me ha interesado especialmente es la idea del destino, que aparece en muchas páginas de tu novela. En varios momentos tus personajes hablan de cómo los dioses cristianos o los orishas empujan a los seres humanos a través de un guión que escriben con renglones torcidos. Esa idea vertebra de alguna manera el libro: cómo el destino va marcando las pautas que siguen inevitablemente los seres humanos. En un momento dado, una de tus protagonistas afirma "que las coincidencias no existen, que todo está escrito".
- C.P.: Es que yo soy una eterna admiradora de Shakespeare y en el colegio una de las obras que leímos era "Macbeth y las brujas". En este libro las brujas hacían una predicción tramposa que luego se cumplía, aunque de otro modo al que entendía Macbeth. Este es un poco el juego que he tratado de hacer en mi novela. El destino, que marca el camino y que además se ríe de los humanos. Les toma el pelo todo el tiempo [risas].
- B.M.: A mí me suelen gustar mucho los personajes secundarios y en tu novela hay varios muy interesantes. Uno es la
Caragatos, una persona iletrada que gracias al apadrinamiento de un gran señor aprende a leer y se convierte en una persona cultivada. Creo que a través de ella rindes un homenaje al poder de la literatura. En todas las novelas me gusta rastrear personajes lectores.
- C.P.: Es verdad. Yo no voy más allá cuando escribo una novela y esto es desasosegante, porque no sé si voy bien o me dirijo hacia la catástrofe. Cuando empecé a escribir este personaje el personaje hablaba como una persona culta y no lo era, era una criada. Y pensé, ¿qué explicación doy para que esta mujer pueda hablar así? Entonces me inventé esa historia y la relacioné con los criados de sangre y no sangre. Bueno, me alegro de que te haya gustado Caragatos.
- B.M.: También me ha gustado mucho el personaje de
Elisa, esa prostituta aniñada, siempre con su baúl de juguetes eróticos... Me ha parecido un personaje encantador.
- C.P.: Ese personaje está basado en personajes reales, en concreto en las prostitutas orientales que llegaban y explotaban mucho ese físico aniñado que tenían, se vestían de colegialas y cosas por el estilo. Me pareció tan perverso que me gustó para la novela.
- B.M.: Gracias a Elisa observamos el contraste entre la sexualidad pervertida y enfermiza que muestra el hombre del barco por una parte y la sensibilidad y el erotismo que destila ella por otra.
- C.P.: Me alegro. Yo también me fijo mucho en los secundarios, es algo que le he copiado a Dickens. Él es mi maestro, yo he aprendido mucho de Dickens. Él escribía folletín y por tanto tenía que llegar a un público muy amplio, desde buenos lectores muy exquisitos a un público popular que lo único que quería era leer aventuras y que pasaran muchas cosas. Dickens presta mucha atención a los personajes secundarios, en cambio los principales suelen ser un poco planos, para que todo el mundo se identifique con ellos. Oliver Twist no es ni muy alto ni muy bajo, ni muy inteligente ni muy tonto, ni muy simpático ni muy antipático... es plano, cualquiera se puede identificar con él. En cambio, echa la carne en el asador con los secundarios.
- B.M.: Las ideas de tipo transversal las vehicula a través de los secundarios que se mueven alrededor y que acaban siendo más interesantes que los principales.
- C.P.: Exacto.
- B.M.: El folletín, aunque está muy denostado, es en realidad un gran género. A él pertenecen obras como "Los tres mosqueteros" o "El conde de Montecristo" de Dumas.
- C.P.: Claro. También Balzac o incluso Zola. Aunque han habido ejemplos de folletín bastante mediocres, es un género que han adoptado grandes autores. Este es el típico autor que yo siempre he querido ser, el que sus obras admiten dos lecturas: que si alguien quiere pasar un buen rato y leer simplemente la historia le pueda gustar, pero si hay un lector más atento (y me alegro de encontrarme hablando con uno), que se fija en toda la labor de orfebrería que lleva una novela, también. Esto segundo es lo mejor que le puede pasar a un escritor.
- B.M.: Cualquier obra bien hecha como esta debe tener diferentes niveles de lectura, diferentes niveles de profundidad, para que cada uno pueda satisfacer a distintos tipos de lectores. El que busca la pura peripecia seguramente se divertirá con la historia de tu novela, pero el que busca reflexión histórica tiene también diferentes elementos sobre los que pensar, como es el tema de la esclavitud. Por otra parte, te he oído comentar que la literatura para ti es un exorcismo y que te ahorra muchas horas de diván con el psicoanalista. Afirmabas que en "La bella Otero" exorcizaste de alguna manera el miedo a envejecer y a perder la belleza. ¿Qué has exorcizado con "
La hija de Cayetana"?
- C.P.: "La hija de Cayetana" es un libro que está escrito en un momento muy delicado. Yo tuve que dejar una novela cuando llevaba más de la mitad escrita porque me di cuenta de que iba a la catástrofe. Resultó parecido a una amputación, como si me dijeran: córtese este brazo y tírelo. Fue muy duro. Y de repente encontré esta historia que de alguna manera me permitía plantear este juego de dos niveles de lectura y que pudiera interesar a un público amplio, pero que al mismo tiempo interesara a un público lector. Ha sido como mi salvavidas y espero que me salga bien.
- B.M.: Lograr varios niveles de escritura para que después hayan varios niveles de lectura es complicado.
- C.P.: Es lo más difícil, porque si haces una novela popular llegas a un público definido, o si haces una novela elitista tendrás menos público pero más prestigio. Por eso es tan difícil querer estar en esta tierra de nadie.
- B.M.: Hay algo que muchos escritores soléis hacer y a mí me gusta rastrearlo. Se trata de buscar los guiños literarios que van dedicados al buen lector. En tu novela he detectado varios; uno de ellos lo encontré cuando leí entre sus páginas: "París, en este momento, sí que era una fiesta". Es un guiño muy claro a
Hemingway. En otro momento dado hablas de "su infancia en un huerto claro donde madura el limonero" homenajeando a Machado. Me encanta descubrir ese tipo de guiños, es un juego de pequeños códigos entre escritor y lector.
- C.P.: Yo a eso le llamo "piedras de Pulgarcito". En mis libros siempre dejo unas cuantas piedras de Pulgarcito, que a lo mejor las captas tú y no las capta nadie más, pero con que las haya captado una sola persona para mí ya supone una grandísima satisfacción. Es como dejar pequeñas perlas a lo largo del texto a ver si alguien las descubre.
- B.M.: Como tema histórico, también me ha resultado interesante la controversia entre afrancesados y majos. He descubierto con tu novela que el "majismo" no era puro folklore, sino que detrás existía un movimiento que trataba de frenar ese afrancesamiento galopante que estaba invadiendo a la Corte.
- C.P.: Eso era así realmente. El majismo existió como reacción al mundo de la Ilustración y a este movimiento no sólo se unían personas de la calle, sino que a personajes como la Duquesa de Alba le encantaba. Solía disfrazarse de maja y se iba a las verbenas. Date cuenta de que este periodo histórico es el fin de una era y el comienzo de otra. De hecho, se considera que la Revolución Francesa marca el comienzo de la Era Contemporánea. Esto se nota incluso en el teatro. Existían los autores de viejo cuño, para los que el teatro tenía que ser declamado y sólo hablaban de princesas y diosas, y de repente llegaron Moratín y otros autores de la nueva onda, que en sus obras de teatro tratan sobre personas normales. Eso era un anatema total. Habían dos mundos que convergían. Y a pesar de que Moratín es un afrancesado, sí tiene esa visión moderna que le lleva a hablar de la vida normal de las personas que, de alguna manera, se adscribe también con el majismo.
- B.M.: En tu novela intercalas páginas de prensa satírica y rosa de la época, "El impertinente" y "La pensadora gaditana".
- C.P.: "La pensadora gaditana" existió.
- B.M.: ¿Y tenía ese talante? ¿Ya existía ese género en esa época?
- C.P.: Sí, era una revista del corazón de la época. Y el del hombre que escribe para este periódico es otro personaje que a mí me gusta mucho, porque es el prototipo de lo que sería más adelante el tipo de periodista que no quiere que la realidad le estropee una buena noticia. El periodismo, tal y como lo entendemos nosotros, nace en la revolución francesa. Marat, por ejemplo, era periodista y tenía un periódico escandaloso y muy crítico. Hermógenes Pavía es un personaje malvado y horrendo, pero que me gusta mucho porque los plumillas en aquella época eran así.
- B.M.: Todos sabían que él era el que escribía la crónica social con mucha malicia, pero como no firmaba y él lo negaba no podían acusarle.
- C.P.: Claro. Y las duquesas, que se escandalizaban por lo que decían en el periódico sobre ellas, en el fondo les encantaba. Eso pasa también hoy en día. Hay gente que dice: qué horror, me han sacado en una revista del corazón, pero en el fondo les chifla.
- B.M.: Carmen, ha sido un auténtico placer hablar contigo sobre tu nueva novela.
- C.P.: Te agradezco muchísimo tu entrevista. Es una lectura totalmente distinta a la que ha hecho todo el mundo y para mí ha sido muy interesante.
Desde
Trabalibros agradecemos a
Carmen Posadas el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a los responsables del Coffee House de la Plaza Alfonso el Magnánimo de Valencia el haber cedido un lugar ideal para esta conversación y a la editorial
Espasa el haber hecho posible el encuentro con esta autora.