El cerebro de Buda. La neurociencia de la felicidad, el amor y la sabiduría.
¿Es posible ser feliz? Se trata más que de nuestras circunstancias, sobre las que tenemos poco o ningún control, de entrenar nuestra mente, de ejercitarla. Esta es la propuesta de este libro, un texto que podría calificarse de autoayuda, pero muy lejos de simplicidades, con altura científica, no en vano está escrito por un neuropsicólogo (Rick Henson) y un neurólogo (Richard Mendius).
Comienza con un capítulo sobre el cerebro autotransformador donde se explica cómo lo que ocurre en nuestra mente cambia nuestro cerebro y viceversa. Se divide luego en cuatro partes -las causas del sufrimiento, la felicidad, el amor y la sabiduría- y se cierra con un apéndice muy interesante sobre neuroquímica nutricional.
El primer capítulo se inicia con la evolución del sufrimiento a la luz de cómo nuestro cerebro ha cambiado. La eficiencia de las estrategias de supervivencia tiene su anverso: el mantener separaciones choca con las muchas formas en las que estamos conectados y así nos podemos sentir aislados, alineados o abrumados; la estabilización de sistemas implica que recibamos señales continuas de amenazas con cada cambio; el atribuir un tono sentimental –agradable, desagradable o neutral- a nuestras experiencias implica rehuir de lo desagradable y simular experiencias que nos sacan del momento presente empujándonos a recompensas que no son tan buenas o a evitar peligros exagerados que a veces ni siquiera son reales.
La compasión por uno mismo puede ayudarnos a reducir el sufrimiento. Estar vivo es poder recibir un primer dardo de sufrimiento al que añadimos otro segundo dardo: me doy con el pie desnudo con un obstáculo inesperado y me duele, pero a esto, inevitable, se suma la rabia por haberse dado. Ese segundo dardo puede a su vez desencadenar otros de modo que nuestro sufrimiento se debe a menudo más a los segundos dardos que a los primeros.
¿Qué podemos hacer?: estar con lo que se presente, trabajar con las tendencias de la mente a transformarlo y refugiarse en el terreno del ser. La felicidad implica tirar de lo bueno sabiendo que nuestra memoria tiene un sesgo negativo. Interiorizar y hundirse en lo positivo es prioritario. Los dolores antiguos pueden ser suavizados con el antídoto de dichas experiencias que los arrastran como hierbajos.
La felicidad también supone la paz interior. Para ello hacen falta prácticas como la relajación, la meditación, la utilización de imágenes mentales , la conexión o el refugio que otras personas suponen. Tan importante como enfriar las causas del sufrimiento es calentar las de la felicidad a través de las intenciones, una forma de deseo -diferente al ansia, fuente de sufrimiento-. La ecuanimidad sería otro punto, ese no reaccionar ante nuestra propias reacciones.
Por lo que respecta al amor, sobre la idea de los dos lobos –el del amor y el del odio- que todos llevamos dentro, los autores proponen reconocer ambos, apreciar el poder del amor y contener al odio tras una explicación del papel de ambos en la evolución humana. La compasión o preocupación por el sufrimiento de los demás y también por uno mismo debe acompañarse de la aserción y la empatía.
La amabilidad como deseo de que los demás sean felices cierra esta apartado. La sabiduría como última parte del libro se inicia con los cimientos de la atención plena, explica cómo crecer en concentración a través de la meditación, y, por último, cómo relajar el yo, una de las fuentes de mayor sufrimiento. El libro, pese a su carga de "ciencias", es de lectura amena y recomendable para quienes creen que la felicidad, más que ser un derecho, una suerte o un estado utópico o momentáneo, es una cuestión de gestión de uno mismo.