El poeta y narrador
Manuel Vilas posee un estilo personal, propio, original y novedoso, difícil de clasificar según los estándares literarios. Su novela "España" fue considerada una de las diez más importantes de la primera década del siglo XXI por la revista Quimera. También son de su autoría obras como "Magia", "Aire nuestro", "Los inmortales", "El luminoso regalo" y "
Setecientos millones de rinocerontes". Su novela "
Ordesa" fue traducida a más de veinte lenguas, elegida libro del año por el suplemento Babelia y obtuvo el Premio Femina, concedido en Francia a la mejor novela extranjera. Su novela "
Alegría" fue finalista del Premio Planeta y ha sido traducida a varias lenguas, además de ser finalista en Francia del premio Jean Monnet de literatura europea.
En lo que a poesía se refiere,
Manuel Vilas es autor de "El hundimiento" (Premio Generación del 27), "Gran Vilas" (XXXIII Premio Ciudad de Melilla), "Amor. poesía reunida, 1988-2010", "Calor" (VI Premio Fray Luis de León), "Resurrección" (XV Premio Jaime Gil de Biedma) y "El Cielo". También ha publicado libros de ensayo y relatos.
Bruno Montano ha tenido el placer de conversar con él con motivo de la publicación de "
Los besos", "una novela de amor romántico e idealizado, pero también de piel y amor carnal, de cómo en mitad de una crisis universal dos seres humanos intentan regresar a la patria biológica y atávica del erotismo, ese lugar misterioso donde hombres y mujeres encuentran el sentido más profundo de la vida" (
editorial Planeta).
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Bruno Montano (B.M.): Yo diría que el amor es una constante en toda tu literatura, tanto en la narrativa como en la poesía. En tus dos libros anteriores, "
Ordesa" y "
Alegría", te centrabas sobre todo en el amor paternofilial. Hay un amor enfermizo y autodestructivo que también me interesó mucho en "
El luminoso regalo", otra fantástica novela tuya. En este caso te has centrado en el amor de pareja, un amor en una edad madura.
- Manuel Vilas (M.V.): Sí, yo quería reflejar en este libro un amor romántico, estético, un amor en la edad madura, donde ya han pasado muchas cosas y los dos protagonistas, especialmente Salvador, tienen una idea de espiritualidad, de trascendencia incluso y de idealización. Porque Salvador, el protagonista y narrador, no ha encontrado otro sitio en donde construir una utopía que en el amor. Esa es básicamente la idea. De hecho en la novela, por ejemplo, la pandemia sirve para indicar que en el mundo social, político e histórico ya no hay nada, y que hay que replegarse hacia la intimidad y hacia lo que uno sepa construir con sus propios sentimientos y desde su propia vida.
- B.M.: Claro, porque aquí el hecho de que la novela se desarrolle mientras dura la pandemia y el confinamiento es puramente contextual, simplemente es una catástrofe contra la cual proclamar el amor.
- M.V.: Sí, es como lo de Casablanca, cuando Humphrey Bogart le dice a Ingrid Bergman: "El mundo se está derrumbando y tú y yo nos hemos enamorado". El mundo no hay nada que pueda ilusionarnos, en el caso de Casablanca hay una guerra, aquí hay un virus; encima ni siquiera podemos viajar a ver ciudades maravillosas, por tanto sólo estamos tú y yo, dos seres humanos, para ayudarnos a recuperar la vida y a recuperar la ilusión, porque el mundo está devastado. El libro está escrito durante la pandemia, cuando no se podía hacer nada más que comer y ver la televisión. Y frente a eso se levanta esta historia de amor. Yo pensaba, ¿quién no estará viendo el telediario tan obsesivamente como lo estamos viendo todos? Pues dos que se hayan conocido y que estén en un subidón erótico, en plena pasión amorosa. Y ahí vi yo un lugar desde el que salvaguardar la grandeza de la vida, que es a mí lo que me obsesiona, salvar siempre lo mejor que tenemos, que es la ilusión y la fuerza de la vida, sin lo cual no hay nada.
- B.M.: Los dos protagonistas son muy diferentes. Ella está arraigada en la vida, tiene exmarido, tiene hijo, tiene madre, tiene hermano, tiene un sentimiento de culpabilidad potente que no le deja vivir tranquila. Pero él, sin embargo, sin ser ingenuo, es un idealista, es un romántico, es un esteta y tiene una idea elevada de las cosas. Hay un fragmento del libro que define muy bien lo que pretende cada uno, cuando dice él: "Ella buscaba un amor en el tiempo y yo una belleza atemporal. Ella buscaba un ser humano y yo un arquetipo". Él tira por elevación, él busca una utopía romántica.
- M.V.: Por eso cuando lee el Quijote dice: esto es lo mío, soy como Don Quijote, busco una utopía. Y cuanto menos se pueda realizar, mejor. Él vive una disyuntiva, que es: yo soy un idealista, me voy a decepcionar, porque el idealismo avisa de una decepción futura, pero la vida sin idealismo también acaba decepcionando. Es una ecuación de difícil resolución. Él es un fin de raza, es el romántico que ve en la mujer una cosa que ahora ya casi es viejuna, que es el ideal de belleza absoluta. Él inventa una religión donde ella es todo. Lo que pasa es que eso no es amor. De hecho, él no sabe amar, cuando ve una imperfección de ella sale huyendo escandalizado.
- B.M.: Cuando mira al retrete, por ejemplo.
- M.V.: Claro. Cuando la ve como una persona imperfecta toda su religión se desmorona. El amor concebido tal y como lo concibe él es una utopía personal y privada, no le hace daño a nadie, sólo se hace daño a sí mismo. No es una utopía política ni social, en la que mete en el ajo a un montón de gente para acabar también decepcionados. Porque las utopías políticas acaban mal. Y la de él, si acaba mal, acaba mal para él solo. Como el caso de Don Quijote, que es una utopía personal y privada, que acaba mal sólo para él, mientras los demás se ríen de él. Además ayuda a que la gente se entretenga [risas].
- B.M.: A pesar de que él busca una utopía y un arquetipo, es consciente y también le interesan los correlatos pulsionales del amor: el erotismo, la pasión, el sexo... En un momento dado dice: "Quizá todo sea erotismo"; más adelante dice: "Sin erotismo la vida es un error". La parte más material o menos espiritual de ese amor también le interesa, la busca y la pretende.
- M.V.: Él quiere las dos cosas, lo que pasa es que en el erotismo y el sexo no ve únicamente la obtención de un placer, ve una dimensión profunda, algo ideológico y atávico, ve una raíz de la vida, de cosas muy intensas. En ese sentido, también es un visionario. El erotismo que lleva en la cabeza no es un erotismo cualquiera, no es el de satisfacer una necesidad animal. Su psicología ahí es complicada.
- B.M.: No busca en el erotismo un juego para satisfacer deseos o placeres, sino algo más espiritual.
- M.V.: Busca conocimiento. Cree que en el acto erótico hay una revelación. Tiene que ver con la idea de la búsqueda del orgasmo, que no es sólo el orgasmo físico, sino algo que conduce a una intemporalidad, a una suspensión, a un lugar de privilegio, a un lugar de profundidad abismal donde se revela el mundo, lo invisible.
- B.M.: "La petite morte", que la llaman los franceses.
- M.V.: Exactamente.
- B.M.: Una pequeña muerte, una suspensión de los sentidos y de la conciencia. Tiene un punto místico.
- M.V.: Eso es lo que él busca.
- B.M.: Pero, a pesar de todo eso, él también es consciente de que ese proyecto amoroso se va a oxidar, se va a ver afectado por la
entropía. El movimiento entrópico es una constante en esta novela y en la vida, la tendencia al desorden y a la destrucción.
- M.V.: Ha metido la entropía en el erotismo y, aunque esté mal que yo lo diga, me parece original. Sí, el erotismo también está sometido a la entropía, al desorden, y a la oxidación y al acabamiento. Y eso le aterra, claro, porque ve que después del sexo lo que le queda es la transformación en ese territorio que llamamos relación de pareja, donde hay complicidad, amistad, estabilidad, pero no hay esa devastación del erotismo. Él hace sus cuentas, sabe que la amistad y la confianza en otro ser humano es un territorio sentimental de una enorme importancia, pero si pasa por la renuncia al sexo ya no lo ve tan claro. Y ahí se queda, como tantos otros.
Es un problema que a mí me llama la atención, ya como observador y no como escritor de esta novela. Me llama la atención que llevamos tres mil años de civilización occidental y en los cincuenta últimos años hemos visto avances brutales en ciencia y tecnología y en este problema de la integración del sexo en el amor no tenemos muchos recursos, ni hemos sabido resolverlo. Sólo pasamos por rupturas matrimoniales, rupturas de pareja, monogamias consecutivas, ahora ha aparecido el poliamor, los follamigos y tal... No ha aparecido ninguna solución satisfactoria ni interesante. Ahí hay un misterio, que es que no podemos vivir sin sexo, pero tampoco podemos vivir sin amor en el sentido de complicidad y estabilidad. Y los seres humanos, en esta situación, sufrimos muchísimo. Esto es motivo de divorcio, de sufrimiento, de amargura y de incomprensión. Y ahí estamos. Porque, si tú solucionas esto en tu vida, tienes solucionados el 90% de los conflictos. El otro 10% es comer y ganarte el salario.
- B.M.: [Risas] La intendencia.
- M.V.: Eso es. Si tú tienes una relación amorosa plena con sexo y confianza, todo a la vez, el 90% de tu vida está solucionada.
- B.M.: Sí. La raíz última de la mayor parte de los problemas psicológicos y de las principales frustraciones está ahí.
- M.V.: Pero esto no lo tiene solucionado nadie. Yo pregunto mucho, porque como escritor soy un alcahuete, y veo que la gente tiene apaños. Que es muy interesante tener apaños, todos los que nos hemos hecho mayores nos hemos apañado con esto, pero yo no me he encontrado a nadie que me diga: yo no lo he apañado, yo lo he solucionado.
- B.M.: Es complejo.
- M.V.: Me he encontrado con gente que me dice: no he alcanzado la perfección en este problema, pero con esto que he conseguido he resuelto un 40%, he conseguido una relación donde hay ternura y un poquito de sexo, o al revés, he conseguido mucho sexo y poca ternura...
- B.M.: Hay una especie de "entente cordiale", pero no una resolución del problema.
- M.V.: No, y a mí me apetecía indagar eso. Y en este libro tampoco hay una solución, como pasa en todas las novelas, se hacen fotos sobre esos problemas y se le exponen al lector para que pueda ir viendo en qué manera esa historia le afecta a él.
- B.M.: Hay una cosa que me interesa mucho de tu obra, que haces muy bien, y que en este último libro también has hecho. Te la explico, a ver si estás de acuerdo. Tú, sobre la línea base de la vida de tus protagonistas, ejerces una especie de tirón hacia arriba por elevación a través de la poesía, la metafísica, la filosofía y el pensamiento y luego, para compensar, tiras de la vida hacia abajo con el humor, la parodia, incluso el esperpento, logrando así una especie de equilibrio narrativo.
- M.V.: Pero fíjate que eso está hecho un poco a imagen de lo que es una vida de un hombre o una mujer normal con un poco de cultura, porque los tirones para arriba que dices tú están basados en haber leído, en haber pensado, en haber reflexionado, pero claro, luego eso se compensa con tirones hacia abajo, que es la vida ordinaria, la ironía, el sentido del humor, lo ridículo de todo. Hay mucha cotidianidad aquí: las sartenes antiadherentes, la lavadora...
- B.M.: Los gayumbos del Rey.
- M.V.: [Risas] Los gayumbos del Rey, por ejemplo. Los comentarios políticos, que a veces casi son tabernarios, pero que vienen bien. El lado político de esta novela a mí me gusta mucho, cuando Salvador piensa que Felipe VI pierde la monarquía y se convierte en un hombre más, me parece muy divertido.
- B.M.: Al principio del libro dices: "La vida humana tiende a la comedia". Hay que elevarla un poquito, porque si tú la dejas ir a su aire, deriva hacia la comedia, hacia la risotada, incluso.
- M.V.: Eso es una experiencia de vida que yo creo que todos los que tenemos años sabemos. Es verdad que hay dramas, pero es que al final somos muy berlanguianos. Esta es la tierra de Berlanga. Y este país es muy berlanguiano.
- B.M.: Hay mucho sentido del humor aragonés en tu obra, ¿verdad?.
- M.V.: Es que Buñuel y Berlanga, los dos Luises, son dos humoristas, están hermanados por una visión similar, es que lo llevamos en el ADN. Y no debemos avergonzarnos de la comedia, porque es una forma de conocer el mundo. A través de la comedia uno conoce el mundo igual que a través de la tragedia. Y la comedia es conocer el mundo respirando tranquilamente, mientras que la tragedia es conocer el mundo a base de pegarte puñetazos y apuñalarte.
- B.M.: Otro elemento constante en esta novela es la
Oscuridad con mayúsculas, esa parte de vida que no entendemos y que provoca la entropía, el desorden, el no saber y que amenaza el equilibrio, que amenaza nuestra alma. Eso está presente en casi todos los capítulos.
- M.V.: Eso está presente en casi toda la novela. Yo quería que estuviese presente eso, que no sé qué es y por eso se llama Oscuridad, que yo identifico con aquello que sigue siendo un misterio que está en la vida humana, que está en nuestra mortalidad, en la idea de la relación entre vivos y muertos, del pasado, el presente y el futuro, y que el coronavirus de alguna manera volvió a poner sobre el tapete. Porque claro, nosotros hasta el virus teníamos un mundo muy sólido en lo político, en lo cultural, en lo tecnológico y en lo científico. Era un mundo de una gran solvencia. De algún modo pensábamos que estábamos ya por encima de la naturaleza. Y ahora con las últimas erupciones de estos volcanes volvemos a ver que la naturaleza reaparece de vez en cuando y vuelve a reubicar las fuerzas y el orden.
Cuando llegó el virus parecía como si la plaga bíblica se impusiera sobre el relato de la Ilustración, que era el dominio de las fuerzas oscuras de la naturaleza a través de la razón. La edificación moderna de la ciencia es esa y viene de la Ilustración. Y de repente aparece un virus, que además tiene un origen político o pseudopolítico de carácter maligno -la idea del mal, que también es bíblica, aparece por detrás- y eso da un poco de cuerpo otra vez a esas fuerzas desconocidas que en la novela se llaman la Oscuridad.
- B.M.: Esa puerta a las fuerzas desconocidas en la novela se llama Rafael Puig, un personaje muy interesante que aúna Ciencia y Oscuridad.
- M.V.: Yo le puse el nombre de Rafael por el pintor Rafael Sanzio. Sí, es un personaje inquietante, que está en el pasado del protagonista, vinculado al golpe de estado del 81, donde Salvador vio el posible antecedente colectivo del virus, como catástrofe a nivel español. Y eso le hace recuperar a ese personaje enigmático, que está todo el rato presente y que le une a un pasado remoto, que de repente ha aparecido ahí de manera misteriosa y que le recuerda que hay muchos misterios en el mundo.
- B.M.: Es un personaje raro que tiene una intervención decisiva.
- M.V.: Sí, le da una clave que yo creo que a Salvador no le convence. Pero es una clave que a mucha gente sí le ayuda.
- B.M.: Una de las claves contra la Oscuridad también podría ser la belleza, como una forma de combatirla.
- M.V.: Para mí la belleza es respetar a la vida y darle dignidad a la vida, tal y como yo la concibo ahora. No humillar la vida ni ofenderla. Cuando yo hablo de belleza en la novela no hablo de catedrales góticas ni de la Capilla Sixtina, hablo de un sentido natural de la vida, una caricia, una sonrisa, una arquitectura razonable, unas calles bonitas, un árbol, un banco con una madera que esté limpia, una papelera que no esté llena de basura...
- B.M.: Microbellezas.
- M.V.: Mira, eso es maravilloso. Te lo voy a robar. Microbellezas. Una mesa limpia, que cuando en el bar te dan un café con leche no se haya derramado nada por alrededor... no sé, este tipo de cosas, simplemente, que quizás sean cosas de la edad madura. Por otro lado, la pandemia también ha puesto eso sobre la mesa, de repente estas cosas que son humildes, ahora hemos visto que fundamentan la vida.
- B.M.: Al hilo de esto que comentas, estoy recordando una definición de Leonardo da Vinci que yo creo que viene muy bien al caso, y es la del amor como "appetito di bellezza".
- M.V.: Perfecto. Pues mira, te voy a robar la segunda frase. Pues sí, para mí el amor es "appetito di bellezza". Hay otra cosa en la novela que es la masculinidad. El apetito de belleza que hay en la novela es de carácter masculino porque el narrador es un hombre, pero es una masculinidad ya crítica, el propio Salvador ya no quiere ejercer esa masculinidad clásica del hombre como la persona que toma la iniciativa en la relación amorosa. Quiere que sea ella la que domine esa relación. Eso también está en la novela.
- B.M.: Y, como sueles hacer, has aprovechado el contexto político y social para repartir un poco de estopa. Y has repartido estopa a la monarquía, a los políticos narcisos, a la educación, a la gestión de la pandemia...
- M.V.: Yo creo que la función de la novela es hacer una crítica alternativa y lateral. La crítica que hace una novela a la realidad es muy lateral, no es la que sale en los medios de comunicación, ni la que hace la gente sesuda. Es, a veces, una comedia de barra de bar, pero donde se dicen muchas verdades que a lo mejor no se pueden argumentar. Por ejemplo, lo que Salvador dice de los narcisos a lo mejor no es solvente desde un punto de vista politólogo, no es un politólogo el que habla, es alguien que habla desde observaciones laterales, emocionales. Pero a mí me gusta lo que dice.
Quise que Salvador fuese de difícil catalogación ideológica, porque quería que cualquier persona inteligente, de cualquier ideología, pudiera ver allí algo que reconociera como verdad, independientemente de su credo ideológico. Y para eso tenía que desubicarlo completamente. Me interesaba desubicar al personaje para poder hacer una foto global, que sirviera a cualquier persona. Hombre, yo me imagino que la derecha tendrá más problemas en aceptar las cosas que yo digo, pero es que la derecha siempre ha tenido problemas con la literatura. Pero yo ahí ya no me meto, ese es un problema de ellos y no mío. Creo que es obligación moral del escritor hacer fotos del panorama social y político, yo atinaré más o atinaré menos, pero si no las hago me siento mal. Pueden ser fotos desenfocadas o desacertadas, pero al menos lo he intentado.
Por ejemplo, yo vi una falta de liderazgo a nivel mundial, vi que en todos los países, el nuestro incluido, los políticos decían las cosas que se podían decir. Por poner un ejemplo, no había un Churchill en ningún lado, alguien que dijera algo que, si lo dices, te juegas tu carrera política. En realidad, lo que Salvador ve en los narcisos es que son personas que están construyendo una sólida carrera política, que es la de ellos. Cuando esa carrera política converge con los intereses generales es maravilloso, que es lo que pasó con el Rey en el 81. Por eso se dice que Juan Carlos I en el 23F no salvó España, salvó su negocio. Lo que pasa es que su negocio en ese momento pasaba por salvar a España. El problema es cuando dejas de estar en ese negocio político. Esa visión lateral de la política es muy disolvente y muy agria, pero yo la veo bastante acertada.
Los lugares donde hay licencia para matar, o para tirar bombas ideológicas o morales, son la novela, el cine y poco más, porque en los demás sitios ya no se puede. En la novela esto se puede hacer porque tiene el margen de la ficción y puedes decir que las opiniones no son del autor, sino del personaje. Ese es el arte de la novela.
- B.M.: Para acabar, me ha parecido muy interesante cómo has metido
El Quijote de rondón, libro que acaba teniendo un papel importantísimo. El protagonista propone una la lectura del Quijote como novela de amor, no como la historia de un loco que sale a los caminos a desfacer entuertos sino como la historia de un enamorado, que gracias a Dios no acaba en boda. Me parece muy interesante esa lectura y muy interesante cómo la has hilado con la historia.
- M.V.: Fíjate, es que es curioso, porque en realidad lo más importante que hay en la vida de Don Quijote es ganar batallas para ofrecerlas, para poner a los pies de Dulcinea a todos los caballeros vencidos. Y eso la gente no se lo ha creído. Pero es su motivación. Y de repente, Salvador dice: pues si es una novela de amor, no es una novela del idealismo contra la realidad; bueno, puede ser eso, pero es más una novela de amor. Porque, como la utopía que Salvador quiere crear es la misma que crea Don Quijote... utopía es Dulcinea y utopía es Montserrat, en el caso de esta novela. A mí me pareció muy revolucionario decir que Don Quijote no es una novela del idealismo contra la realidad y decir que en realidad es una novela de amor, del enamoramiento de un hombre hacia una mujer que casi no ha visto.
- B.M.: Pues te voy a dar otra definición de amor que me acaba de venir a la memoria. Creo que era de Platón y decía que el amor es el deseo de engendrar en lo perfecto.
- M.V.: Pues sí. Pero esa ya es muy platónica. [Risas]
- B.M.: Me gusta más que la de Freud, que decía que el amor es la hipervaloración del objeto sexual.
- M.V.: Claro, esa es muy freudiana. Pues fíjate, entre una y otra estamos. La de Freud históricamente fue necesaria también, porque había que aterrizar en algún momento, pero ahora probablemente también hay que elevarse un poco. Quizá llevamos aterrizando mucho en la hipervalorización.
- B.M.: O en lo bioquímico, o en lo cerebral.
- M.V.: Bueno, a ver, todos esos aterrizajes que se han hecho desde la neurociencia, que ya sabe cómo se produce el enamoramiento con la bioquímica y las sustancias que genera, están muy bien, pero tú le dices a un enamorado que está siendo víctima de una bioquímica cerebral y que con eso se explica su estado y te va a decir que muy bien, pero que eso a él le importa un pimiento, que él va a lo suyo. Si con el relato de la neurociencia sobre el amor ya hubiéramos cerrado el tema, pues ya no se escribirían novelas. Si nos bastase lo que dice la neurociencia, esta novela no tendría ningún sentido. Pero está claro que no nos basta.
Desde
Trabalibros agradecemos a
Manuel Vilas el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a la
editorial Planeta el haber hecho posible este encuentro.