Trabalibros entrevista a Rodrigo Cortés, autor de "Cuentos telúricos"

lunes, 20 de mayo de 2024
"La dificultad es la mejor fuente de inspiración, junto con la fecha de entrega".

Rodrigo Cortés quiso ser pintor, escritor y músico; hoy lo hace todo a la vez al dedicarse al cine. Ha trabajado con actores de la talla de Robert de Niro, Sigourney Weaver, Cillian Murphy, Ryan Reynolds o Uma Thurman.

Como escritor, publica a finales de 2013 "A las 3 son las 2", colección de antiaforismos, delirios y bombas de mano, y, un año más tarde, "Sí importa el modo en que un hombre se hunde", su primera novela. En 2016 aparece su nuevo libro de breverías, "Dormir es de patos", y en 2021 publica "Los años extraordinarios", su segunda novela.

Firma para el diario ABC la sección "Verbolario", diccionario satírico que inspira su quinto libro, de igual título, y escribe de forma habitual en su tercera página. Habla de cine, literatura y música en "Aquí hay dragones" y "Todopoderosos", los dos podcasts más escuchados del momento.

Cuentos telúricos (Rodrigo Cortés)-TrabalibrosBruno Montano le entrevista para Trabalibros sobre "Cuentos telúricos", "una antología de cuentos casi fantásticos, o una colección de relatos mágicos por poco", donde este autor "demuestra una vez más que, si realidad y magia no son lo mismo, son, para su pluma, indistinguibles" (editorial Random House).

- Bruno Montano, Trabalibros (B.M.): La primera pregunta es obligada: ¿”Cuentos telúricos” es una antología, es una recopilación o es un libro con vocación unitaria en el que cada cuento funcionaría como un capítulo dentro de la unidad?

- Rodrigo Cortés (R.C.): La analogía que suelo emplear es que es un álbum y no un “grandes éxitos”. En un “grandes éxitos” hay canciones, generalmente muy buenas, recopiladas a lo largo de 30 años de carrera y colocadas sin ton ni son de una forma arbitraria, mientras que un álbum se compone de canciones muy diferentes: unas largas, otras más cortas; unas rápidas, otras más lentas; unas con arreglos de jazz y otras de estilo country… pero responden a un criterio sonoro, a una filosofía de producción musical y además han sido ordenadas de una forma muy específica para crear un viaje. ¿Con qué canción abrimos el disco? ¿Con cuál lo cerramos? ¿Dónde metemos el single? ¿Este tema más complejo se beneficiaría de uno más simple que prepare el oído? Y así es como ha sido concebido este libro.

Del mismo modo que en un álbum puede que rescates una canción de una servilleta arañada en un hotel hace 7 años y otra, tal vez, la has compuesto hace dos semanas, este libro tiene un puñado de relatos publicados previamente en revistas o en determinados lugares, otros -muy pocos- que parten de ideas aún no desarrolladas (tal vez una idea de 700 palabras que se ha convertido en un relato de 5000) y la gran mayoría son relatos inéditos, escritos específicamente para componer este viaje. Efectivamente, este libro es una obra unitaria y no un apaño, un aliño de escritos olvidados en un cajón.

- B.M.: Me lo temía, se desprende de la lectura. En un primer momento me llamó la atención el título, “Cuentos telúricos”. ¿Sería el cuento el género literario más telúrico, más apegado a la tierra, más atávico?

- R.C.: Son preguntas que me cuesta contestar porque demandan una respuesta definitiva y no se me dan bien este tipo de respuestas. Sí es, posiblemente, el género literario más natural, el que contaba en torno a una hoguera por el anciano de la tribu y que nos contábamos los niños en verano, inventándonos leyendas de la ermita local de turno en la que estaban pretendidamente enterrados unos monjes que salieron a la superficie bajo determinadas circunstancias. Y en ese sentido sí está muy arraigado a lo primigenio, al menos de forma natural, a esas leyes que son previas al hombre y que afectan desde las raíces del mundo a los habitantes de un lugar de forma invisible, aunque ellos no lo sepan.

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- B.M.: Yo he buscado en lo telúrico el elemento común, el común denominador de los cuentos, y he encontrado una especie de corriente subterránea ligeramente perturbadora y extraña que anima el conjunto de estos cuentos.

- R.C.: Sí, es así. Son enormemente diferentes entre sí, en tono, en narrativa, incluso en realismo, pero en todos hay ese elemento disruptor, perturbador y esa especie de corriente que fluye, que se percibe más que se ve, que se intuye sin certezas y que hace que magia y realidad y desdibujen sus fronteras. Por eso precisamente están unidos a través de esa fuerza anterior al mundo, porque lo que los une es esa fuerza musical, por encima de sus tramas.

- B.M.: Incluso he encontrado una reflexión o una invitación a volver a la tierra, a volver a lo telúrico. Está en el segundo cuento, “Niño sobre fondo azul radiante”, cuando el narrador habla de “devolverle al mundo, o recordárselo, el sentido de la trascendencia, el respeto por el misterio y el temor a los dioses antiguos”.

- R.C.: Siempre se sincronizan esas dos realidades. Ese mismo cuento que está poblado de calamares gigantes, de rayos que caen del cielo, de edificios que se colapsan como en un juego de dominó y de cadáveres en la arena, es a la vez la descripción de un día de playa, la descripción de una madre, un padre, un niño y una niña enfurruñada que probablemente acabe con unos macarrones recién recalentados y un gazpacho fresquito.09.Bruno Montano entrevista a Rodrigo Cortés -Trabalibros

- B.M.: En toda tu obra huyes de la gravedad, de la solemnidad, a través del humor y de la distancia irónica. En "Cuentos telúricos" también, pero en este libro he encontrado algo que me ha gustado mucho, una especie de género literario que nace contigo, al que tú llamas "soutinesques". Tres colecciones de textos brevísimos que actuarían a modo de nervadura expresionista, por llamarlo de alguna manera, que aparece y desaparece a lo largo de todo el libro. Es un hilo diferente al resto, que recorre la trama y que actúa como una toma de tierra o un ancla que fija el texto a un sentido más serio, más metafísico o más profundo.

- R.C.: Es verdad que son profundamente expresionistas, entre otras cosas porque las inspira la obra de Chaim Soutine, que es un pintor bielorruso, aunque desarrolló su carrera en Francia, muy perturbador, muy honesto en el modo en que desnuda el alma de sus personajes y que aúna la ternura y la ferocidad de una forma casi inextricable. Y estas pequeñas piezas a las que llamo “soutinesques” toman como inspiración retratos de Soutine, para los que imagino personajes, nombres, y que convierto en apuntes al natural de espectros y aparecidos. Describo sus fantasmas. Y probablemente sean de las piezas que más orgulloso me siento en el libro, porque condensan vidas enteras en muy pocas líneas. No pedazos de vida, no trozos de historia, sino vidas completas, a través de la resonancia, de la evocación, de la connotación, y por lo tanto demandan una lectura despaciosa, que exprima casi cada palabra.

- B.M.: Son retratos que a veces parecen microbiografías y que actúan deformando un poco la realidad, al modo expresionista, para de esta manera captar mejor la esencia de una persona. A mí me ha recordado bastante, no sé si tendrá algo que ver, a la “Antología de Spoon River”, con las lápidas que Edgar Lee Masters describe. Con cuatro letras grabadas en una lápida te haces una idea de cómo fue la vida del que está allí enterrado.

- R.C.: No conozco la obra que sugieres, pero lo que estás definiendo me hace sentir una afinidad evidente.

- B.M.: Como has dicho antes, hay una gran variedad de subgéneros dentro de este libro de cuentos. Hay parábolas, como el anticuento sufí de “Las tres monedas”; hay fábulas, como “El libro”, del que se puede extraer la imagen que ilustra la portada; relatos de ciencia ficción y literatura fantástica, como “Los círculos de Alton Barnes” y “Agosto y el autómata”; relatos de misterio y terror, como “Gente serpiente”; farsa o sainete en “La casa Bruc”… incluso un relato que me ha parecido muy kafkiano, el titulado “¿Se puede?”.

03b.Bruno Montano entrevista a Rodrigo Cortés -Trabalibros.JPG- R.C.: “El jurado” también es muy kafkiano.

- B.M.: Ya lo creo. ¿Había un deseo de experimentar, de ir probando fórmulas en estos cuentos, o te surgieron así, de forma inmeditada?

- R.C.: Trato de pensar lo menos posible, contra lo que puedas imaginar. Mi premisa máxima es darme toda la libertad del mundo, que va asociada a responsabilidad, porque te obliga a hacerte cargo de tus decisiones. Pero en ese sentido, por lo menos en la génesis de cada uno de los cuentos, intelectualizo lo menos posible. Abrazo cada idea, concepto o imagen, por irracionales que sean, y los modelo a ver qué sucede. En ocasiones parto de una frase, que me lleva a otra y me lleva a otra, y cuando se marca una dirección tengo algo con lo que jugar. O me pongo trampas, cuando me siento cómodo después de cuatro párrafos me obligó a hacer un giro contraintuitivo para ver si soy capaz de sobrevivir a él. Pero no es con la idea de inventar nada ni de redescubrir nada, solo con la de explorar el lenguaje, estirarlo y ver hasta dónde llega sin romperse, con una vocación casi poética, porque la poesía está en la prosa. Y sin abandonar nunca el humor, que no es necesariamente cómico. El humor no siempre es divertido, el humor está también en Kafka, pero plantea esa distancia que te permite esquivar la solemnidad. Tal y como decías antes, cada vez que siento que algo corre el riesgo de ponerse grave rompo una pieza de la vajilla.

- B.M.: Se nota en tus cuentos una gran libertad creativa; hay juego, experimentación y exploración. Has hablado de que en el origen puede haber una idea, una imagen, un sueño, una vivencia. Yo recuerdo haber hablado con escritores que me decían que en el origen de mis cuentos siempre había una imagen.

- R.C.: En mi caso, cada cuento surge de sitios distintos. Te pongo un ejemplo muy tonto: en “Los fantasmas, naturalmente, no existen” escribí inicialmente: “Elisa es una joven estudiante de literatura”. Y luego añadí, de forma puramente intuitiva: “Piensa Elisa”. Lo cual es absurdo. Acabas de definir a Elisa y luego pones esta acotación. Y de repente tienes a un narrador hablando en primera y tercera persona a la vez, que a veces exógeno y otras veces es el cerebro del personaje. Y eso ya te propone un jardín, casi un charco, que me hace seguir adelante a ver qué pasa.

Cuando comencé “Gente serpiente” no sabía lo que iba a hacer. Sí que tenía una idea de un lugar, de unos personajes sobre los que no sabía si se iba a manifestar su naturaleza de una forma literal o metafórica y de una atmósfera que se va a desarrollar. Comienzo con una palabra, que simplemente es “Hola”. Y añado: “Gritó el señor Silla”. ¿Por qué el señor Silla y no el señor Rodríguez, por ejemplo? No lo sé. Ese es el nombre de una marioneta, en el mejor de los casos. Pero decidí seguir adelante, a ver a dónde me llevaba. Luego pienso que esto está sucediendo en una casa y que necesito un nombre para ella, y lo primero que se me viene a la mente es la casa House, que es la idea más tonta del mundo. Y me digo a mí mismo: tira adelante, acéptalo con deportividad. Y ahora trata de que el señor Silla y la casa House sean reales, sean tridimensionales, sean perturbadores y no sean ridículos. Y así trabajo todo el rato, poniéndome esas trampas. Luego decido que el personaje del niño se llame Loli, que el personaje de la niña se llame Ángel, que cura se llame Consuelos… son como accidentes, cepos que te vas colocando por todas partes para ver si sobrevives a ello.

Te pongo un último ejemplo con el cuento “La electrodinámica de los cuerpos en movimiento”. Todo empieza inicialmente como un pequeño chiste, que luego es un gatillo, porque acabas en sitios que no esperabas. Y pienso: ¿puedo convertir un enunciado preciso, frío, irrefutable, científico, en una declaración de amor? Y empiezo a jugar con ello. Pero poco a poco, eso empieza a extender tentáculos que no habías previsto. Haces convivir el pasado con el presente y con el futuro, empieza a adquirir una naturaleza cuántica que en el fondo nace del corazón de su enunciado y que se va apropiando de la historia. Unes la ternura con el fatalismo, una visión del mundo que no juzgas, como si las cosas fueran de una manera porque no pueden ser de otra, y antes de que te des cuenta tienes un monstruo de 12 cabezas, o un poliedro de 15 lados, al que tratas de domar dentro de una música que, por compleja que resulte desde fuera, resulte desde dentro inevitable. Y de la suma de todo esto nace un cuento que no podrías haber definido generando una escaleta precisa y siguiendo hitos de uno en uno.

- B.M.: Esta metodología de trabajo, que consiste en ponerse barreras para generar una dificultad y así estimular la imaginación, parece muy vanguardista y “oulipiana”.

- R.C.: Es que las dificultades son una fuente de inspiración perfecta. Si tú le dices a alguien “cuéntame lo que quieras”, no sabe ni por dónde empezar. Pero si le dices “cuéntame lo que quieras, pero tiene que haber un mechero y un clip” el mechero empieza a funcionar. O si le dices “no puedes usar la e”, o si dices “tiene que ser después de cenar”, el cerebro se pone en marcha en el acto. La dificultad es la mejor fuente de inspiración, junto con la fecha de entrega.

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- B.M.: Hay dos cuentos metaliterarios que me han interesado mucho, “La fábula del arroz y el jugador de ajedrez” y “Los fantasmas, naturalmente, no existen”. Uno es una especie de poética del cuento y el otro una poética de la literatura en general. En el primero, en un momento dado el abuelo le dice a la niña: “es que es muy difícil rematar los cuentos”. Yo creo que tus cuentos no están rematados, no son cerrados, no son conclusivos. No tienen final feliz, ni traca final, ni sorpresa final. No son sentenciosos, no tienen moraleja ni aspiraciones didácticas, aunque sí invitan a la reflexión. Esto sí parece predeterminado o buscado.

- R.C.: Eso es buscado, porque eso nace del carácter. Eso hace de tratar de eludir ese lenguaje apócrifo que algunos llaman “el mármol” y por eso no hay nada en lo que hago que esconda una recomendación o una lección. Entre otras cosas, porque uno acaba atrapado entre sus lecciones y solo por ellas, porque nadie está a la altura de la lupa con que contempla a los demás. Y además, cuando una cosa puede ser 19 cosas y es una sola, matas a las otras 18. Y una de las claves, creo, de un buen cuento -aunque supongo que esto no es un axioma y se pueden hacer de mil maneras-es la de llegar tarde e irte pronto.

- B.M.: Siguiendo con los dos cuentos metaliterarios que te mencionaba, he extraído de ellos un par de afirmaciones que convierto en preguntas. ¿La gramática es, o debe ser, una rama del álgebra?

- R.C.: Así lo piensa la madre de la niña del cuento. Cuando escribes habitas un mundo y habitas unos personajes y, en lo personal, trato de que no sean marionetas de mis pensamientos. Incluso muchas veces intento que un personaje tome decisiones que yo no tomaría jamás. Pero, sobre todo, tratas de defender sus contradicciones y sus ambivalencias. Y a veces simplemente te pierdes en sus rumias. Eso no significa que yo no pueda pensar algo de lo que él dice, pero no es un reflejo de mi teoría literaria. Yo no tengo una teoría literaria, yo probablemente no he pensado en lo que está pensando ese abuelo ni medio segundo de mi vida. Aunque claro, eso sale de algún lugar de mi cerebro, sabe Dios cuál es. Pero trato de defender el pensamiento de ese abuelo, o de esa madre desaparecida.

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- B.M.: La otra pregunta es: ¿La literatura es una derrota siempre? ¿Escribir es siempre dejarse algo?

- R.C.: Si te das cuenta, todo eso son sentencias. Y estos cuentos no son sentenciosos, pero esa jovencita de 18 años que cree enamorarse cada dos semanas sí construye su vida a través de sentencias y trata de extraer la fórmula de las cosas y las teóricas claves ocultas detrás de las cosas. Cuando las cosas nunca se definen por recetas y por fórmulas pero uno no sabe demasiado, intenta que así sea. En el cuento le pide a un mayor o a un autor respetado cuáles son las 10 claves que le permitan ser la otra persona. Pero eso no existe. ¿Significa que yo pienso cada una de esas cosas? No, hay todo un juego de burla y de ironía, precisamente hacia ese tipo de frases. Y a la vez, te puedes burlar de cosas que por un lado son reales, pero también se han convertido en un lugar común y eso nunca queda resuelto, ni yo trato de resolverlo, ni trato de resolvérmelo ante mí mismo. Trato de aceptarlo, mirar el mundo como un lugar maravilloso y temible, y no poner más intelectualidad de la cuenta en algo que inevitablemente va a tenerla, pero espero que no a través de la opinión. Pienso que, de alguna manera, el creador se expresa a través del estilo mucho más que a través de la opinión.

- B.M.: No obstante, son ideas interesantes y estimulantes sobre las que pensar. Como la siguiente, por ejemplo: “La verdadera literatura sale de la lucha encarnizada con los monstruos personales”, porque ya sabemos que los fantasmas no existen, pero los monstruos sí existen y luchar contra ellos es lo que hace a la buena literatura.

- R.C.: Bueno, si sirven para hacer pensar ya sirven para algo. A mí eso me lo dijo un profesor en clase, cuando me estaba enseñando nociones matemáticas que no iba a usar en la vida. Y él dijo: “No se preocupe, usted no viene aquí a que yo le enseñe cosas prácticas para su vida, sino a que le dé vueltas a su cabeza. Esto no sirve para que, cuando vea un edificio alto, trate de calcular su altura a través de su sombra mediante fórmulas matemáticas, sirve para que durante una hora, mientras trata de desmenuzar ese problema, su cerebro esté en marcha y haga pesas”.

- B.M.: Y busque un sentido. Como en “la fábula del arroz y el jugador de ajedrez”, donde el abuelo le decía a la niña: “Nada tiene sentido, a menos que quieras dárselo”. Y como en “Los fantasmas, naturalmente, no existen”, cuando el narrador dice: “Dotar de sentido al sinsentido, como si hubiera sentido”. Es decir, buscamos sentido donde no lo hay, pero lo necesitamos de alguna manera. Nos resulta gratificante creer que lo hemos encontrado.

- R.C.: Y sin embargo yo no pienso así, curiosamente. Sucede lo mismo en mi novela “Los años extraordinarios”, hay un personaje que cree que nada tiene sentido y que el orden detrás de las cosas es aparente y a mí me divierte mucho explorar con deportividad posiciones que no son las mismas, para no convertirlas en reafirmaciones de mí mismo. Si me preguntaras a mí, yo tengo la impresión de que sí hay un orden detrás de las cosas. Esa es mi impresión, pero no sé cuál es, no estoy hablando de un alcance religioso. Estoy hablando de una ley de causalidad, de causa-efecto, qué opera en el mundo más allá de nuestra comprensión, porque a veces vemos los efectos de las cosas pero ignoramos sus causas, lo que no significa que no existan. Pero una vez más, no trato de convertir a los personajes en títeres míos, porque además no tengo nada claro que tenga razón, todo aquello que pienso no se parece en nada a una certeza. Y me ayuda mucho más tratar de entender las cosas que creer en ellas.

Desde Trabalibros agradecemos a Rodrigo Cortés el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a la editorial Random House el haber hecho posible este encuentro.

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