Postales para Débora
Edna Aponte
Débora cruzó el Atlántico después de abandonar su escuela de Arte. Prefería enviar postales nómadas. Ventanas reales de sus tránsitos. Al llegar a Tierra firme, vislumbró un bosque ancestral, y no tuvo más remedio que sentarse a escribir toda clase de derivaciones creativas; recados, cartas en forma, versos, la novela y claro unas postales. Una ventana lo suficientemente grande le daba la luz necesaria y el intersticio y enfoque perfectos.
Escribía de día o de noche; al alba, en el crepúsculo, postales cientos de ellas, ya que sus viajes nunca la abandonaron.
"Sé que el tiempo es una dimensión humana y el sueño transcurre quizá como de una postal a otra. Vivo dentro de sus breves paisajes. Y he vuelto a ver una vez más, la mesa y el día de campo. Detrás del abedul estaba ella, saliendo furtivamente, fantasmalmente, dio algunos paseos frente a mí. Te veo llegar uno y dos veranos, otoños, te he visto siempre. El bosque me ayuda a mirarte, es el refugio que pasa desapercibido en este pequeño cuadro, solamente lo vemos nosotras porque de allí entramos y salimos en cada mirada. Pones la canasta en la mesa y esperas que algo ocurra, que alguien más llegue por ejemplo. Pero solamente estamos tú y yo. Y yo debo volver a mi escritorio, como siempre. Nada te ha detenido todos estos años, sabes que ese es el lugar y esperas. Miras lo que hay, mientras tu rostro gira, la mirada otea, observa. Lo único que de ti recuerda el bosque es tu sombrero ondulado, la silla y la tetera rojas, la mirada nostálgica desde tus pupilas de aceituna.
Antes podías verme con menos dificultad, ahora llegas lánguidamente y tardas en enfocar la atención, aunque presientes y eso basta. Me reconoce como parte de su paisaje pero quien regresa es ella, para quedarse allí para siempre, en su propia imagen (postal)"
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