La lengua
Orlando Valle García
La anciana husmeó el aire; lo hacía siempre, a pesar del hedor que lo envolvía todo; cada brizna de hierba, cada guijarro, ropas, fuentes y tejados estaban impregnados de aquella repugnancia. La niebla, mortecina y brumosa, sofocaba el ambiente: era casi tangible. Un resplandor, opaco, proveniente del cielo era la única luz existente. Apoyada sobre su cayado caminó hasta el centro del pueblo, ahora desierto.
Alguien, desde alguna ventana le gritó:
−¡Márchate, bruja!
Esbozando el rictus, fue inclinándose, como una larva negra y, ávida, comenzó a lamer el suelo; así continuó, sembrando la discordia y el horror en el mundo.
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