Cuando Anna Holt, la nueva jefa de policía de Västerort, recibió la noticia del asesinato de "un hombre solo de mediana edad, marginado social, con problemas de alcoholismo" se sintió casi aliviada. Junto a su cadaver se encontró una corbata manchada de salsa, la tapadera de una olla de hierro y un martillo con el mango partido. El muerto tenía sesenta y ocho años, se llamaba Karl Danielsson y vivía solo; el caso parecía sencillo, debía tratarse de "un borracho normal y corriente" al que algún otro de sus amigos alcohólicos había asesinado tras una vulgar discusión que acabaría convirtiéndose en pelea.
Las primeras semanas en su recién estrenado cargo habían sido más agitadas de lo deseable y pensó que esta vez se encontraba ante un "caso normal" que no presentaría ninguna dificultad. En realidad, había otra cosa que le preocupaba mucho más: no habían pasado ni dos meses en su actual puesto de trabajo y ya habían puesto bajo su mando a Evert Bäckström, un investigador cuya leyenda negra se extendía por toda la policía sueca. Anna se sintió como si Bäckström le hubiera llovido encima, como si "un ángel caído" -mejor dicho "un querubín de mediana edad, muy gordo y con las alas quebradas"- le hubiera caído en los brazos.
Según los antecedentes que conocía de este hombre tan peculiar, la nueva carga que le asignaban sería difícil de llevar. Había tenido el disgusto de trabajar antes con él y sabía que era machista, homófobo, mal educado y desagradable, entre otras lindezas por el estilo. Bäckström es de los que se creen siempre más listos que los demás, alguien bruto, déspota y patoso que se conduce por la vida sin ningún miramiento hacia nadie, que para colmo está convencido de ejercer una enorme atracción sobre el sexo opuesto y que ve en lo que él llama su supersalami el mejor regalo para cualquier mujer. Pero, siendo fieles a la verdad, no puede decirse que sea un mal investigador. Lo cierto es que gracias a su trabajo la policía había resuelto casos difíciles e importantes.
Contra todo pronóstico, Evert Bäckström, el detective "gordo, bajito y primitivo" que Leif GW Persson nos presentó en su anterior novela "Linda, como en el asesinato de Linda", se había propuesto llevar una vida mejor. Contento de haber salido al fin del almacén de objetos perdidos de la Policía al que le habían destinado sus superiores como castigo y alarmado por los pronósticos sobre su salud que le hizo el médico, por primera vez en su vida Bäckström se disponía a hacer dieta, practicar algo de ejercicio y dejar el alcohol. Misión harto difícil para el detective más vago y hedonista que conocemos.
Sin embargo, a veces las cosas no son como parecen y lo que en principio parece un caso fácil de resolver se va ramificando y se complica de forma inesperada. En todo caso, Evert seguirá actuando de la forma habitual, poco ortodoxa pero eficaz a su modo. "Bäckstrom va por ahí como una manada de elefantes, arrasándolo todo a su paso. Cuando por fin se posan las motas de polvo, por lo menos sus compañeros encuentran alguna que otra pista valiosa". Quién sabe, a lo mejor puede que este detective tan especial resulte útil al fin y al cabo.