El salón de la casa está en reposo. Algún libro en las butacas, los cojines amontonados a un lado del sofá, la lámpara ladeada de su sitio habitual, papeles en desorden… Un rayo de luna llena se refleja en el suelo, a través del balcón, y extiende la penumbra cuando ya el silencio ocupa toda la estancia y se acaba acoplando en cada rincón de la vivienda. El pulso de la casa late suavemente. Las respiraciones pesadas y entrecortadas del sueño se enlazan por los pasillos formando un único murmullo. Una puerta del fondo se empieza a mover con suavidad y termina cediendo lentamente hasta abrirse por completo. "Tú también estás aquí, claro, no puede ser de otra forma. Los dos juntos de nuevo. Aquí, entre estos muros, igual que antes, como durante tantos años". "Igual que entonces y también con ellos". Mientras hablan, abandonan el salón y la puerta se cierra con la misma suavidad con que se había abierto. "¿Por qué abres y cierras puertas?, no necesitas hacerlo y los vas a asustar". "Siempre cuido no sobresaltarlos, si es durante el día, un ruido más de puertas pasa desapercibido y, en la noche, tienen un sueño demasiado profundo para que este leve crujido los pueda despertar. Entrar y salir por las puertas me hace revivir una parte de mi anterior existencia que aún tengo muy presente".
"Este era nuestro dormitorio. ¿Recuerdas?. ¿Por qué digo recuerdas si todo está presente?. Ahora ha cambiado pero sigue nuestra cama. Aquí me sentaba a leer plácidamente en los ratos de sosiego y aquí… Cuántas vivencias encierra nuestra casa, su casa ahora que ya no estamos de la misma forma que ellos. Ya no pueden vernos. Sus dormitorios de niños. La salita donde estudiaban. Y este apartado, aquí es donde un día…". "No hables de eso". "Aquella bofetada que más que dolerme me trastornó profundamente". "Me empujó la ofuscación. Quisiera no mencionarlo, borrarlo por completo pero nuestros actos están en nosotros por toda la eternidad. Quiero pensar que nunca ocurrió, que nuestra casa conserva el rastro de entrañables vivencias que anulan aquello. Pero está ahí. En aquel momento, llegó una de las niñas, nuestra segunda hija. Tú le dijiste: tu padre me ha dado una bofetada. Ella se giró hacia mí perpleja, con los ojos de par en par inundados de lágrimas y asombro, se me acercó, me rodeó con sus brazos infantiles, su cabeza me quedaba poco más arriba de la cintura y empezó a zarandearme suplicando: Pídele perdón, pídele perdón. Yo la miraba petrificado, no podía reaccionar, no podía comprender mi propia acción. Mi cuerpo se cimbreaba a cada uno de sus frenéticos envites. Pídele perdón, pídele perdón. Seguía increpando entre lágrimas. Qué profunda desolación. Me sentí miserable ante mi hija, ante ella y ante ti. Había amigos en casa y habías dicho delante de ellos algo que me humillaba. No es una justificación, es parte del recuerdo. Terminé pidiéndote perdón y ella me dijo: "Así" mientras que, con ansiedad, escudriñaba desde abajo alternativamente tu rostro y el mío, se había desasido de mi cuerpo y cogía nuestras dos manos con cada una de las suyas, esperando ver algún signo de concordia entre nosotros". "Esa niña siempre tuvo una sensibilidad especial que no supimos ver. Nunca lamentaré bastante no haber reparado en ella a tiempo. Le hicimos sufrir inconscientemente y no llegamos a conocerla por completo. El ser humano se pierde constantemente en las apariencias. La niña era guapa, las tres lo eran pero quizá ella destacaba algo más que sus hermanas, era activa, resuelta… El conjunto de sus dones, más que ayudarle, contribuyó a hacerla desdichada. Pensamos que estaba mejor equipada para la vida y no nos necesitaba tanto como sus hermanas. Las cualidades que tenía crearon en nosotros algún tipo de resentimiento respecto a nuestras otras hijas a las que considerábamos más desvalidas. Y teníamos que equilibrar la balanza entre ellas, especialmente entre las dos mayores, de edades muy cercanas y, por tanto, más sensibles a las diferencias entre ellas. No fue acertada nuestra tendencia a achicarla y ningunearla para que su hermana ganara confianza en sí misma y no se sintiera acomplejada. No era tanta la diferencia entre ellas. Teníamos que haber visto entonces que cada persona tiene sus propios encantos (a pesar de las apariencias) y haberlos potenciado todos, pero no lo hicimos así. Relativizamos sus éxitos mientras ponderábamos los de su hermana, silenciábamos sus virtudes físicas y psicológicas para que no fueran tan evidentes e, incluso, un poco en broma y bastante intencionadamente le inventábamos defectos físicos que no tenía: orejas de soplillo, boca como un escusado, piernas como palillo de tambor… A ninguna de nuestras otras hijas se le decían este tipo de cosas, sólo a ella. Todos reíamos con tan ocurrentes apelativos, ella no, ella sufría. Confiamos demasiado en su fortaleza personal y en su físico agradable. Ahora sabemos que, más de una vez, se ocultó en el dormitorio que compartían para que no la viéramos llorar. Estaba convencida de que no la queríamos. En varias ocasiones, la mandamos fuera a pasar temporadas con amigos y familiares. ¿Por qué lo hicimos?. ¿Queríamos alejar su influencia de nuestras otras hijas?. No puedo verlo con claridad. Nunca nos lo planteamos pero quizá esta idea subyacía en nuestro inconsciente. Me duele ahora en el alma aquella niña desdichada. Recuerdo que lloraba con frecuencia y le pusimos también el apelativo de "llorona" que todos repetíamos sin pudor. Incluso llegamos a bromear diciendo que le íbamos a comprar un tarrito de cristal para que fuera guardando todas sus lágrimas, como vimos hacer a Nerón en una película de romanos. Como siempre, todos reíamos con tal ocurrencia menos ella. Así hicimos que llegara a su adolescencia llena de complejos e insegura. ¿Mejoramos con eso la autoestima de nuestras otras hijas?. Absolutamente no. Se criaron sanas, despiertas y con algún complejo, tal y como lo habrían hecho sin necesidad de sacrificar a su hermana. Pero tuvimos nuestro castigo. Se vertió la última gota que colmaba el vaso aquel día, cuando ya eran mayores, en que su hermana mayor, con el carné de conducir recién obtenido, arrancó el coche y, con la primera marcha, empezó a caballearle. Tú te apresuraste a quitar importancia al incidente diciendo: "No te preocupes, a tu hermana le pasa lo mismo". No era verdad, su hermana que, a pesar de ser algo más joven, se había sacado el carné antes, ya conducía con soltura. Te miró a los ojos intensamente con rabia y se bajó del coche. No le dimos importancia.
Cuando volvimos a casa, ella ya no estaba. Faltaba una maleta, su ropa y el contenido de la hucha que durante bastante tiempo había ido llenando. Sobre su almohada una escueta nota que conservé toda la vida: Os dejo. Necesito desarrollar mi vida. Nunca he esperado vuestro apoyo pero no soporto más que me sigáis hundiendo. Sin vosotros seré por fin libre y estimada. Su marcha me costó la salud. Nunca llegué a reponerme. Su ausencia nos dejó un inmenso vacío y el remordimiento de reconocer lo injustamente que la habíamos tratado. ¿Cómo no nos dimos cuenta a tiempo del mal que le estábamos causando? No era un ser tan firme, autosuficiente y maduro que no necesitara el apoyo y estímulo de sus padres. Lo comprendimos entonces. Demasiado tarde. Hasta ese momento, habíamos estado seguros de tenerlo todo controlado y de estar obrando de la mejor forma posible. No supimos de ella hasta varios meses después, cuando ya se encontraba trabajando y había iniciado, en la universidad, estudios de medicina. Nunca más volvió a vivir con nosotros, nuestras relaciones con ella se fueron normalizando, nos visitó muchas veces, pero siempre volvía a la vida independiente que había elegido".
"Qué fugaz ha sido nuestro tiempo y tantas cosas desviaban nuestra atención…". "En este instante todo está presente y meridianamente claro pero no se puede cambiar lo vivido".
Las horas del alba se deslizan, como ellos por toda la casa, haciendo cambiar la intensidad de las penumbras según se retira la noche, de una a otra habitación, las ventanas están abiertas de par en par a la agradable brisa del verano. Pronto los primeros resplandores del sol de madrugada cambiarán el aspecto total en las estancia, pero aún hay tiempo, quedan unas horas de plácido silencio que favorece el continuo fluir de las vivencias.
"Un día me llegó aquel anónimo. Su marido se entiende con otra mujer. Lo leí varias veces cuando logré descifrarlo porque, al principio, me costó mucho trabajo entenderlo, estaba escrito en una caligrafía casi analfabeta. Cuando lo descifré, por alguna razón que no llego a comprender, no podía creerlo". "La razón es que sabías de sobra que yo te quería". "Es posible. No sé. El caso es que no lo comenté con nadie. Lo guardé cuidadosamente y no totalmente exenta de inquietud hasta que tú volviste a casa, habías estado varios días fuera por razones de trabajo. Yo seguía sintiendo que no podía ser cierto (es el misterio de las certezas, uno está convencido de algo sin tener un motivo sólido en qué apoyarse) por eso no esperé furiosa a que volvieras, estaba un poco a la expectativa, dejándome llevar. Cuando llegaste ufano y sonriente, ajeno al chaparrón que te esperaba, sin decir nada te di el papel. Me miraste con una confusión bastante inocente al preguntarme qué era aquello. Léelo, te dije. Empezaste a descifrar con dificultad el mensaje y, al terminar, tu expresión era más divertida que preocupada. ¡Qué idiotez!, dijiste. ¿A quién se le ocurre algo así? Después de darle vueltas a la cabeza, tratamos de imaginar quién lo había escrito. Tú estabas prácticamente seguro de quien era y sospechabas sus razones, sus celos, su frustración. Uno tiene que estar pasándolo muy mal para tomar la decisión de, superando sus grandes dificultades con la escritura y la redacción, hacer un escrito para que otros lo lean. Era un infeliz, estoy seguro, profundamente enamorado de la hija de un vigilante de nuestra empresa, con quien yo, como sabes, tenía una gran amistad, pienso que le dolía vernos hablar y pudo llegar a imaginar que había algo entre nosotros y eso lo destrozaba. El pobre hombre tenía sus razones. En cualquier caso no eran las nuestras y en nada nos llegó a influir. Las nuestras nos siguieron uniendo durante toda la vida, a pesar de las dificultades de todo tipo que fuimos encontrando. Sin apenas darnos cuenta, fuimos llegando al final de aquella existencia".
"Tú te fuiste el primero. Me dejaste sola cuando más te necesitaba, en la etapa de la vida en que uno empieza a sentirse inseguro y diferente. Cuando si oyes comentarios sobre acontecimientos venideros, piensas, yo eso no lo veré. Cuando empiezas a callarte tus opiniones porque observas que, si las expresas, no falta alguien que te diga: claro, es fácil opinar así desde tu situación, jubilada y ya libre de las presiones de la vida. Ya no es muy válido tu punto de vista. Me quedé sin ti cuando ya me empezaba a costar trabajo ajustar mi paso al de los demás. Tú y yo andábamos juntos perfectamente a nuestro propio ritmo. El paso del tiempo nos lo había ido cambiado". "Todo está aquí. Las locuras de juventud, el deporte, los viajes, los proyectos logrados y sin lograr, los disgustos las alegrías…".
Un tenue vientecillo hace ondular los visillos tornasolados suavemente por un rayo de luna y extiende su placidez por toda la casa. "Qué placer era sentir esta brisa rozando nuestros cuerpos. Cómo no lo valoré entonces. Cómo no lo valoré hasta donde debía, eso y la satisfacción de abrir y cerrar las puertas y oler los jazmines que florecen en la entrada y el frescor del agua en la garganta…".Alguien se ha despertado, sale del dormitorio y les roza al pasar. "Y sentir su roce, su calor. Tengo necesidad de hablarle, hacerme notar". "No lo hagas, trastornarías su vida". "Cierto. Antes de marcharme, un día les dije: Si puedo volver desde el otro mundo, lo haré y hablaré con vosotros, os contaré y me sentiréis cerca. No, por favor, mamá. Fue unánime. Te queremos mucho pero no vengas. Viven tranquilos sin saber que ahora estoy aquí, estamos aquí. Si nos manifestáramos, esta casa se haría inhabitable para ellos. Dejémoslos en paz mientras nos deslizamos como la brisa en su entorno, como si sintiéramos su contacto, como si pudiéramos abrigarlos y protegerlos, como si pudiéramos advertirles de lo delicioso que es abrir y cerrar una puerta".