Casilda camina despacio y pensativa por el paseo del murallón de piedra que conduce a la torre del faro, que entre neblinas saluda a modo de parpadeo su verde señal.
Su melena castaña y alborotada cubre su cara humedecida por la brisa del mar. Contempla sugestionada el azulado y deslucido horizonte mientras concede a su mente el placer de evadirse y de alejarse en tiempo y espacio. Alejada hasta el punto de no ver a nadie al caminar. Sus pasos imprimen su peculiar forma de caminar, mientras la arrastran casi por control remoto hacia el ansiado candil. Se siente ligera y el viento parece que le ayuda a elevarse casi físicamente. Si pudiera dejarse llevar, si pudiera volar…
Descansando en uno de los bancos del paseo marítimo, un anciano contempla a Casilda y su andar y se pregunta a dónde diantres va. "¿Quién es esa desgarbada damisela con mirada perdida? ¿Qué fue lo que vio en su figura que atrajo de pronto su vista?".
Los ojos brillantes y azulados del viejo Anselmo se olvidaron de patrullar el cercano océano y vigilar los escasos pescadores que aquel día cualquiera de furioso temporal se habían acercado a atrapar, con suerte, algún congrio o calamar. Se olvidó de todos ellos y se volvió en su misma dirección, tras de ella. Una vez la vio ya no pudo dejar de mirarla.
No tenía nada de particular, fémina en apariencia vulgar, y sin embargo, entre tanto transitar, brillaba igual que sirena del mar.
El aire soplaba sin cesar. El mar mostraba su bravura elevando su oleaje por encima de la escollera mientras la mujer se iba aproximando al solitario faro de la pequeña isla; de los tres faros en el lugar, el "Faro Verde" era el más adentrado en el paisaje abierto y salvaje. El hombre olvidó su destino de centro fijo, y como alma inerte e hipnotizada siguió sus pasos, suficientemente cerca para sentir su aroma que en ese instante eclipsaba el olor de las algas flotando entre la espuma y el agua.
De pronto ella al sentirle a él se detuvo en seco y se volvió de forma repentina y brusca.
Frente a frente, el hombre y la mujer se miraron fijamente.
Un silencio inesperado los dominó por completo y las miradas intercaladas destellaron intensas.
El rompeolas pareció silenciarse y sobrepasando el rugir de la marejada resonaban sus palpitaciones.
Ella se asustó.
-¿Quién eres?
El viejo lobo de mar, acostumbrado a sufrir las embestidas de las aguas danzantes en los días tormentosos, a semejanza de los amores que sacudieron, más de una vez, su acantilado corazón, mantuvo fijos sus avezados ojos, sin siquiera bajar la mirada.
-Soy el encargado por orden del Municipio, de cuidar y mantener en servicio a los faros de nuestra isla, resguardando una acogedora llegada a los laboriosos pescadores. Y tú, triste damita, ¿Dónde te llevan esos pasos que vislumbran ansiedad? No logro reconocerte… ¿Quizás no eres de aquí?
Casilda enmudeció, inspiró aire y miró al suelo. Se sentía bloqueada. Como explicarle si ni siquiera ella se explicaba sus extrañas circunstancias. Era tal la tristeza que se adueñaba de todo su ser…Levantó de nuevo la mirada y miró al hombre que esperaba una respuesta frente a ella. Escrutó sus ojos, tan transparentes…parecía buena gente, tal vez, quién sabe…y si… ¿y si podía confiar en él? Al menos alguien escucharía su historia, la creería loca, seguro.
Pero ella ya no podía callar más; se sentía sola y desorientada. Fuera de lugar, fuera de su hábitat, de su época y de su entorno. Estaba atrapada en una pesadilla. Desde el momento en el que había despertado en aquella habitación, en aquella casa desconocida y rodeada de personas que nunca había visto y sin embargo le hablaban como si la conocieran de siempre.
La casa de Rosario. ¿Quién era Rosario qué decía ser su tía? Incluso la había increpado por no haberla reconocido. "Ya estás otra vez haciéndote la despistada" "¡Cómo te gusta la comedia, en lugar de costurera tenías que ser actriz!...Ayyy…si viviera tu madre, que castigo me dejó contigo, siempre sumergida en tus ensoñaciones"
Casilda había salido corriendo, asustada, se encaminó directa cuesta abajo, en dirección al mar, su mar, y allí estaba él.
A un palmo de ella, sosteniéndole la mirada mientras ella ahogaba sus lágrimas y apretaba sus labios; ese hombre parecía el único ser que en su oscuridad le ofrecía calma, sosiego en su voz y su mirar. Si quería hablarle, explicarle pero…dubitativa miró de nuevo a su alrededor.
El paseo del puerto, era "su" puerto, el mismo por el que había paseado tantas veces, el Faro Verde, tan cerca del mar, su adorado y temido mar, perenne tentación de suicidio en su pensamiento desde la muerte de Francis. Francis…su amigo, su amante y loco poeta, muerto absurdamente. Ella juró morirse con él.
°°°¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? No alcanzo a comprender, no logro recordar en mi memoria como llegué aquí. No reconozco estos barcos, ni a estos pescadores, ni a este buen hombre que tan tiernamente me observa. ¿Qué maldición he sufrido? ¿Qué castigo divino?°°°
Don Anselmo percató la transformación de la joven, mientras duraban los minutos de silencio, creyó verla con vestiduras de épocas pasadas, su cabello inclusive era distinto, de color negro azabache como si estaría iluminado por un sol de verano, su rostro denotaba preocupación…sus ojos buscaban algo, la mirada fija en el cercano mar…
No obstante ansiaba revelar la identidad de aquella extraña mujer, prefiero aguardar, el tiempo no era su problema, decidió otorgar libre albedrío a la visitante…en momentos inclusive arriesgó hasta pensar que aquello era un espejismo, fruto de la tormenta que se avecinaba, entre el cielo y el mar jugaban con sus reflejos, engañando a sus ojos viejos y cansados.
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