El viejo de las piedras

Yusdel Ibañez Bueno
Nunca supimos su verdadero nombre pero todos lo conocimos como el viejo de las piedras. El apareció en el pueblo cuando estábamos preparando la defensa contra el posible ataque de los execrables mercenarios.
Recuerdo que era bastante huraño, tenía una espesa barba roja y la ropa hecha jirones. Su vetusto cuerpo estaba preñado de arrugas que imitaba al tronco de los framboyanes.
Todas las mañanas recogía piedras, las guardaba en su morral y cuando lo llenaba, se marchaba por el mismo camino esculpido de malezas. Imaginamos que tal vez era una promesa y decidimos ayudarlo mientras descansábamos de los extenuantes ejercicios militares. El viejo siempre respondía al favor recibido con una sonrisa que nos recordaba a la enigmática Mona Lisa.
Cuando se acabaron todas las piedras, el viejo desapareció sin dejar huellas. Su notable ausencia tiñó a todos los habitantes del pueblo.
Una tarde después de la maniobra, fuimos a buscarlo por su habitual recorrido. Cuando llegamos al final del camino, nos asombramos pues el viejo había construido una muralla defensiva con las piedras que humildemente solía recolectar cada mañana.
Texto libre Trabalibros

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