La belleza se filtra a veces por los resquicios más insospechados. Es lo que sucede en esta novela de
Bárbara Blasco, donde los síntomas del cuerpo, la degradación y el padecimiento físico, el dolor, se mezclan con la pulsión y el deseo, los anhelos más íntimos e incluso el amor sublimado. La enfermedad como síntoma de estar vivo.
Una habitación de hospital. Sobre una cama agoniza el padre, comatoso, un hombre hacia el que la narradora profesa un rencor indisimulado, fermentado en las simas más profundas de la infancia. Una madre adicta a las pastillas. Una hermana con la que nunca se ha entendido. Al borde de los cuarenta, con la maternidad aplazada, la vida no se parece a lo que había imaginado. Y a unos metros yace otro paciente,
el extraño, esa presencia indeseada e incómoda, un convidado de piedra en la mascarada familiar
Sin apenas moverse de esas cuatro paredes, en un espacio hermético donde las horas se estiran elásticas, la protagonista —cuyo nombre no sabremos hasta las últimas páginas— entabla con el lector un diálogo poco complaciente, cargado de ironía y mala hostia, a veces superficial y otras trascendente, lleno de referencias culturales, decepciones varias e ilusiones rotas. Una prosa afilada, que baila entre lo lírico y lo incorrecto, engarzada con frases que silban como flechas en el aire. Con cierto afán de epatar —o de provocar—, disparando a diestro y siniestro, un poco a lo
Houellebecq.
Y entonces surge lo inesperado: la relación que poco a poco se va tejiendo entre ella y el extraño, un hombre culto y enigmático, de edad indeterminada pero que bien podría ser su padre. Y la frustración y el desencanto evolucionan hacia algo distinto, una ternura equívoca. Llega un punto en que los hechos se debaten en el filo de lo verosímil, pero qué más da, en toda ficción asoma siempre un acto de fe. Porque es precisamente ahí donde la historia adquiere su desgarradora belleza, entre goteros y orgasmos, cuando se mezclan los secretos del alma y los hedores del cuerpo, la finitud de la carne con el perfume efímero del instante presente. Eros y Thanatos.
“
Dicen los síntomas” es una obra que no aspira a captar la realidad, sino más bien a transgredirla, travestirla en palabras y dejarla ir, cual mariposa nacida de una larva. Y es que
Bárbara Blasco ha escrito una de esas novelas que no te permiten salir indemne, que se adhiere a la piel y escuece, turbadora y compleja en su aparente sencillez.