La granada,
que guarda los secretos
de sus perlas,
sigue esperando
que pelen
su brillante piel.
La sed es promesa
de líquido delicioso.
(Maram al-Masri)
Una vez, una mujer comenzó a sentir una pasión. Era una semillita, casi insignificante, que podría haber sido barrida por una mala ráfaga de viento. No era más que una semilla como había cientos de miles allá donde se mirara. En su pasión, soñaba. Soñaba con libros, con versos. Respiraba
poesía. Y la semillita se alimentaba y crecía. Se hacía más y más fuerte.
Pasaron los años y la semilla resistía, latiendo allá donde otras muchas habían claudicado y vuelto inertes a la tierra que las había parido. Y la mujer, viéndola preparada, la plantó en una bonita maceta de barro, pintada de colores que aún no se han inventado.
Le puso un nombre, pues de todos es sabido, que las plantas son seres vivos y necesitan cariño. Y lo primero, era un nombre para hablar con ella y darle los buenos días, las buenas noches y contarle las amarguras y las dichas. Y la llamó
Espiral Literaria. Hace ya cinco años que esta mujer plantó la semilla. Y nació un árbol. Un granado. Y el arbolito cada día se hacía un poco más fuerte. Y crecía poquito a poco, pero con vigor y fuertes raíces.
La mujer mostraba el
granado a todo aquel que quisiera verlo, y alimentándolo con el dióxido de carbono de muchos alientos y el agua (a veces en forma de lágrimas de pena y de alegría), creció y creció. A final de 2013, la mujer se dio cuenta de que los primeros frutos, comenzaban a colgar de sus perseverantes ramitas.
El arbolito dio vida a unas cuantas granadas. Unos frutos de corteza dura e inexperta, que pendían orgullosos entre hojas verdes y duras, no muy grandes, de unas ramas que parecía increíble que pudieran soportar su peso. Una noche, la mujer oyó un “crack”. Se acercó al árbol .Y en medio del silencio nocturno comprobó que una de las
granadas había estallado. La dura corteza se había abierto dejando entrever los granos de la granada, rojos, maduros, sabrosos, húmedos, vivos...
Los granos de la granada, hijos de mil amistades, de mil sueños similares, de la unión por la misma pasión, que paradójicamente es siempre distinta en cada uno, lucían orgullosos. Y la mujer decidió hacer una fiesta para la
Espiral Literaria y un canto en honor al arbolito que sigue creciendo y festejando la vida con sus granadas.
Este árbol (cada día más grande y vigoroso), cuenta su historia en muchas lenguas. En todas las que existen entre los pirineos y Melilla. A veces, incluso en más. Y su fiesta consistió en editar un libro que contara el origen de la pasión de todos aquellos que dieron su aliento al granado para que creciera. Así, nueve mujeres y diez hombres de entre los que alimentan el
granado, escribimos sobre qué nos hubiera gustado saber escribir a nosotros. Porque la pasión y los sueños literarios, comienzan de forma distinta en cada uno, con sus influencias, sus filias y sus fobias. Cogimos un texto que nos hace temblar por algún motivo, y escribimos cada uno nuestro homenaje a ese poema, a esa novela, a ese cuento. Y los pusimos todos juntos bajo un dibujo de los granos de nuestra granada, porque no son, ni más ni menos que nosotros mismos.
Eso vio la mujer que soñaba... que la
granada se abría. Y dentro, estábamos todos juntos.