Un cadáver ha sido encontrado en el barro, junto a la pista de atletismo del campus del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Probablemente se trata de Gail Shipton, una estudiante de posgrado de veintidós años que cursaba Ingeniería Informática, cuya desaparición fue denunciada hacia medianoche y que fue vista por última vez en el bar Psi, cuando salió del local hacia las cinco y media o seis de la tarde para hablar por teléfono.
A primera vista, la mujer asesinada presenta un aspecto inquietantemente normal. Un primer examen revela una total ausencia de señales de forcejeo. El cuerpo está colocado en una postura elegante, casi dramática. Una tela blanca está dispuesta sobre el cadáver, cuidadosamente colocada a modo de toalla de baño. La piel de la víctima está demasiado limpia y el rostro refleja una expresión demasiado apacible. Como si Gail no se hubiera resistido a morir, lo cual es, en sí mismo, una anomalía. Una gran anomalía que despierta la curiosidad y enciende todas las alarmas en la mente analítica de Kay.
La médica forense Kay Scarpetta enfoca el cuerpo con su linterna ultravioleta que irradia luz invisible al ojo humano. El foco hace visible una imagen nada habitual: sobre el cadáver aparecen múltiples destellos de colores eléctricos fluorescentes. Bajo la luz negra el cuerpo sin vida de Gail centellea en tonos rojo sangre, verde esmeralda y morado intenso. El origen de este extraño efecto cromático parece encontrarse en un polvo fluorescente muy fino que se halla esparcido por toda la tela y el cuerpo de la chica y se presenta en una concentración más alta alrededor de la nariz y los labios, en los dientes y en el interior de los orificios nasales.
El caso llega a la doctora Kay a través de Pete Marino, su ex investigador jefe. Marino ha recurrido a ella sabiendo que no debía hacerlo. Kay está de baja por enfermedad tras recuperarse de una gripe y, por otra parte, ya no trabajan juntos. No ahora. Después de permanecer varios años bajo su mando, Marino había decidido dejar su trabajo para volver a ser policía como antes. Y, a pesar de la dependencia hacia Kay que todavía mantiene, parece contento de haberlo hecho.
Las investigaciones sobre la fallecida conducen a una sospechosa coincidencia. Gail había demandado a sus ex gestores financieros y estaba previsto que el juicio millonario comenzara en unas pocas semanas. Por otra parte es posible que Lucy, la sobrina de Kay, pueda arrojar algo de luz sobre la víctima. Se conocieron hace un tiempo y Lucy era clienta asidua del bar Psi, el local donde se vio a Gail por última vez.
El misterio está servido y Kay Scarpetta pondrá todo su afán en resolverlo. Su dilatada experiencia como médico forense, sus amplios conocimientos en la materia y su brillante deductiva serán elementos muy útiles para lograrlo. Apoyándose en las técnicas más vanguardistas y en los métodos científicos más modernos, intentará leer la historia que el cadáver siempre trata de contar. Marino, por su parte, aportará arrojo, valentía, experiencia y decisión. También Lucy -un verdadero genio de la informática- y Benton -experto agente del FBI especializado en elaborar perfiles psicológicos criminales y pareja de Kay- serán piezas clave para la resolución de este asesinato, un caso que podría estar relacionado con otros similares y en cuya investigación estarán completamente solos, llegando a dudar incluso de sus propios compañeros de profesión y de estamentos tan influyentes y opacos como el FBI.