Margaritas

José Brendan Wallace
¡Pobre manojito de flores que un día
silenciosamente cambiamos los dos!
Hoy me quedan sólo las dos margaritas,
las dos margaritas del último adiós.

Así cantaba mi vecino Luis, a quien apodaron "Vargas" por su afán de emular al afamado cantor de tangos de los años 50 y que Luis evocaba en noches estivales, de estrellas brillantes y luna esplendorosa.
Todas las noches Luis deshojaba los pétalos blancos: "Blancos como el alma de quien se las dio; una le responde que lo quiere, la otra que ya lo olvidó".
Hacía dos años que Luis había enviudado y, con infortunio, intentaba reconstruir su vida afectiva, pero nada ni nadie lograba llenar el vacío que un día su Margarita dejó.
Uno de mis hermanos, siendo adolescente, se ocultó entre los ligustros que dividían nuestras casas y, con voz entrecortada, intentó imitar a Luis. Al día siguiente, Luis habló con nuestro padre y sutilmente le recomendó que, si Pedrito quería cantar el tango, debía hacerlo con profundo sentimiento; porque así se canta el tango, con mucho sentimiento. Curiosamente, no le reprochó la broma sino la falta de emoción en la entonación del pícaro jovenzuelo.
Luis era maquinista ferroviario. Recuerdo su silueta inconfundible cuando regresaba de su trabajo, moviéndose lentamente con su maletín. Apenas lo veía, corría a su encuentro, porque sabía que Luis traía "algo" para mí. Y Luis, con toda su parsimonia abría ese maletín, y mágicamente sacaba dulces para "su pequeño vecino". Entonces, tomados de la mano, iniciábamos nuestro camino a casa; yo entraba a la mía y él continuaría lenta y pasiblemente hacia la suya.
Con el paso de los años, la salud de Luis se quebrantó y un día su espíritu se rindió. Dos margaritas se desvanecieron entre sus manos. Era como si ellas supieran que su apasionado admirador ya no les cantaría para mantenerlas inmaculadas.
Esa noche cálida de luna llena y estrellas titilantes, se oyó la voz del trovador cantando con nostalgia su último adiós
"Con una voz misteriosa, que solo entiende
mi noble corazón, latiendo, me habló
y me dijo que un alma llorando su ausencia
arrancó los pétalos de las dos blancas margaritas ".


Texto libre Trabalibros

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