Estrella

Julio Magdaleno Martínez
Nueva Orleans 12 de Octubre 1970.
Noto como la edad ha hecho presa en mí, ya apenas puedo valerme por mi mismo, Marie Claire, mi hija, ahora tiene que ocuparse de mi, junto además de sus hijos y de tener la casa limpia para su marido Jerome Curtis. Un buen hombre, trabajador honesto y devoto de la palabra del señor. Ser de color en estos tiempos no es tan difícil como cuando yo era joven, pero aún sigue habiendo muchos detractores racistas, pero somos gente fuerte y aguantamos lo que nos echen.
Para colmo yo no les pongo nada fácil las cosas, sólo soy un viejo cascarrabias que no hace más que estorbar y reprocharles, cuando en realidad no puedo estar más orgulloso de ellos, han salido a adelante por su propio esfuerzo, sin pedir nada a nadie, sin deber nada a nadie.
Yo por el contrario, anhelo aquellos tiempos en los que era feliz con un par de dolares en el bolsillo, unos zapatos en los pies y mi armónica acompañando mis largos viajes por el sur.
Mi hija camina de un lado a otro de la casa limpiando mientras que canta una vieja canción de Ray Charles que suena en la radio.

14 de Octubre.

Es el día del señor, y oigo como cantan gospel en la iglesia junto con mis nietos mi hija y mi yerno.
Mientras que cantan las alabanzas al señor y se ponen en pie, a mi me viene al recuerdo el sonido de mi vieja armónica, siento como el Barquero se acerca mi orilla y como el Blues que aún queda en mi interior lucha por salir, pero soy viejo y no me quedan fuerzas para sacarlo de mi corazón y mostrar al mundo que Isaiais "Chispitas" Washingtong aún sigue vivo. Entre la muchedumbre cantando distingo a un hombre joven viste un traje negro con pajarita, lleva gafas de sol, su piel, aparte de ser negra por nuestra raza, está curtida por el astro rey, reconozco a un bluesman en cuanto lo veo. Veo que lleva tatuada en su mejilla izquierda una estrella de cinco puntas.
Siento como las ganas de volver a tocar, a sacar mi Blues, toman mas fuerza cuando veo que del interior de su chaqueta se saca una armónica idéntica a la mía, el hombre se vuelve, está a tres filas delante de nosotros. Miro a mi hija y la veo cantando, a mis nietos alegres, a mi yermo sin la preocupación de pagar la casa y el colegio de los niños. Vuelvo a mirar al hombre, hay algo en él que me resulta familiar, el hombre me sonríe y comienza a tocar su armónica.
Cuando quiero darme cuenta veo que no es el hombre joven quien toca la armónica, si no yo. Los feligreses han callado, sólo se oyen las notas de mi vieja armónica, siempre afinada, siempre dispuesta como una esposa amante, estoy sacando el blues que llevo dentro, mí blues.
Termino de tocar, la gente aplaude mientras que mi hija llora de alegría, no había vuelto a tocar desde que mi esposa falleció hacía quince años, me siento liberado, feliz, ya puede venir la parca a buscarme, he hecho las paces conmigo mismo y con el señor. El hombre del traje ahora está en el púlpito junto al reverendo, sigue sonriendo, con ése aire que me es tan familiar, se quita las gafas y no creo lo que mis ojos de anciano ven. Me veo a mi mismo con treinta años, una extraña luz intensa cubre a ése ser, porque no creo que sea un hombre, tal vez un ángel, un ángel salvador que vino a salvarme de una muerte en vida, me queda poco tiempo, lo sé, pero el tiempo que ahora me queda no pienso pasarlo reprochando y quejándome, la vida ya es muy cruda como para tener a otro viejo amargado. "Chispitas" Washingtong tiene buen blues para alegrar a la gente, por que el blues es una canción triste que hace ver a la gente que cuando naces sin estrella, nada puede ir peor de como va, y que sólo queda un camino que recorrer, y es ir hacia adelante, con la frente bien alta.
Entonces caigo en la cuenta, me arremango la manga derecha de mi traje y miro mi marca de nacimiento, una estrella de cinco puntas, una forma rara, no creen, ¿por qué? ¿Acaso el ser quiere que haga algo por los demás? ¿Acaso quiere que vuelva a sacar mi blues? ¿puede ser éste un plan supremo para que un simple anciano alegre a sus vecinos con un una simple armónica? Si es así el "Chispitas" Sacará a "Gertrudis" y tocará su Blues. Amen. Oigo como el hombre toca la armónica.
Veo como mi joven yo se dirige a la puerta de la iglesia, nadie parece verle, sólo yo, la luz del sol entra por la puerta de doble hoja con una fuerza cegadora, cálida y acogedora como un hogar con la chimenea encendida, oliendo a carne estofada en una fría noche de invierno. Me siento en paz.
12 de Abril de 1997
Sigo sin encontrar trabajo, busco y busco pero ya no soy una mujer según ellos productiva, ¡joder sólo tengo cuarenta años! ¡No pido gran cosa, sólo una oportunidad para demostrar lo que valgo! Meto la mano en mi bolso, allí encuentro la carta del segundo aviso del banco, en la cual dice que en quince días seré desahuciada. Hoy no voy a comer, por que si como yo, no come una de mis hijas. Voy vestida con un traje negro, el pelo recogido en un moño, he tenido otra entrevista de trabajo, es la cuarta en una semana, y el tipo sólo me miraba las tetas, no soy un trozo de carne, soy madre de tres preciosas niñas que vale más muerta que viva. Me dirijo al colegio para recogerlas y llevarlas a casa a comer por que no puedo pagar el comedor del colegio.
Me seco las lágrimas cuando llego a la puerta del colegio.
-¡Mamá!- me llama Ester con la calificación del examen en su mano.
Saco una sonrisa de lo más hondo de mi ser, no tienen que verme hundida.
-He sacado un nueve y medio, María un ocho y Carla un diez- las tres son trillizas idénticas como gotas de agua, una agua cristalina y pura, que mitiga mi sed de felicidad con sólo verlas sonreír. Ellas son rubias con los ojos verdes, como yo.
Llegó la noche, en la radio suena la canción Startman de David Bowie. Mis tres tesoros duermen, mientras que mi estómago gruñe hambriento. Reviso una y otra vez la cuentas y por más que lo hago no consigo hacer magia para que cuadren y no me salgan números en rojo. Debo dinero, debo mucho dinero, al banco, a mis hermanos, y lo que es peor, a mis padres.
Cuando estuve casada con mi ex marido, vivíamos bien, teníamos una gran casa en la Moraleja, dos Bmw de gran gama, y una sirvienta, yo tenía tiempo para dedicarme a mis hijas.
No era feliz con él, teníamos dinero pero no felicidad, cuando se largó con una chica quince años más joven, no me importó. Pero se marchó y me dejó con la casa por pagar, con las letras de los coches, que luego me fueron embargados, y con tres niñas que no tienen culpa de que su padre sea un cabrón. En la mesa junto a los papeles del banco veo una recibo del seguro de vida. La cantidad que cobrarían mis padres bastaría para pagar las deudas, y procurarles un futuro a mis niñas.
Tal vez sólo sirva para eso, tal vez tenga sentido mi vida si me tiro de un puente y me quito de en medio, rompo a llorar en silencio, ellas no deben verme así, ellas tienen un futuro, no como yo.
Alguien llama a la puerta del pequeño apartamento de Alcobendas en el que ahora vivo con mis hijas.
Cuando abro veo a un hombre de pelo largo, con chaqueta de cuero y pinta de rockero, lleva una estrella de cinco puntas tatuada en la mejilla izquierda, a su lado está un anciano de color vestido con un traje negro y pajarita.
-Buenas noches señora- dice el anciano quitándose el sombrero, tiene acento americano, y una voz grave y ronca, me lo imagino cantando jazz o blues.-Me llamo Isaias Washingtong, él es... bueno no quiero molestarla mucho, sólo quería conocerla, sabemos que lleva poco tiempo aquí, y bueno quería decirle que si necesita cualquier cosa sólo tiene que subir al primero A y llamar, siempre tengo un buen café y mucho blues para mis amigos, los cuales me llaman "Chispitas".
El anciano se saca una armónica de la chaqueta, y toca unas cuantas notas. Ése simple gesto me alegró, fue como si llevara mucho tiempo sin respirar y de pronto tomara una gran bocanada de aire.
El hombre del tatuaje no dice nada, sólo me mira, pero no me mira con deseo sexual, me mira como si supiera lo que estaba pensando hacer, y como si supiera que su llegada fue crucial. Sonríe cuando yo hago lo mismo con el amable anciano y les doy las gracias y las buenas noches.
Es sábado por la mañana, desde la visita del anciano y el joven rockero veo las cosas de forma diferente, de eso hacia cuatro días. Mis hijas habían visto varias veces al anciano y tenían ganas de conocerle, así que nos levantamos pronto para hacer un bizcocho e invitar al hombre a merendar ésa tarde.
Subo al primero acompañada por mis hijas, y cuando voy a tocar el timbre del anciano, veo en la casa de al lado por la ventana, a una mujer con un niño en silla de ruedas, sola y triste, tomando una taza de leche sin nada más. Tomo una decisión, me giro y llamo a la puerta de la casa de la mujer.
-Hola soy la vecina nueva, he hecho éste bizcocho para merendar con el señor Washingtong, si quiere puede acompañarnos, o si necesita cualquier cosa vivo en el bajo. La penas con pan son menos penas- le digo a la mujer, la cual mira con avidez el bizcocho, conozco ésa mirada, es la del hambre, la de no comer por dárselo a mis hijas, ésa mujer hacia lo mismo con su hijo, sólo que su hijo estaba en silla de ruedas y las mías podían caminar, supongo que por mal que estés siempre hay alguien que está peor.
La mujer rompe a llorar, dejo el bizcocho en la repisa de la ventana y la abrazo, ella me lo devuelve. Extrañamente me siento plena, siento que ése simple gesto la reconforta, la hace ver que no está sola. Cuando quiero darme cuenta mis hijas han entrado en la casa de la mujer y han sacado al niño fuera y le ayudan a bajar por las escaleras al patio interno del edificio. No sé cuanto tiempo estuve abrazando a la mujer, pero los demás vecinos habían sacado comida, sillas y mesas y las pusieron en el patio. Me sonreían, se acercaban a nosotras y se presentaban, e invitaron a la mujer y a mí a merendar con ellos. El anciano comenzó a tocar su armónica, supe, no sé cómo, que ése hombre estaba ahí por una razón que se escapaba a mi entendimiento. El rockero estaba a su lado, una luz fuerte y prístina le cubría, y como siempre no decía nada, pero con su sonrisa, lo decía todo.
La mujer se acercó y me preguntó el nombre, Yo le respondí:
-Ellas son mi hijas, Carla María y Ester, yo me llamo, Estrella.

No recuerdo exactamente el día que me encontró, pero si el año y el mes, era Diciembre del año dos mil veinte. La humanidad había encontrado respuesta a la pregunta de si estábamos sólos en el universo, no lo estábamos. Los Klendar eran un raza muy avanzada y pacifica, hasta que nos invitaron a llegar a su planeta. Valiéndose de nuestros satélites nos hicieron llegar planos para construir naves para poder llegar a Helion trece. Todo parecía ir bien, hasta que a nuestros políticos se les ocurrió pedir más terreno para más colonias. Los klendar fueron inteligentes, les dijeron que todavía no era tiempo para establecer un asentamiento fijo pero que todo se hablaría.
Los políticos se lo tomaron mal, y aquí es donde entraba yo, bueno yo y otros veinte mil soldados más. Era una pieza de una maquinaria pensada al milímetro. No preguntaba, no dudaba ni ponía en entredicho las órdenes, ellos señalaban y yo me cargaba al bicho que su dedo apuntaba. Ése era mi don, y a la vez mi maldición, matar, era un animal entrenado para la batalla, y los jinetes que iban en mi grupa eran Guerra y Muerte.
En una misión atacamos un asentamiento civil klendar. Ése día, ése día fue cuando todo mi mundo, todo mi ser, cambió.
Entramos a saco, derrochando munición, ellos eran de piel blanquecina, y casi translucida, con cara de terror corrían de un lado a otro, gritando en su lengua, nosotros no los entendíamos, pero seguro que pedían piedad. Las balas volaban, oí un llanto en una habitación. No lo pensé, di una patada a la puerta, apuntado con mi rifle de asalto a una figura encogida en un rincón. Me dispuse a disparar, pero cuando miré bien a ése niño klendar, vi algo que me detuvo, en su mejilla izquierda había una especie de herida, o marca, con forma de estrella de cinco puntas. Instintivamente me llevé la mano al pecho, donde tengo una cicatriz con la misma forma. Casi muero cuando me la hicieron pero logré sacar a todo mi pelotón de una muerte segura, a cambio recibí la medalla al valor, que casualidad ¿ no es así?, una medalla con forma de estrella laureada.
Un compañero entró detrás de mí, era de un rango inferior, le di la orden de no disparar, pero no obedeció, el chico se movió del sitio en el que estaba encogido con una agilidad pasmosa, y el soldado falló. La segunda vez fui más rápido que él y le pegué un tiro en la cabeza al soldado.
Todo mi mundo se vino abajo en ése momento, no sabía por qué lo hice, pero si sabía que ésa pequeña criatura era inocente. Ya no había vuelta atrás los demás me habían visto disparar al otro, había demasiados testigos, sería juzgado en un tribunal militar por deserción. Tenía que salir, huir, y tenía que sacar al pequeño klendar fuera de ahí.
Saqué al pequeño por una ventana, los otros soldados nos disparaban, me alcanzaron en el hombro y en la pierna, me dio igual, seguí corriendo detrás del pequeño que se introdujo en lo profundo del bosque, chico listo, pensé, allí nos sería más fácil hacerles perder nuestra pista.
La noche se nos echó encima en lo profundo del bosque. El chico había hecho un emplasto con unas plantas y me lo puso en las heridas. ¡Yo destruyo su hogar y él me cura las heridas! Una sensación de ahogo y desazón me invadió, el recuerdo de cientos de personas a las que maté por defender su hogar me vino a la mente, como el pensamiento de que esos hombres y esas mujeres tal vez tuvieran hijos, que como aquel klendar serían inocentes.
Recuerdo que a la mañana siguiente, ya no me dolían tanto las heridas, di las gracias al chico, que vestía las túnicas de su gente, él sólo se limitó a sonreír. Oímos gritos de los soldados, cogí al niño con un brazo, los disparos volvieron a volar cerca de nuestras cabezas, lancé un par de granadas de gas para hacerles perder tiempo. Llegamos a un río bastante caudaloso, debíamos cruzar a la otra orilla, o todo estaría perdido. Nos metimos en el agua, la corriente era tan fuerte que nos arrastró. El chico chapoteaba con las pocas fuerzas que pudiera tener, mientras que yo luchaba contra las aguas para intentar llegar a su lado, pero una y otra vez acababa hundido bajo el agua. ¡Vamos William, ése chico morirá sin tu ayuda!. Ése pensamiento me hizo sacar fuerzas de donde no las había, me hizo sentir una fuerza que no había vuelto a sentir desde el día que salvé a mi pelotón.
Una brazada tras otra, me costaba un mundo lanzar el brazo y mantenerme a flote. Llegué hasta el chico y le agarré como si fuera el último bote de un barco hundiéndose. La corriente cada vez tomaba más fuerza, yo vi un árbol inclinado sobre el río. Con uno de mis brazos sujete al chico junto a mi, y estiré el otro para agarrarme al una rama. El agua llevaba mucha fuerza y pude oír el crujido de mi hombro desencajándose, apreté los dientes por no gritar, pero de haber tenido el árbol una madre, me hubiera cagado en ella. Todavía hoy no sé de donde saqué las fuerzas, para mantenerme sujeto al árbol y acercar al chico a una rama. Yo no tenía fuerzas, no podía más, me hundí en el agua. Entonces noté que alguien tiraba de mí con mucha fuerza debían de ser los soldados, dos al menos, no había nada que hacer ya, al muchacho lo matarían, y a mí me juzgarían. Me arrastraron hasta la orilla del río, no tenía fuerzas, abrí un poco los ojos, pero sólo pude ver la figura desdibujada del pequeño, pero seguro que los soldados no estarían muy lejos, "mierda, lo siento muchacho, lo he intentado con todo mi ser, y aun así, no ha servido de nada", pensé, luego me desmayé.
Ésa noche soñé, tuve las peores pesadillas que jamás he tenido. Soñé que era un niño, y estaba en medio de una batalla, salí de la casa en donde estaba refugiado, de pronto un militar le arrancó la cabeza al hombre que debería ser mi padre en el sueño, y luego pasaba a cuchillo al resto de mi familia. Cuando el soldado se giró, me quedé aterrorizado, era yo, pero diferente, tenía los ojos negros por completo, la boca desencajada en un mueca horrible, y la piel roja, y de la boca me caía una baba negra y espesa. En ése momento me despertó una voz femenina, suave y candorosa.
Me desperté sobresaltado, golpeando a la mujer llevando mi mano a donde debía estar mi cuchillo. Pero no lo encontré. En la habitación en la que estaba, vi a un hombre de color, era bastante mayor, había tres niñas humanas, de unos nueve o diez años, eran rubias con ojos verdes, estaban asustadas, y yo era la causa, a su lado estaba el pequeño klendar, no habló, no dijo nada, y en su mirada percibí la fuerza de miles de años vividos, el sabía que mi alma estaba negra, manchada de sangre inocente, no sé cómo, pero lo sabía.
Luego se levantó la mujer del suelo, era la mujer más hermosa que jamás he visto en toda mi vida. Y yo, la había dejado la cara marcada, jamás había pegado una mujer, no sin que ésta antes no hubiera intentado matarme, me quedé bloqueado sin saber que hacer, ella se acercó lentamente y me abrazó, por primera vez en mi vida me sentí frágil como una copa de cristal, pero al mismo tiempo protegido, lloré, lloré como nunca lo había hecho, luego me dijo la mujer que el chico me había llevado hasta allí, comprendí que fue el muchacho quien me sacó del agua, y que no era tan indefenso como parecía.
Pasaron varios meses, mis heridas sanaron, la mujer se llamaba Estrella, sus hijas Carla María y Ester, ellas ayudaban en todo aquello que podían, tenían un gran corazón y una gran ilusión por vivir, por querer y ser queridas, y por eso las quiero tanto. El anciano se hacía llamar Chispitas, y era todo un maestro tocando la armónica, con unas cuantas notas te hacía olvidar los problemas.
Ayudé a los klendar a defenderse de los ataques, con el tiempo ellos me acogieron como uno más, y logramos echar al enemigo de Helion trece, de nuestro hogar.
Supongo que esto es como lo de el estanque y la piedra, eso que dice que si lanzas una piedra en un estanque, ésta crea una onda pequeña que crea una honda más grande, y ésta a su vez crea otra más, y así sucesivamente, hasta que una honda mucho más grande que la primera llega hasta la orilla, o aquello de que una buena acción genera otra buena acción.
Ahora el año dos mil cien, sabemos lo que ocurre, hay una terrible guerra, muchos inocentes van a sufrir, necesitaran de gente que les hagan sentir queridos, necesitaran que les alegren, y que les protejan, mi mujer y las niñas están situadas en sus puestos, el viejo Chispitas a Sacado brillo a "Gertrudis". Él, está a mi lado, ahora tiene la apariencia de un curtido soldado, escudriñó mis recuerdos y copió la imagen del sargento de instrucción que me entrenó en mi juventud, salvo por la estrella tatuada en la mejilla, ninguno le hemos visto las alas, pero todos sabemos lo que es. Ahora vuelvo a tener un fusil en las manos, ante nosotros se alzan las ruinas del Gran Ben, yo me crié en estas calles, han jodido mi barrio. Las ruinosas calles desmoronadas, escombros en todas partes, bombas, disparos, el sonido de la artillería anti aérea, todo me es conocido, todo es igual, salvo en una cosa, ahora lucho por salvar inocentes, por proteger a los débiles, y por encontrar a los que como nosotros están marcados por un destino mas grande que ellos mismos, para cumplir en pos de un bien mayor, no sólo para ellos si no para todos, para enseñarles a explotar sus dones en beneficio de los más necesitados. Él me silva, cuando le miro me hace gestos para que lo siga y comienza a correr por entre las ruinas del viejo Londres, yo le sigo, no hay tiempo que perder.
Los disparos se suceden con rapidez, nos cubrimos en una pared medio derruida, no somos ni de un bando ni de otro, estamos entre dos fuegos cruzados, pero al mismo tiempo nuestro cometido es mas importante que el de ellos, mucho más. Ahora sé por qué fui elegido, digamos que soy un hueso jodidamente duro de roer. Un soldado viene a por nosotros apuntándonos, él le mira, y el soldado, como si estuviera hipnotizado, se da media vuelta y se marcha, otro viene por detrás, yo le disparo en la pierna y le dejo herido, cuando paso por su lado, le dejo unas gasas y agua oxigenada, ya no mato, a no ser que sea realmente necesario. Él me silva de nuevo, señala un edificio que aún se mantiene en pie. Allí están los tres jóvenes que se están sacrificando para proteger a unos desconocidos, para cuidar de aquellos que no pueden cuidarse por si mismos.
Allí tanto un bando como otro lo están dando todo, el fuego cruzado es terrible, hay muchos muertos por parte de ambos bandos, pero tienen la moral por las nubes, y no ceden terreno, sin cuartel, sin rendición, o triunfan o mueren, y nosotros estamos en todo el medio. Tenemos que llegar al edificio, él echa a correr entre el fuego, cubriéndose como puede. Yo le sigo y le cubro las espaldas, va ser un viaje de doscientos metros cojonudo. Pero no me arrepiento.
Las niñas, Estrella, Isaias y yo somos un pelotón perfectamente compenetrado, él es nuestro capitán. Y tenemos una misión que cumplir.
Texto libre Trabalibros

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