Choque

Lorena Suárez
Los labios de piedra se buscan, se oyen, se tientan, avanzan lento, se encuentran en el camino.

Yo aguardo.

No siento, no padezco.

Yo preveo el choque, y me dejo llevar.

Los labios de piedra se rozan primero. Yo, que estoy entre ellos, escupo el agua que me rodea, creando olas coronadas de blanca espuma revuelta. El agua que sale de mí está caliente y hierve con grandes burbujas que cantan y bailan, ascendiendo al cielo en torres de humo altas y esbeltas.

Los labios de piedra se abren luego, y muestran una lengua larga y húmeda que me lame con su rojez urente. Recorre todo mi cuerpo y lo pinta de escarlata, negro y ocre. Cuando la lengua se retira, me bulle la sangre. Se acelera mi corazón, salta y rebota hacia el exterior, persiguiendo huir por mi boca. Me lo trago de nuevo, me aseguro de que no se me escape, pero los labios de piedra me rozan una vez más y estrujan mi corazón hasta que me lo sacan de cuajo. El ardor de mi cuerpo me anestesia y no siento ningún dolor.

Los labios de piedra sorben el agua a mi alrededor, se enjuagan la lengua, la vomitan en mi ombligo, transformada en un líquido cálido y protector que albergará la vida.

Los labios de piedra miran al cielo, mastican las nubes, les arrancan torrentes tortuosos de furiosas gotas de agua, que extirpan polvo y mugre, y se abren paso de un lado al otro del suelo que tocan.

Los labios de piedra se dejan llevar por la pasión. Se besan y me rompen. Me amasan, me dan nuevas formas. Soy cheposa, soy plana, soy árida y nuclear. Soy frondosa, soy verde y fluvial. Soy rígida, soy honda, soy picuda y aserrada.

Los labios de piedra descansan después del éxtasis. Me dejan pre­ñada de criaturas extrañas, vida extensa y mutada, y se echan a dormir, olvidándose de mi cuerpo.

Observo mi reflejo en el espejo de los cielos. Ya no soy la misma, ya no me reconozco.

Ya no recuerdo mi nombre. Necesito otro. Quizá alguien, algún día, me lo dé.
Texto libre Trabalibros

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