El 1 de octubre de 2019 fue un día importante. Ese día se lanzaba al mercado la nueva novela de Dolores Redondo, que, según los pronósticos, retomaría los sucesos de la "Trilogía del Baztán". Millones de fans se agolparon contra los cristales de los escaparates en busca de un libro que saciara sus expectativas. Sin duda, para ellos fue un día importante. Pero también lo era para la propia Dolores Redondo. La publicación de aquella novela suponía una prueba de fuego: tenía que demostrar al gran público que no había bajado la guardia después de recibir el Premio Planeta en 2016, como les había sucedido a tantos otros escritores. Sin duda, para ella también fue un día importante. Un día importante que se saldó con victoria.
"La cara norte del corazón" nos pone en la piel de una joven Amaia Salazar de tan solo veinticinco años. El FBI requerirá su ayuda como subinspectora para pararle los pies a un nuevo asesino en serie con unas pautas de comportamiento muy particulares: tan solo actúa durante las catástrofes naturales.
Como en el resto de sus obras, Redondo dibuja los escenarios de la trama—en este caso, Nueva Orleans (Luisiana)—con una precisión quirúrgica que deja traslucir horas de rigurosa documentación. El foco se pone esta vez en los destrozos que provocó el huracán Katrina durante su paso por el sur de Estados Unidos en el año 2005.
Junto a los daños materiales, también se plasman con excepcional exactitud los daños psicológicos, el dolor de las víctimas. La agonía y la devastación se reflejan en todo su esplendor en las páginas dedicadas a Nana, una anciana que, ante el avance de Katrina, se ve obligada a encerrarse en el estadio Superdome de Luisiana, en compañía de todos aquellos desdichados cuyos hogares han quedado reducidos a escombros.
No obstante, el punto fuerte de la novela reside en los recuerdos de Amaia, intercalados en la historia principal a través de flashbacks. Los traumas infantiles de la protagonista continúan reverberando en su interior, habitando en algún lugar oscuro de su subconsciente, buscando salir y cubrirlo todo de tinieblas. Conseguir aplacarlos se convertirá en la verdadera lucha de la subinspectora.
La facilidad con la que Redondo retrata sentimientos tan abisales y perversos—como el desgarro o el pavor—logra infundir en el lector un pánico inexplicable, como si los sucesos de la narración estuviesen teniendo lugar en su propio cuarto. Tanto es así que, en determinadas ocasiones, nos sorprenderemos a nosotros mismos sufriendo como los personajes del libro, e incluso derramando inconscientemente alguna lágrima. Tal es la habilidad de la autora donostiarra.
Podría parecer que el gusto por la descripción de paisajes y la elevada carga emocional propician un estilo narrativo pausado y poco dinámico. Y no les juzgo. Eso es justo lo que parece. Sin embargo, el inicio lento y casi parsimonioso de la novela no hace más que avivar la curiosidad del lector, que pasará las páginas con ansia. A lo largo de éstas se van sucediendo conjeturas y suposiciones sobre la posible identidad del asesino, todas ellas barnizadas con varias capas de jerga policial y forense, que demuestra un conocimiento pleno de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Las piezas se juntan, pero no llegan a encajar del todo, lo que da pie a las interpretaciones. Los acontecimientos se producen espaciados unos de otros hasta que, en las últimas cien páginas, se desata el clímax y la novela se rompe. De repente, los eslabones de la cadena, antes inconexos, se engarzan ahora sin esfuerzo. La calma anterior se transforma en tensión, energía, precipitación. El ritmo es ahora atropellado, eléctrico, vibrante. Y permanecerá así hasta el desenlace de la trama, cuando todo vuelve a la normalidad y el lector puede permitirse el lujo de parpadear de nuevo y recobrar el aliento que ha mantenido en vilo durante casi un centenar de hojas.
"La cara norte del corazón" recupera las historias de la "Trilogía del Baztán" y lo traslada a Estados Unidos, donde un universo caótico sustituye la quietud de Navarra. Sin embargo, algo permanece inalterable: las macabras reminiscencias de la infancia, de las que Amaia parece no poder desprenderse. Una novela policial repleta de psicología, con pinceladas de horror que refuerzan el argumento y cumplirán las expectativas de los aficionados. Prueba de fuego superada.