"Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada".
Anna es la esposa de
Karénin, un alto funcionario del gobierno ruso con el que se comprometió sin apenas conocerlo. El matrimonio, que tiene un hijo en común, disfruta de un elevado nivel de vida y se mueve en los ambientes aristocráticos del momento.
Ante un requerimiento personal de su hermano Stiva,
Anna emprende viaje de San Petersburgo a Moscú y allí entra en contacto con el oficial Conde Vronsky. La pareja no puede evitar enamorarse y establecen una relación amorosa adúltera, hasta que el marido de Anna descubre el engaño. Karénin se opone a darle el divorcio a Ana que, embarazada de
Vronsky, huye con él a Europa. Paralelamente
Lyovin, amigo de la infancia de Stiva, propone matrimonio a Kitty, la cuñada de este último. Aunque al principio le rechaza, finalmente acaba dando el sí a Lyovin.
La novela relata las trayectorias que siguen ambas parejas de forma simultánea.
Anna y Vronsky apuestan por su amor, lo abandonan todo y se empeñan en comenzar una nueva vida dentro del mismo estrato social al que pertenecen. Escogen la ciudad, el lujo y la ostentación. Sin embargo, ambos arrastran una lacra que les impedirá volver a integrarse entre la aristocracia rusa: a los ojos de todos Anna es una
adúltera y, aunque esta era una práctica bastante común que se aceptaba mientras se llevara en privado, hacerla pública era algo intolerable. Por otra parte,
Lyovin y Kitty se decantan por el campo, donde llevan un tipo de vida familiar acomodada.
A
Anna la marginación y el miedo a la soledad se le hace cada vez más insoportable y cae presa de los celos y la desesperación.
Lyovin, que goza de una posición envidiable en todos los aspectos, no logra encontrarse dentro de sí y sufre de un vacío interior inmenso. A pesar de haber tomado caminos distintos, ambos son igualmente víctimas de un mal crónico que siempre ha atacado al hombre: la infelicidad. El remedio sólo puede hallarse persiguiendo el sentido último de la existencia y, para ello, hay que despojarse previamente de todos los accesorios inútiles y nocivos que imperan en la sociedad. Para
Anna no puede haber salvación mientras esté absorbida por la espiral de hipocresía y podredumbre de la ciudad. Tan sólo
Lyovin (en el que el propio
Tolstói se refleja), lejos del veneno social, puede intuir la luz de la verdad:
"A partir de hoy mi vida, toda mi vida, independientemente de lo que pueda pasar, no será ya irrazonable, no carecerá de sentido como hasta ahora, sino que en todos y en cada uno de sus momentos poseerá el sentido indudable del bien, que yo soy dueño de infundir en ella."