La luna, inmensa y blanca, dominaba todo el cielo, que esa noche mostraba, también, todas sus estrellas. La brisa marina, te acariciaba, filtrándose entre las cortinas, besando traviesa mi cuerpo casi desnudo. La maestría del servicio del hotel, lo había dejado todo impecable. No se oía ningún sonido que perturbara esa serena noche. Saboreaba mi Bourbon con deleite. Todo era perfecto para mi cometido. Todo, menos mi carta de adiós. No lograba acabar de escribirla. No hacía más que rectificarla, mentalmente, una y otra vez. Y yo me negaba a abandonar este mundo, con el último pensamiento puesto en una carta firmada con mi nombre, sin tener claro a quién iría dirigida y qué explicar en ella. Era curioso. Mi decisión de suicidarme, había sido tomada meses antes, con total normalidad y serenidad, y una vez aceptada, los preparativos, habían sido, como se suele decir, coser y cantar, pero llegado al último tramo, esta maldita carta de adiós, me estaba dando unos problemas completamente inesperados.
Estaba amaneciendo y mi carta, seguía siendo un folio en blanco. Decidí entonces, que de ninguna manera, iba a abandonar este mundo sin haber logrado la satisfacción completa en mi último objetivo, así que pospuse mi suicidio para la noche siguiente.
Hacía casi un año ya, y mi decisión seguía intacta. Después de aquella noche, había viajado por países, recorrido caminos, conocido a gente buena, y rozado el infinito… y aun así, nunca busqué en ello un cambio de opinión, sino la inspiración para ese folio en blanco que seguía persiguiéndome.
Tanto tendría que escribir en él, tanto debería expresar, que seguía colapsándome. Y si por fin lograba escribir esa carta de adiós, subyacía el problema principal: ¿a quién iría dirigida?
No buscaba la perfección, no buscaba a alguien especial a quien enviársela, y tampoco buscaba nada retorcido ni melodramático. Yo no buscaba ya nada… a esas alturas, tan solo deseaba encontrar esa inspiración que me ayudase a realizar mi último acto.
Cuando caía al vacío, desde el puente que minutos antes transitaba con aire distraído, solo tuve unos segundos para sonreír.
La vida es tan sabia e irónica.
El accidente de diferentes vehículos se produjo en perfecta sincronía. El camión, que con impulso desmedido me golpeó, fue una jugada donde todas las cartas ganadoras me tocaron a mí… y mientras caía, recordé que en mi bolsillo izquierdo llevaba garabateado de W.H. Auden, parte de su "funeral blues".
Detengan los relojes
Desconecten el teléfono
Denle un hueso al perro
Para que no ladre
Callen los pianos y con ese
Tamborileo sordo Saquen el féretro...
Acérquense los dolientes
Que los aviones Sobrevuelen quejumbrosos
Y escriban en el cielo
El mensaje... Él ha muerto.
Y mientras me adentraba en las aguas infectas y oscuras de ese río que acunaba mi inesperado, y por fin, último acto, pensé que esa nota, serviría.
Sí, serviría.