Tres timbrazos al otro lado de la línea y Elisa contestó.
―¡Hola feo! Desde luego siempre has tenido el don de la oportunidad…
―¿Te pillo mal? Si quieres te llamo más tarde.
―Hombre, ya que me has cortado el rollo da igual…
―Hermana, hay situaciones en las que no se debe contestar al teléfono― Se escucharon risas a ambos lados del teléfono.
―Bueno, ya que me has fastidiado el tema, ¿qué te cuentas? ¿Alguna novedad?
―Sigo en casa de la abuela, en Menorca.
(Silencio)
―¿Estás aprovechando para tomarte unas vacaciones?― preguntó Elisa.
―Algo así...Niña, no quiero vender la casa― dijo.
―Ya― contestó Elisa ― pero los demás lo tienen muy claro.
―¡Es que me da exactamente igual lo que quieran los demás! ¡Creo que hay cosas que no se pueden decidir por una mayoría simple y punto! Con que uno solo de los siete no estemos de acuerdo no se puede vender. ¡Ya está bien de hacer siempre lo que los estirados de tus hermanos digan!― dijo subiendo la voz.
―También son tus hermanos― contestó ella con una risita forzada en un intento de quitarle hierro al asunto y continuo indagando ―Rodri ¿ha pasado algo estos días que te haya hecho estar tan seguro de tu decisión de repente? Lo pregunto porque cuando nos reunimos todos votaste en contra de la venta, como yo, pero no dijiste nada después de la votación y parecías conforme.
Dudó mucho si contarle a su hermana lo vivido, los secretos descubiertos durante los días pasados pero entonces recordó una frase del abuelo Manuel: «Si no quieres que algo se sepa, no lo cuentes» y finalmente se lo guardó.
―Mira Elisa, ya me he dado cuenta de que cada uno va a lo suyo y es lo normal, no lo critico, pero es en ésta casa donde siempre me sentí más unido a la familia. Creo que es la única que he considerado un hogar. Aquí hemos sido muy felices y ya solo eso me parece motivo más que suficiente para conservarla; ― siguió hablando sin parar ―tus hermanos, incluido yo, estamos siempre quejándonos de que en éstos tiempos es casi imposible tener nada propio, la mitad estáis hipotecados hasta los ochenta años y los demás, como Sara, Óscar y yo, llorando siempre por las esquinas porque los alquileres nos sangran más de la mitad de lo que ganamos. ¿Y ahora, me vas a decir que es una locura que nos quedemos con una casa maravillosa a la que poder escaparse, que sea punto de encuentro, y garantizar también que nuestros sobrinos e hijos hereden algo digno de no rechazar, algo que no sean deudas?― hablaba como una metralleta, casi sin pararse a respirar, sin pausas.
Elisa, que estaba de acuerdo en todo con él, decidió dejarlo desahogarse. No era muy habitual escuchar a su hermano expresarse con tanta determinación sino más bien que intentara evitar cualquier enfrentamiento o situación incómoda. ― Lo dejó continuar hasta que remató el discurso con un insólito: «¡esta vez, no pienso dar mi brazo a torcer!». Tomó aire y aguardó en silencio la reacción de la mayor de sus hermanas.
Tras una breve pausa, Elisa retomó la palabra.
―Vale niño, está claro. Si tú te niegas la casa no se vende. ¿Cómo quieres lanzar la patata caliente? Porque creo que tus hermanos van a mandar para allá al perito más pronto que tarde. Están deseando vender.
―No sé hermana― dijo casi en un suspiro ―Fer y Óscar se van a cabrear. Supongo que reaccionarán mal y es posible que me avasallen con términos jurídicos que no podré rebatir porque no tengo ni la más remota idea del tema.
―Estoy contigo en ésto y te voy a apoyar hasta el final pero te advierto que se va a liar parda. Dejame hacer algunas llamadas a los demás para tantear el terreno y empezar a preparar el campo de batalla.
―Gracias Elisa.
―Por cierto ― siguió ella ―¿Hasta cuando tienes previsto quedarte en Menorca?
―No lo sé, ― contestó ―de momento hasta que se resuelva ésto. ¡Estoy dispuesto a encadenarme a la casa si fuera necesario!― Él también cambió el tono y terminó por reírse.
―Ok, cuando sepa algo te digo cosas. Ve comprando las cadenas por si...
―Te quiero hermanita.
―Y yo a ti peque.
Ambos colgaron el teléfono comprobando antes la duración de la llamada. ― Extrañas costumbres humanas…
A Rodri le quedó una efímera sensación de triunfo tras haberse plantado al fin sin importarle las consecuencias, tras lo cual, decidió concederse unos momentos bajo el estrellado cielo que durante tanto tiempo alumbró a su, cada vez más, amada Norka.
Pasaron un par de días hasta que los chicos volvieron a ponerse en contacto. En ese tiempo reforcé la decisión de mi fiel defensor haciéndole ver esta vez sus propios recuerdos con la familia. Momentos borrados por la edad adulta que en su momento tanto significaron para él y sus hermanos. Así, la ansiedad por la pérdida de la casa dejo paso a la esperanza de saberse haciendo lo correcto y sobre todo lo que deseaba.
La reacción del resto de los hermanos Garau fue la esperada. Se produjeron largas discusiones que empezaron, como siempre ocurre en estos casos, en un tono amable y terminaron a gritos la mayoría de las veces sin llegar a posición intermedia alguna. ¡Una pena escuchar pelear así a los chicos!
Rodri, cada vez mas inquieto con las sucesivas conversaciones, se dedicó a deambular por pasillos y cuartos como si esperase encontrar una solución susurrada desde las propias paredes. Recorría cada rincón, desde las destartaladas y polvorientas solanas de la tercera planta hasta las habitaciones colindantes al patio trasero que daban paso al huerto oculto bajo densos parrales. Se sentó durante horas, como hacia de niño, en las frías escaleras de mármol entre la planta baja y el primer piso; si de pequeño se dedicaba a soñar despierto, esta vez revivío algunos sueños pasados que en los últimos veinte años lo habían acompañado en las noches y que hasta ese mismo momento no se habían dejado recordar. Es curiosa la memoria,― pensó ― puede pasar décadas en silencio para de repente bramar con fuerza la importancia de algo en la vida de uno.
Fue durante uno de estos registros, mientras picaba algo en la despensa de la cocina, cuando se le ocurrió ponerse en contacto él mismo con un perito de la zona. Como vivienda era ya muy antigua y, consciente de que en los últimos tiempos no se me había hecho mejora alguna, puso todas sus esperanzas en que fuese el mismo desgaste y sus costes materiales los que resolvieran el problema e hiciera a sus hermanos replantearse la venta.
De sus pesquisas obtuvo buenas y a la vez muy malas noticias. Efectivamente me encontraba más deteriorada de lo que a simple vista se podía apreciar. Mi tejado, ya apuntalado hace algunos años en algunas zonas, amenazada con sucumbir mas pronto que tarde y la tasación fue muy baja frente a lo que esperaba la familia.
Así, mientras los demás se hacían a la idea del escaso beneficio económico que les podía reportar y se debatían entre hacerme algunas mejoras para incentivar mi valor, Rodri tomó la iniciativa, por motivos bien distintos, y contrató los servicios de un albañil vecino que prometió ajustar al máximo el presupuesto y hacerme un lavado de cara para que no terminará por perderse una casa por la que su anciano abuelo conservaba un vivo cariño.
Las obras comenzaron a mediados del mes de abril y me dispuse a dejarme hacer.
Continuará...