Todas las ventanas de cada edificio,
de cada casa de una ciudad entera
se abren al unísono,
y en todas las jóvenes lunas
desciende una emoción húmeda;
cuando, antes de dormir,
el recuerdo maquilla su cara,
y aparece el recuerdo de un olor.
Ese olor tiene tus ojos,
tiene tus cabellos negros,
tus senos perfectos.
Ese perfume vive en eterno,
en cada esquinita,
de cada calle,
donde el Tiempo
no se cansa de esperarnos.
Hasta un sólo pedacito de tu cuerpo,
o un brillo de tu sonrisa,
ya bastarían para encender
todas las hojas de mi fuerte árbol.
Ojala esa espera hambrienta
sea sólo la nota introductiva
de nuestro largo y dulce
espectáculo de llamas.
Y la noche con sus mejillas enrojecidas aparecerá a nuestra cita.
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