Miriam. 2
(Continuación).
"Cuando era pequeña no lo entendía, ¿dónde estaba mi padre?, mi madre decía que estaba trabajando fuera, que era pescador y tenía que pasar mucho tiempo fuera de casa. Pero no solo decía eso, también le echaba en cara que no aportara el dinero suficiente. Ella siempre tenía escasez de dinero y eso era malo, lo pagaba con nosotros, sobre todo conmigo. Así fui pensando que la culpa era de mi padre. A veces, sin embargo, parecía que cambiaban las cosas, mi padre venía y todo estaba bien, había dinero y todos podíamos hacer lo que quisiéramos. Más adelante comprendí que además de trabajar en un barco, mi padre «trabajaba» en algo más, algo que a veces nos permitía tener dinero y a veces no. Con el tiempo me fui enterando de todo, en el barco traían otras cosas además de pescado, ya me entiendes, pero bueno, yo no veía el riesgo solo sabía que había épocas buenas y épocas malas. Lo peor era que las malas eran muy malas y duraban mucho y las buenas se acababan en seguida".
La tristeza se manifiesta en su cara, en su mirada. Están sentados los dos frente a frente. Ella no lo mira, solo piensa, recuerda su infancia. Él cree que la comprende, se da cuenta del origen de esta tristeza. Mientras ella habla, él piensa. Vuelve a constatar que lo que un niño ha entendido que pasó en aquellos primeros años, le marcará el futuro. No tiene que ser la realidad, no tienen que ser los hechos como tales sino los afectos que se grabaron. Si ella vivió esa época con miedo a las reacciones de la madre, con ausencia del padre, con falta de afecto, eso será la verdad, inconsciente o no pero ahí estará.
"Nunca estábamos seguros de cuando tendríamos dinero, ¡vaya mierda de vida! Yo veía a mis amigas y las envidiaba, ellas tenían padres de verdad, las recogían en el colegio, iban con ellos, hablaban de lo que les habían comprado de los sitios donde habían ido, a mí me corroía la envidia y la rabia, pero lo disimulaba. A veces hasta me inventaba fantasías de haber estado de viaje con mis padres, de los sitios donde nos habíamos divertido y cosas así. Luego lloraba, a escondidas, pero lloraba".
Calla durante unos segundos y sigue hablando mientras la mirada continúa perdida.
"De todas formas, todavía me cabreaban más mis tías, mis primas y sus amigas. Cuando íbamos a la ciudad, de visita, yo me daba cuenta de que me miraban como con desprecio. Hablaban de esa pobre niña: «no tiene porvenir», «¡qué lástima!», pero en el fondo se alegraban, ellas se sentían superiores, tenían dinero, una posición, y ahora veo que tenían un futuro. ¡Las odio!, los he odiado a todos, a toda la familia, menos a mi abuela. Me hacían sentir una mierda. Después, mi madre me decía que espabilara, que tenía que buscarme las habichuelas, que tenía que ser algo en la vida, como fuera, pero tenía que ser algo, no depender de un hombre, que ella me despreciaría también si yo fracasaba en la vida".
Llora y con desesperación, él sigue callado, únicamente le hace un gesto con las manos, como para indicarle tranquilidad, ella lo mira entre las lágrimas. Por fin él le dice "Tranquila, poco a poco, no te preocupes, te escucho". La ve y piensa que ella no ha triunfado y que no lleva pintas de triunfar. Ahí está, repasando pensamientos y sentimientos. Él está seguro de que su madre no solo no le dio ejemplo sino que sus desprecios, sus peleas, sus castigos y sus amenazas aún le duran y le durarán. Sí, —piensa—, esos mandatos recibidos de los padres son indelebles, y además, ni siquiera tienen que ser dichos como tal, basta con que el niño lo intuya así. Él sabe que ella ahora puede tener la oportunidad de liberarse, pero también piensa que no sabe el trabajo que le queda por hacer. En el fondo solo está pidiendo ayuda como si otro pudiera hacer ese trabajo por ella.
"Y a mi hermana la he odiado, a muerte, sé que está mal decirlo, y en parte me arrepiento, pero tú me has dicho que diga todo lo que se me pase por la cabeza, y eso es de lo que me acordado. Ella con sus problemas de retraso era la que recibía más atención, ella, ¡la pobre!, ¡Ay, sí, pobrecita ella!, como no daba más de sí tenía que ser la preferida, ¿y yo?, pues si había que ayudar en la casa era yo, si había que ir a comprar era yo, si había que limpiar era yo. Y mi hermana, si había que gritar, era ella, si se peleaba con mi madre y le decía puta y vete a la mierda a mi madre, pues se acababa olvidando, y todo para qué, todo ha seguido igual…"
Se ha parado en su charla, lo mira y le pregunta.
"¿Tú crees que mi vida tiene solución?"
"Sí, claro que sí, seguro" —le contesta él. Después le explica que ella puede cambiar su vida, pero tiene que ser ella, no los demás, no esperando que su madre venga ahora a pedirle perdón, no fantaseando con que los demás se arrepientan de los desprecios proferidos hacia ella. "Sí" —le vuelve a asegurar. Ella puede hacer su destino de ahora en adelante.
Los dos se miran a los ojos, ella quiere guardar las palabras de ánimo y consuelo, la seguridad que emana de él, la confianza, la tranquilidad que desprende. Él quiere que le entienda, no le dice que quiere convencerla, pero sí quiere convencerla. De todas formas le asalta un pensamiento. ¡Cuidado! Sí sabe a qué se refiere esa alarma dentro de él. No obstante, le sonríe durante un segundo y le pregunta cómo ve ella su futuro, quiere que lo describa para luego ayudar.
La pregunta no ha ayudado. Ha sido peor. La chica vuelve a llorar. Permanece en silencio unos segundos, se seca las lágrimas con un pañuelo de papel, se suena la nariz, arruga el papel, lo esconde en su mano, respira, y con una profunda tristeza y un punto de desesperación dice.
"Mi futuro, pues mal, lo veo mal, ni siquiera sé si estoy loca, así que cómo lo voy a ver. Para colmo he dejado de estudiar".
Se para y dice:
"No quiero que se cumplan las profecías de mi madre, pero la verdad, no sé qué hacer. Y con mi novio discuto más que antes. Él va a lo suyo, no tiene detalles conmigo, se le olvidan cosas de nuestras fechas, se va con sus amigos, dice que cada uno tiene que tener su vida además de que estemos juntos. Yo estoy de acuerdo, sí, yo lo comprendo, y hasta me parece bien, pero lo que yo digo: algún detalle debería tener. Como me descuide se pone con el móvil a chatear y a enviarse vídeos con los amigos. Y encima me dice que lo agobio".
Él la comprende y también comprende lo que dice el novio, de todas formas piensa que ese chico no la quiere de una forma madura. El amor hay que estimularlo para mantenerlo. Cuando uno de los dos no sabe o no tiene el interés suficiente, empiezan los momentos malos, el otro empieza a ver egoísmo donde quizás no hay más que deseo de libertad. La culpabilidad ante una posible ruptura empieza a asfixiarles. En fin, esta chica no tiene a los demás para que la apoyen. Le explica que mientras ella espere recibir de los demás la fuerza que cree que le falta, le va ir mal.
Ella, en silencio, lo mira. Él intentando transmitir que no puede dejar su vida, su felicidad, su estado de ánimo en manos de los demás, que no puede basarse en la demostración de los otros de cuánto la quieren, entonces, si así lo hiciera, toda ella dependería constantemente de como la traten esos otros.
Ella asiente con la cabeza. Calla y escucha. Él sigue: "Los demás tienen derecho a hacer las cosas como les dé la gana, a veces bien y a veces mal. Sus reacciones, las de ella, dependen de ella y sus fuerzas también. Los otros no tienen obligación de comportarse como a ella le gustaría. Pero hay algo con lo que siempre podrá contar, con la persona más importante del mundo, de hecho es la única persona que siempre estará ahí, ella misma". Le quiere hacer ver que mientras permanezca frustrada por el sufrimiento causado por otros, estará atada a ellos. En cambio si se independiza de esa frustración, si aprende a quererse y estimarse a ella misma, entonces, podrá fabricar su propio futuro, su autoestima subirá, verá la vida con alegría, y podrá sentir una sonrisa en su labios y una mirada agradable hacia el futuro.
Él sigue intentando hacerle ver que lo conseguirá, que recordará estos momentos y se dirá a sí misma lo mal que lo pasó, pero lo dirá así, "que lo pasó mal", refiriéndose al pasado, y sentirá que aquello quedó atrás. "Ciertamente no se trata de alcanzar la felicidad plena, eso no existe, ese no será nuestro objetivo, pero sí el desear vivir la vida en vez verla y sentirla como ahora, con tristeza".
Ella ha ido asintiendo con la cabeza, lo sigue mirando, recibiendo esas vitaminas mentales que tanto necesita. Pero, de pronto, su vista vuelve a nublarse, él se da cuenta de que no le termina de creer.
Efectivamente ella piensa que él parece bueno pero en el fondo ella sabe que su vida está condenada, ¡Es todo tan difícil!
Él le pide que hable del novio.
"Bueno, ya he pasado malas rachas con mi novio, al final nos arreglaremos. De hecho este ha sido el único novio que he tenido de verdad. El que quiero, y él me quiere a mí, eso creo yo. Por eso me da rabia que ahora, en esta época de mi vida me haya dado esta crisis de ansiedad, ahora que he encontrado el amor en la vida…".
Él tiene muchas dudas de que ese sea el amor de su vida, no le dice nada. En una ocasión semejante le dijo a una chica en condiciones parecidas que todo iría bien, y aquella chica se molestó. —¡Me cabrea que me digan eso! ¿Por qué va a ir todo bien? ¿quién lo asegura?, —dijo aquella muchacha. Algo más había ahí que el simple cabreo por un consejo o recomendación. Con el tiempo él aprendió a ver lo que había debajo de este tipo de reacciones.
Miriam ha seguido hablando.
"En realidad estoy cagada de miedo".
"Por qué" —pregunta él.
"Veo que voy a perder la ayuda que tengo con los estudios, y la verdad es que no tengo muchas ganas de seguir estudiando, pero entonces ¿¡Qué!? No quiero acabar de reponedora en un supermercado, o limpiando culos, vamos, quiero decir, no es que sea malo, entiendo que son trabajos como todos, pero eso sería cumplir la profecía de mi madre".
"¿Ser una mierda? ¿Eso te angustia?". Él sabe lo duro de lo que ha dicho. Ha procurado no poner énfasis en las palabras. Espera ver su reacción. Quiere saber si ha tocado un "significante" (señal o marca en su mente que representa al sujeto, señal que condiciona, entre otros, su comportamiento en la vida).
Ella rompe a llorar, baja la cabeza, intenta secarse las lágrimas con el arrugado papel que esconde en su mano, oculta parcialmente su rostro, respira. Por fin, asiente con la cabeza.
"Sí" —dice entrecortadamente.
...Continuará.
Hans.