«… el verdadero sentido de su trabajo era ese, conseguir que Samuel y los niños como él pudieran jugar tranquilos, sin miedo a que alguien pudiera hacerles daño, convencidos de que el mundo, su mundo, era un lugar seguro y vigilado, sobre todo porque él se encargaba de que así fuera.» (pp.493-494). Mientras tanto, Martín Serrano se ha encargado de tenerme con el alma en un puño sufriendo por Tomas y sus malditos problemas de insomnio. A ver, entonces… cuando eres adulto te das cuenta de que personas como Tomás (¿buenas?) quieren para sus hijos la seguridad que con el paso de los años ellos mismos han descubierto que nunca hemos tenido. Pues solo me queda recurrir a esa expresión tan castellana que comienza con «ajo» y termina con «dersetoca».
Probablemente el argumento lo habéis leído en la contra del libro o en otros sitios web de literatura (o de lectura, que no se ofenda nadie, o sí, total…), así que lo resumo en pocas líneas: alguien (singular o plural, femenino o masculino) es muy muy malo (neutro); los muy poderosos son malos de narices; los nada poderosos son víctimas de principio a fin. Pues sí o no. Porque lo mejor de esta historia que nos narra
Martín Serrano es que piensas que lo son para, pocas páginas después, pasar a pensar que no lo son tanto, que las víctimas son los verdugos y los verdugos se han visto relegados al papel de víctimas; sin embargo, pasadas otras cuantas páginas cada uno retoma su papel inicial. Y ahí está el lector, intentando mantener su criterio vital y descubriendo cómo, una vez más, las palabras usadas con un toque de magia nos descarajan el orden lógico de nuestra mente. Que ni es orden ni es lógico; solo son maneras de entender para protegernos de nosotros mismos.
La presentación psicológica de cada personaje es inquietante, la de lugares es la justa para que no nos distraigamos de lo importante de la historia, que ni siquiera creo que sea la propia historia, sino lo que hay detrás de cada perfil retratado, o sea, del ser humano. El protagonista indiscutible es
Tomás, un policía que conquista el cielo con su buen trabajo y baja a los infiernos también por su buen trabajo. El resto de personajes tienen un peso suficiente para dar una consistencia sólida a la historia, lo importante es lo que siente Tomás, cómo su vida se derrumba sin motivo aparente. La presentación de lo que debe de sentir y cómo lo siente es de lo bueno lo mejor durante todas las páginas (que no son pocas). La mujer, el hijo, el hermano, la compañera de trabajo, el jefe, los poderosos, los invisibles… son meros figurantes en la historia de nuestras vidas… perdón de la vida de Tomás. Las decisiones, personales y profesionales, son Tomás, sin más explicaciones aquí.
Se agradece que no haya salpicaduras de sangre al abrir el libro… Las palabras bien barajadas y mejor dispuestas permiten generar esa imagen sensorial; sin necesidad de entrar en descripciones que te hagan palpar la viscosidad tibia de la sangre de una víctima. La lectura de una novela creo que debe de reportar placer, descanso (cada uno descansa de una manera, cierto); acepto que haya quien disfrute con esas descripciones realistas en exceso y desasosegantes (puede que yo lo hiciera en el pasado, ya no), pero en "
Insomnio" se tendrán de conformar con recibir todas las herramientas que un autor puede poner a nuestra disposición para que nosotros solitos demos el último toque de luz a esa escena que esperamos respirar y toquetear con la yema de los dedos.
La tensión está servida, el insomnio me lo ha provocado por querer leer unas páginas más y descubrir por qué. Tengo que ponerle un pero, gustos personales: la agonía final se me ha hecho algo larga; ese instinto de querer ahorrar sufrimiento innecesario (innecesario, Daniel, no hay que regodearse en el mal ajeno…).