El orgullo patrio nos dice que vivimos en el país donde se escribió El Quijote, que descubrimos América, inventamos el autogiro, precursor del helicóptero e inventamos también el submarino. Fuimos el imperio donde nunca se ponía el sol. Tenemos siete ganadores del Nobel y un sinfín de ganadores del Oscar. Somos el país de la paella y el flamenco. De los tres tenores, dos eran españoles. Rafa Nadal es nuestro y Pau Gasol y Mireia Belmonte e Indurain. Tenemos la Sagrada Familia, la Catedral de Burgos, el Acueducto de Segovia, la Alhambra de Granada y tenemos más de setenta denominaciones de origen que incluyen el vino de La Rioja y el jamón de Jabugo.
Pero, como se suele decir, los que olvidan su historia están condenados a repetirla y, aunque tenemos motivos más que de sobra para levantar la cabeza y sacar pecho, no podemos olvidar que, por desgracia, también somos la España dividida, la de la guerra entre hermanos, la de las fosas comunes y las heridas abiertas.
El duelo es el proceso de adaptación que conlleva cualquier pérdida significativa. Es un trabajo íntimo y personal que cada cual vive a su manera. Es necesario y es curativo. Pasar página y seguir adelante no significa dejar de sentir, significa asumir la pena y reconstruir lo que nos queda para que la rueda siga girando.
Pero, si seguir adelante es doloroso, cuanto más tiene que serlo no poder hacerlo, no poder llorar o no saber dónde.
El 14 de septiembre de 1940, 532 días después de que terminara la Guerra Civil, doce hombres fueron fusilados en Paterna (Valencia) y enterrados, como tantos otros, en una fosa común. Entre esos hombres se encontraba José Celda y en "El Abismo de Olvido", Paco Roca y Rodrigo Terrasa nos cuentan su historia, la de Pepica, hija de José, que peleó hasta el final para recuperar el cuerpo de su padre y darle una sepultura digna, y la de Leoncio Badía que, obligado a trabajar como sepulturero, intento, dentro de sus posibilidades, dotar de máxima dignidad a los cuerpos que enterraba.
Sabemos que la firma de Paco Roca es sinónimo de éxito, así que no podemos sorprendernos de la calidad y la claridad del dibujo que caracteriza a Paco. Líneas suaves, con muy poco ruido y una utilización del color sutil, en tonos sepia para transportarnos al pasado y colores más brillantes para las escenas que se desarrollan en el presente, también juega, en esta ocasión, con la composición de página para introducirnos en el asfixiante laberinto burocrático que supone la exhumación de un cuerpo y con el radical cambio de estilo que nos lleva a la antigua Grecia para insertar escenas de la Iliada.
Fueron la investigación y el empeño de Rodrigo Terrasa los que convencieron a Paco para regalarnos este testimonio en forma de cómic y, tras "Los surcos de azar" y "Regreso al Edén", seguir dibujando en contra del olvido.
Siempre hablamos de la guerra de forma impersonal, pero la historia colectiva se construye cimentada sobre miles de historias individuales y cada nombre propio es importante. José Celda Beneyto, Josefa Celda, Ramón Gandía Belda, Francisco Fenollosa Soriano, Manuel Gimeno Ballester, Leoncio Badía, Manuela Soler, Pura Celda, Manuel Polo-Cerdá, Paco Roca o Rodrigo Terrasa son solo algunos de los protagonistas de esta historia pasada que, por desgracia, llega hasta el presente y que merecen, como tantos otros, ser recordados porque el olvido, como bien dice este libro, es un abismo al que nadie debería sucumbir.
Ya hemos dicho que pasar página es importante, pero no podemos hacerlo a toda costa. Un crimen de guerra es un crimen. Una injusticia al amparo de un régimen es una injusticia. Un sicario es un asesino y mirar hacia otro lado no es una opción.
La memoria histórica es un derecho y un deber. No podemos ser tibios. No podemos olvidar.