"Para hablar sobre las guerras ya están los generales y los historiadores; yo luché en infantería, y la mayor parte del tiempo no sabía dónde estaba ni lo que estaba haciendo; me limitaba a obedecer órdenes e intentar no sufrir ninguna de las horribles muertes distintas que se me presentaban. Desde entonces he leído lo suficiente para saber un poco sobre las acciones en las que participé, pero las afirmaciones de los historiadores no arrojan demasiada luz sobre lo que yo recuerdo".
"El quinto en discordia" – Robertson Davies
Una guerra nunca es una buena idea.
María Herreros (Valencia, 1983) cuenta en su último trabajo, una obra a caballo entre el cómic y el libro ilustrado, las memorias de su abuelo, un hombre de campo, sencillo y amable, al que le tocó vivir en primera persona el peor capítulo de nuestra historia reciente. Sin embargo, esta no es una crónica histórica, es uno de los muchos pequeños relatos que hacen grande el conjunto, lo humanizan y, en la mayoría de los casos, por desgracia, pasan desapercibidos.
Domingo Evangelio Guatía era un muchacho que soñaba con casarse con su novia y vivir tranquilo y en paz y, aunque llegó la guerra con otros planes, se mantuvo firme en sus anhelos y no dejó que su percepción del mundo se enturbiara.
Así que, aunque, entre los años del conflicto y el tiempo de instrucción obligatoria que todos los españoles de entonces tenían que prestar, la vida militar le robó cinco años, supo lamentarse cuando tocaba por las alubias derramadas, los caballos congelados o los frutos sin recoger mientras la sangre, salpicaba para siempre los corazones de los demás.
Domingo era un hombre sabio ya que eligió que el no rencor fuera su legado.
Todo lo que vivió en aquellos años fue registrado en un diario, más como testimonio que cómo alegato, y es ese documento el que la ilustradora, con el amor de una nieta y la visión de una artista ha transformado en el libro que nos ocupa.
María había intentado que el
diario de su abuelo formara parte de los archivos nacionales, ya que en él aparecen datos muy concretos sobre los emplazamientos de alguna de esas horribles fosas comunes que, a día de hoy, aún nos avergüenzan, pero con la llegada de Rajoy a la presidencia, los fondos destinados a la Memoria Histórica fueron eliminados y no pudo ser.
Ahora quedaba la duda de si compartir o no el diario de su abuelo con el mundo.
El proceso, ha contado la valenciana en alguna ocasión, no ha sido rápido, el vínculo familiar y afectivo que la unía con el protagonista le hacía preguntarse si no sería una falta de respeto airear las memorias de su abuelo, pero no lo es y, por suerte, se dio cuenta cuando, en una residencia artística en 2019, consistente en pintar un mural en un castillo en Pressigny Les Pins, le nació del alma pintarlo entre las palabras que el mismo había escrito.
Ese golpe de inspiración, junto a la aceptación (secretamente anhelada) por parte de su madre, que además le entregó las cartas que Domingo había intercambiado con su queridísima Rosa desde el frente, y una conversación casual con la editora de
Lumen, fueron el empujón definitivo para que se decidiera a hacer
Un Barbero en la guerra.
El estilo de María, consistente en desestructurar las figuras y envolverlas de una atmósfera muy particular, entre onírica y poética, hace que la ambientación gráfica sea una pulsión emocional acorde con un texto nacido del corazón de un hombre bueno que solo quería que los suyos conocieran su historia.
Este no es un libro de guerra, pues no hay batallas ni relatos épicos. Es la memoria de la desesperación y la esperanza y es, sobre todo, una historia de amor.
Una guerra nunca es una buena idea.