Trabalibros entrevista a Magalí Etchebarne, autora de "La vida por delante"

lunes, 3 de junio de 2024
"El escritor necesita ser su propio editor durante el proceso de escritura".
Magalí Etchebarne nació en Buenos Aires, Argentina, en 1983. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y trabaja como editora. Publicó relatos en revistas literarias y antologías, el libro de cuentos Los mejores días (2017) y el libro de poemas Cómo cocinar un lobo (2023).

Bruno Montano ha tenido el placer de conversar con ella para Trabalibros sobre “La vida por delante”, la obra ganadora del VIII Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve en la que, “con la mirada y el oído atentos a lo terrible, pero también a lo bello, los cuentos de Magalí Etchebarne, plenos en maestría, inteligencia y humor, se internan en la vida de unos personajes en constante batalla con el dolor” (editorial Páginas de Espuma).

La vida por delante (Magalí Etchebarne)-Trabalibros- Bruno Montano, Trabalibros (B.M.): “La vida por delante” es una colección de cuatro cuentos largos, de extensión similar, que parecen a veces embriones de novela o de “nouvelle” por su concepción. Como escritora Argentina, vienes de una tradición riquísima del cuento, vuestros popes de la literatura son grandes cuentistas (Borges, Cortázar…) ¿Tú escribes cuentos influenciada por la tradición de tu país o porque se trata de un género que te permite narrar mejor lo que quieres contar?

- Magalí Etchebarne (M.E.): Un poco de cada cosa. Yo siempre digo que es difícil que el cuento no sea un género relevante para alguien que escribe en Argentina porque, como decías, nuestros escritores más reconocidos son cuentistas. También creo que es un género con el que empezamos a leer. A mí me gusta especialmente, obviamente también soy lectora de novelas, pero siempre me interesó ver qué es lo que los cuentistas hacían con el género, por ejemplo el modo en que se extienden los límites, el punto en que el cuento deja de ser un cuento… esa sensación siempre me agrada. El hecho de que quizás la estructura no sea la tradicional, que haya licencias al género, etc.

Hay un cuento de Alice Munro que se llama “Madera”, protagonizado por dos personas mayores que viven en un bosque, en el que hay cuatro o cinco páginas dedicadas a los árboles. La primera vez que lo leí noté cierta sensación de incomodidad y me pregunté que estaba haciendo, por qué hacía eso en un cuento. Es algo en una novela te puedes esperar, incluso que exista todo un capítulo dedicado a hablar sobre los árboles, pero en un relato una piensa que existe algo referente a la condensación que impide tomarse esa licencia. Claro, después entiendes el valor que tenía ese bosque para ese personaje, sobre todo por el final, y las páginas dedicadas a los árboles cobran todo el sentido. Siempre me interesa leer los cuentos y estudiar que hace el autor, qué está pasando, qué hacen con un género que es breve y reflexionar sobre cuánto se puede hacer.

- B.M.: Siempre es muy interesante el orden de los cuentos. No sé si en este caso el orden de aparición es el cronológico de escritura.

- M.E.: No es el orden en el que fueron escritos, pero sí me los imaginé en ese orden. En un momento dado, con la escritura bastante avanzada, el primero y el segundo estaban unidos, eran el mismo relato. Decidí separarlos porque me di cuenta de que ambos podían tener una vida independiente, al ser dos líneas temporales. También pensé que, inevitablemente, entre los dos tenía que haber otro.
Siempre digo que los libros de cuentos los pienso como si fueran discos, como si hubiera la necesidad de ir cambiando de tema, de tono y de clima emocional. A mi parecer, el primero es un cuento más denso y más triste; el segundo es triste pero tiene un componente tragicómico, raro o ridículo; el tercero vuelve a ser un poco más aplomado y en el cuarto quizás el drama no es tan oscuro, con la tensión de una pareja rabiosa. Originalmente le había puesto al libro un título que era “La madre, el trabajo, la muerte, el amor” y eso me gustaba, porque pensaba que definía bien cada relato.

- B.M.: Era un título que resumía los temas principales.

- M.E.: Exacto, luego cambió.

01. Bruno Montano entrevista a Magalí Etchebarne_Trabalibros
- B.M.: En todos tus cuentos se aprecia un aire de familia que vendría dado, sobre todo, por el tono de los mismos o por una particular voz narrativa, pero creo que hay un denominador común que yo creo que sería la muerte, o mejor dicho, tres tipos de muerte. En un caso la muerte física; en otro la psicológica, con la demencia de la madre; por último la muerte del amor por implosión. ¿Es así?

- M.E.: Seguro que sí. A pesar de que se llama “La vida por delante”, lo que atraviesa al libro es la muerte, la enfermedad; ciertos deterioros, que en algunos casos es la vejez, en otros la rutina… pero sí, la muerte está en todos. De hecho, cuando lo escribía, pensaba que eran muy densos, no por enormes, sino porque veía que la muerte estaba presente. Me interesó tomar distancia, quizás por eso apareció lo tragicómico, porque le temía a la solemnidad del tema. También porque quizás no me siento tan cómoda con el tratamiento solemne de un tema así. Yo creo que, además, en mi vida personal se atravesó la muerte durante los años en los que escribía estos cuentos y no pude evitar que saliera, que se enredara.

- B.M.: El tema de la madre es un tema recurrente en toda tu obra. En “Cómo cocinar un lobo” escribiste una serie de poemas de duelo por la muerte de tu madre. En “Tsunami”, uno de los cuentos de “Los mejores días”, también hablas de una madre muy particular. Y en este libro el primer y tercer cuento, “Piedras que usan las mujeres” y “Temporada de cenizas”, la figura de la madre es central. La madre, de alguna manera, ha sido el eje de tus tres libros escritos hasta ahora.

- M.E.: Es cierto. Sí, en el primero también estaba bastante presente, incluso se lo dediqué a mi propia madre. Y en este pensé que no iba a tener tanta presencia, de hecho mi intención original era que el cuarto cuento tratara sobre el padre y no lo pude hacer. Yo creo que lo que estoy escribiendo ahora, que trata sobre un hombre, va a ser la forma de compensar esta falta de padres en estos relatos, en los que aparecen a modo de menciones, no tienen un protagonismo. Me costó incluso tomar la decisión de separar el primero y el tercero de los cuentos, porque en ambos veía la presencia de la madre, aunque creo que en el cuarto la presencia es más fantasmal, primeramente porque está muerta, y se centra más sobre el rito de deshacerse de ella, sobre la necesidad que tiene la hija de soltarla y de dejarla ahí.

02. Bruno Montano entrevista a Magalí Etchebarne_Trabalibros- B.M.: He visto que también te interesa mucho la vejez y el proceso de envejecimiento, sobre todo el de las mujeres.

- M.E.: Me interesa porque me perturba cómo lo tratan. Me parece que supone una prisión enorme que se viva con tanta tragedia el envejecimiento de las mujeres especialmente. El tratamiento que tenemos sobre nuestro propio cuerpo creo que no lo tienen los hombres. Esa foto que aparece en el libro de diseccionarnos, de estar obsesionadas durante muchos años sobre una parte del cuerpo o un defecto. Cuando algo de nosotras no nos gusta es como si solo viéramos eso. Siempre me parece que eso es un entrenamiento con el que crecemos y después se vuelve como un hábito. Le ocurre incluso a las mujeres más lúcidas que conozco, somos todo el tiempo carne de cañón de este tipo de estéticas. Es muy tenebroso. Someterse a operaciones no es fácil, sin embargo, si te metes en Instagram ves que existe una presión constante que invita a hacerte tratamientos. Es preocupante cómo estamos dispuestas a poner el cuerpo, incluso ahora que ya hemos librado otras batallas de revolución y liberación, esa está perdida. Eso a mí me genera mucho estupor y me da rabia, por eso está un poco parodiado en el libro. 

- B.M.: ¿Crees que tu principal obsesión literaria serían las relaciones interpersonales, el carácter efímero de éstas? ¿Los vínculos humanos, tan importantes, pero a la vez tan precarios y extraños?

 M.E.: Sí, yo digo que son como las pequeñas tragedias de la vida íntima, de la vida doméstica. En estos relatos no pasan grandes cosas, no hay grandes sucesos o eventos, sino más bien los dolores con los que estos personajes cargan, contra los que a veces no se puede hacer nada. Antes, cuando me preguntaban sobre el libro, yo decía que son personajes que hacen algo con el dolor. Pero luego me fui dando cuenta de que, en realidad, no hacen nada. No pueden hacer nada. Uno tiene que aprender a convivir con el dolor. Y no es creativo siempre, te suelen decir que del dolor vas a aprender, pero yo prefiero no tener que vivirlo, la verdad.

- B.M.: La alegría y el placer también pueden ser buenos maestros.

- M.E.: Exacto, total. ¿Por qué no? ¿Por qué el amor, la ternura y la felicidad no van a hacerte aprender y solo se pueda aprender del dolor y el sufrimiento? Me da la impresión de que son lugares comunes. Yo misma, sobre mis personajes, digo cosas que no son, porque no sé si aprenden algo.

- B.M.: Yo creo que esa es una idea muy judeocristiana.

- M.E.: Total, aprender con el dolor, con el castigo.

- B.M.: Como tu obsesión son las relaciones interpersonales, el contexto de tus cuentos siempre es el ámbito doméstico, cotidiano e íntimo.

- M.E.: Sí, yo creo que no tengo tanta imaginación como para irme tan lejos de la casa. Estos cuentos están inventados, esta madre no es mi madre, era una persona muy diferente a la que aparece acá, tampoco conozco a la escritora, la inventé… eso sí lo invento, pero de alguna manera creo que son cosas que están cerca de lo que conozco, en el sentido de que las entiendo como algo verdadero… quizás genuino, más que verdadero. Están cerca de mí, es como escribir cerca del corazón.


- B.M.: Como has dicho antes, en tus relatos reflexionas sobre los grandes temas universales, pero en ellos no veo solemnidad ni gravedad. Añades ligereza a la narración a través de un fino sentido del humor y una gran ternura en el tratamiento de los personajes.

- M.E.: En realidad, a veces se me iba solo el ritmo y el tono hacia un lugar inevitablemente menos dramático. Incluso a veces yo creía que era dramático y después, al leerlo en público en algún bar o librería, algo que en Argentina es bastante habitual y que me servía para poner a prueba el texto, en lo que a mí me parecía que era súper denso, había gente que se reía. Y después, en partes que a mí me parecían súper graciosas, no se reía nadie. A veces es difícil saber qué es lo que puede parecerle gracioso a alguien. Cuando un libro está impreso se convierte en un objeto todavía más extraño para quien lo hizo. Yo creo que en el fondo es una necesidad de ir hacia lo oscuro que nace en la escritura, pero después surge la necesidad atávica de salir de ahí. No puedo quedarme demasiado tiempo, quizás porque lo que veo me espanta. Yo creo que es como en la vida, conozco los lugares más oscuros a los que puedo entrar y, por suerte, he podido salir.

05. Bruno Montano entrevista a Magalí Etchebarne_Trabalibros
- B.M.: Otra cosa muy interesante que he visto en tu libro es una voluntad de experimentación formal con el género. Sueles obviar el mandato clásico de rematar el cuento de forma cerrada y conclusiva. En tus cuentos no hay sorpresa, no hay impacto final. El sentido se va desvelando progresivamente, a veces incluso a modo de epifanía. No existe el giro sorpresivo final con el que se cerraban los cuentos clásicos.

- M.E.: No, es cierto. Cuando veo los cuentos terminados siempre pienso: terminan donde uno podría haber adivinado que iban a terminar. Yo creo que, en realidad, lo que tenía que pasar ya pasó, que el cuento aparece como resultado de lo que ya pasó. No recuerdo ahora quién dijo que, en la novela, lo que tiene que pasar está por venir y en el cuento ya ocurrió. A veces, escribiendo cuentos, tengo la sensación de que eso ya pasó y ahora está vencido.

- B.M.: Otra cosa que me ha gustado es la mirada poética que proyectas sobre la realidad. He extraído esta frase de tu libro, en un momento en que la hija habla sobre su madre, que sufre demencia: “Ella no entendía nada literalmente, se había vuelto poeta”. Me ha encantado esta frase porque creo que encierra una verdadera poética.

- M.E.: Algo parecido me pasó con mi propia madre, que tenía demencia senil. No sé si se había vuelto poeta, pero sí se había vuelto alguien, en los días finales de su vida, con mucho más optimismo, increíblemente. Siempre había sido una persona melancólica y en el final de su vida apareció una luminosidad que a mí sorprendió, porque a esas alturas no esperas que una persona cambie. No decía las cosas que dice la madre del libro, quizás yo la fuerzo a que sea una madre poeta. Pero es algo que me sorprendió, con mi propia madre, con mi abuela y cuando estuve cerca de personas que estaban por morir. Siempre me sorprendió incluso el acceso a la memoria que aparece en esos momentos. Yo creo que debe tener alguna razón neurológica o química, estoy segura.

- B.M.: La memoria a corto plazo se destruye, pero la memoria a largo plazo se mantiene.

- M.E.: La memoria profunda, incluso sobre cosas que ni mis padres ni mis abuelos me habían contado y que, en esos momentos, hay nitidez para recordarlas. Siempre me sorprende. El cerebro es una máquina eternamente impredecible.

- B.M.: Resulta curioso y también suele ocurrirles a la mayoría de ancianos con demencia que lo último que olvidan es el nombre de su madre, olvidando incluso antes el de sus hijos o el suyo propio.

- M.E.: Y alguien me contó también el último sonido que una persona que ha sufrido mucha degeneración podría pronunciar antes de morir es la palabra mamá.

- B.M.: Es que también es el primero. Se cierra el círculo.

- M.E.: Yo creo que por eso no puedo salir, aunque lo haya intentado.


- B.M.: Al proyectar una mirada poética sobre la realidad, tu mirada no va a la literalidad, sino que va a lo extraño. Tus cuentos, que están muy anclados a la realidad, provocan un cierto extrañamiento alrededor de algo como la enfermedad, el amor, la muerte.

- M.E.: Son muy realistas por una parte, pero por otra no. A mí siempre me sorprende lo que podemos hacer con el lenguaje, lo que hacemos materialmente con las palabras y lo que podemos hacerle a alguien con las palabras. Yo creo que el personaje del final del libro lo puse para mostrar qué es lo que hacemos los escritores, que en definitiva es robar. Ir a un bar y esperar a que alguien hable, sin intención de hacer poesía, solo hablando. Había una escritora argentina, que se llamaba Hebe Uhart, que viajaba mucho y tenía un oído supremo. Atrapaba palabras de conversaciones que oía, las usaba y les daba vueltas.

Esto siempre me parece muy bello, algo que hay en el uso común de las palabras. A mí me pasa algo ahora que mis padres murieron, soy muy consciente de que hay toda una especie de universo lingüístico que ya perdí, de conceptos, de la forma de contar que tenían en mi casa. Ahora me doy cuenta de que no tengo acceso a que alguien me cuente las cosas del modo en que lo hacía, por ejemplo, mi madre cuando iba a visitarla. Cuando mis padres murieron me di cuenta de que había toda una frondosidad del lenguaje que se estaba muriendo, que se iba a perder. Por eso, en mi libro de poemas, hice una especie de inventario, utilizando en un poema muchas de las palabras que usaban en mi casa, a veces procedentes de mis abuelos, que eran italianos. Cosas que quedan dando vueltas, palabras que yo ya no uso y no sé si volveré a usar. ¿Si las olvido, dónde quedan? Tenía la necesidad de retener algo que se iba a perder, no solo la casa en la que habíamos vivido y los objetos, sino las palabras.


- B.M.: Hay una frase de Hebe Uhart que tiene mucho que ver con esto: “Todo arte es el arte de escuchar. Cuanto más miro, más salgo de mi prejuicio. Es difícil mirar lo real sin postergar el juicio, pero para escribir es necesario hacerlo”. Mirar lo real, postergando el juicio.

- M.E.: Hay algo de lo que me doy cuenta ahora y es que, cuando no me gusta lo que escribí, por lo general es porque lo que hice fue juzgar o explicar. Siempre parece que quizás tomé demasiado al pie de la letra esa recomendación de taller literario que es mostrar y no explicar, como en el caso de los personajes. Siempre encuentro que, lo que no me gusta cuando escribo, es ponerme sentimental y explicar lo que yo siento, estas cosas me aburre leerlas y escribirlas, prefiero que, si se tiene que sentir algo, sea la escena la que lo diga. Y que una persona lea una cosa y otra la persona lea otra cosa distinta. Por ejemplo, la escena de la playa que aparece en el libro hay personas a quien les parece erótica y otras a las que le parece horrible. Bueno, es que tiene las dos cosas. Y ahí es cuando pienso que el texto me funciona, cuando no me pongo “opinadora”.04. Bruno Montano entrevista a Magalí Etchebarne_Trabalibros


- B.M.: He rescatado otra frase de tu último cuento que tiene que ver con esa mirada extraña sobre la realidad. En ella se conjugan las dos miradas posibles. Dice así: “Hay matemática en todas las cosas y también hay una monstruosidad de misterio”. Dos miradas posibles que son compatibles: la mirada extrañada por la que tratas de explicarte el misterio y la explicación matemática de todo lo real.

- M.E.: Vivimos un poco de esta manera. Por suerte está la ciencia, que intenta que haya una lectura exacta, pero incluso cuando miramos un documental de física -que para mí los físicos son las mentes más brillantes del planeta y los únicos que están haciendo algo que importa, que es preguntarse qué es esto- aun así, hay una cuota de misterio. Y eso me parece terrible y espectacular, que no sepamos nada al final. Sabemos hasta donde podemos y con eso convivimos. Creo que en lo íntimo también es así, hay cosas que tienen explicación y un montón de otras cosas que, por suerte, son misteriosas. Y también son imprevisibles. A veces pasa que, cuando alguien está en el dolor, como estos personajes, se encadenan una serie de cosas malas, una detrás de otra, y el dolor se multiplica. Incluso la vida a veces se ocupa de sorprenderte y de sacarte de ese lugar y entonces entiendes que no hay nada bajo control, ni para mal ni para bien, por suerte. Queda una imagen de esperanza en la oscuridad.

- B.M.: Para acabar, me gustaría hacerte una pregunta que tiene que ver con los talleres literarios que comentabas antes. ¿Los talleres literarios sirven para aprender a escribir o para aprender a leer? María Negroni, una escritora compatriota tuya que me encanta y que imparte uno de los talleres literarios de escritura creativa más importantes en Argentina, afirma que en su taller enseña a leer, porque es imposible enseñar a escribir.

- M.E.: Yo estudié Letras en la Universidad de Buenos Aires, la carrera de Literatura, y creo que lo que aprendí fue a leer. En lo que convierte es en un tipo de lector que tiene una forma de leer y en los talleres sucede lo mismo. En general, los talleres te dan algunas pautas que se repiten (mostrar al personaje en lugar de explicarlo, ir de lo singular a lo particular, mezclar lo alto y lo bajo…) son cosas que en general se repiten como si fuese el decálogo del buen taller. Pero después es cierto que si no puedes leer a los otros, si no te puedes leer a ti mismo, por más que conozcas las pautas no te sirve. Necesitas ser tu propio editor también durante el proceso. Yo creo que lo que más aprendí fue a leer y a leerme. Yo veía como los demás se leían entre ellos, las cosas que se decían, incluso leyendo otro texto me di cuenta de que podía aplicarlo a los míos. Creo que en Estados Unidos hay más una escuela del taller literario y de la técnica, en Argentina es un poco más punk, en el sentido de que son más bien, como dices, talleres de lectura. Además en los talleres de lectura llegas a otros autores distintos a los que te enseñan en la Universidad, por ejemplo leí a muchísimas más mujeres.

- B.M.: Yo creo que el origen de los talleres literarios está en Alemania, pero en Estados Unidos tuvieron mucho éxito.

- M.E.: En Estados Unidos valoran más tener un sistema. Incluso me parece más necesario hacer un curso para aprender a escribir guiones, pero para escribir literatura, aunque está bien saber las formas del género, creo que interesa un poco no saber del todo lo que estás haciendo. Porque para mí eso es lo más divertido, no saber un poco lo que estoy haciendo.

- B.M.: Romper las normas, o aprenderlas para luego romperlas.

- M.E.: Sí. A veces te preguntas para qué es esto, para qué escribes. Y luego, si te dan un premio, piensas: Ah, esto que había hecho en secreto, casi como un juego, al final tenía unas consecuencias serias. Pero durante la escritura, para mí es un placer no saber muy bien lo que estoy haciendo. Cuando edito trato de dar a entender al otro que sé de lo que estoy hablando, para que me crea, confíe en mí y haga caso a lo que le sugiero, pero cuando escribo no sé si tengo claro cómo hacerlo.

- B.M.: Ahora que hablas del editor, es interesante la diferencia que haces entre editor y corrector. En "Un amor como el nuestro", el segundo cuento de tu libro, haces un verdadero canto a la figura del corrector, cuya función es "estar alerta y sospechar" para practicar "alta costura" con el texto.


- M.E.: Porque los correctores me parecen personas muy inteligentes y en general muy buenos lectores. Yo trabajo en una editorial desde hace 10 años y lidio con editores como yo, con los correctores que encuentran errores que se nos escaparon y con los autores, que son otra fauna.

- B.M.: ¿No crees que está un poco en crisis el editor tradicional? No sé en tu país, pero aquí cada vez son más ejecutivos comerciales que editores clásicos.

- M.E.: Allá no. Quizás acá pasa que quien contrata no edita, quien contrata el libro no toca el texto. Pero allá, como es Argentina, en general tienes que hacerlo todo tú mismo. Entonces, yo contrato los libros y los edito. Creo que allá el trabajo del editor se conserva como algo más artesanal. Siempre lo decimos, si bien trabajamos en un gran grupo editorial, con gran cantidad de gente, de áreas y de gestiones separadas, el trabajo del editor sigue siendo artesanal. Me tengo que sentar con el manuscrito en papel, anotar, reunirnos, charlar, ver… sigue siendo como era.

- B.M.: Roberto Calasso, grandísimo escritor y grandísimo editor, tiene un libro publicado en Anagrama y titulado “La marca del editor” donde habla sobre las esencias de un editor auténtico.

- M.E.: Me lo voy a anotar. Creo que, por lo menos en Argentina, hay mucha cantidad de editoriales pequeñas y medianas que aparece todo el tiempo y creo que es porque hay una vocación de gente a la que le gusta editar.

- B.M.: La obra de un editor es su catálogo.

- M.E.: Total.

Desde Trabalibros agradecemos a Magalí Etchebarne el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a la editorial Páginas de Espuma el haber hecho posible este encuentro.
03. Bruno Montano entrevista a Magalí Etchebarne_Trabalibros
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