Me sonríe a través de la pantalla del móvil. "¡Hola, qué tal!", le respondo igual y asiento con la cabeza. Intento transmitirle cercanía pero no demasiada. Quiero que vea comprensión, empatía, pero no amistad, tengo que tener cuidado con esto. Veo su mirada, ella confía en mí, se entrega a mí en sus palabras.
Me he quedado un poco cortado porque hoy lleva puesto una especie de camiseta negra con tirantes muy finos que le llegan a la mitad del pecho. El escote es recto, justo por encima de su busto, en el borde se aprecia un festoneado que recuerda un encaje. Está sentada sobre la cama en postura parecida al yoga. Sus rodillas aparecen y desaparecen de la imagen, debe llevar unos leggings deportivos. Atrae pero sin pasarse, no enseña nada pero deja que la imaginación vuele. Sabe hacerlo.
Me dice que tiene menos ansiedad. "Lo pasé muy mal cuando me dejaron tirada. En verdad no comprendo por qué. Yo hice lo posible", —lo posible para ella, pienso yo. "Aunque estaba cansada cuando salía del trabajo siempre quería quedar con ellos, iba, estaba allí. No sé cómo pero me fueron dando de lado, me di cuenta. ¡Claro que me di cuenta!, a ver, no soy tonta pero no los entiendo. Cuando me vi sola fui a una psicóloga pero fue para nada. No creo en esos métodos conductistas, por lo menos a mí no me sirvió, lo dejé después de unos meses".
Me mira para comprobar que sigo atento a sus palabras.
"Durante un tiempo me acerqué a la religión, mi familia es religiosa y mi novio también, y mi suegra ¡es una beata! La religión tampoco me salvó. Lo que más me preocupa es que no paro de darle vueltas a la frustración de mi soledad". Con sus palabras resuena en mí una cierta alarma, así que le pregunto sobre su relación con la religión. Me explica que ella no se siente comprometida con la "Iglesia", lo dice casi con desgana, no está implicada, acude a algunos actos y reuniones pero poco más. La creo, pero también creo que busca agarrarse a un clavo ardiendo y no se da cuenta de su situación.
Sigue hablando. Una y otra vez vuelve a reflejar en su mirada, en sus labios, la angustia del desconocimiento. Sus ojos me miran de forma escrutadora, noto que está pendiente de mí, de mis palabras. Intento poner cara de interesado pero no de preocupado. Estoy atento, la entiendo pero no apruebo ni desapruebo su discurso.
Su frustración la está acercando al alcohol y por lo que comenta no lo sabe controlar. No debo hablarle de su falta de control, pero espero que lo vaya intuyendo. ¡Pobre y angelical chica! ¿Qué te pasa con el alcohol? —acabo por preguntarle. "No lo sé, no me doy cuenta, al parecer cuando bebo respondo a los demás con demasiada fuerza, no es que me pelee, pero creo que les grito y formo un follón, eso a ellos no les gusta y me dan de lado. A veces creo que lo mejor es estar allí, con ellos, pero no llamar la atención, quedarme en silencio, la verdad es que eso no me cuesta hacerlo, pero al rato me noto muy aburrida y desconecto".
Le pregunto si interviene poco o mucho en las conversaciones y en los debates, me dice que a ella sí le gusta intervenir, y que tiene las ideas muy claras, pero que cuando le parece que no tiene interés lo que están hablando, se aísla, "...es como si dormitara".
"Ya estoy más que harta de estar como a la espera, toda la vida así, desde que tengo uso de razón a la espera de los demás, a la espera de que ocurra algo agradable, no sé. Yo creo que he tenido una mierda de vida". Le pregunto por qué lo dice. "¡Porque sí!, desde pequeña, esperando el cariño de mi madre, el poder jugar con mi padre, pero ¡no!, para ellos ganar dinero era más importante, yo estaba en segundo lugar. Recuerdo estar muchas veces esperando que ellos vinieran a recogerme, que jugaran conmigo, pero mi madre siempre estaba cansada, siempre trabajando fuera de casa y cuando me recogía, ¡estaba agotada! Yo la miraba, y desde muy pequeña cuando ella no me veía, lloraba, a solas en mi habitación cogía un muñeco que tenía, y lloraba. El muñeco era un ratón, vestido con un chaleco amarillo y unos pantalones, a mí me gustaba, lo llevaba a todas partes si me dejaban. Lo perdí".
Le digo que no ha recibido muchas expresiones de afecto. "¿¡Afecto!? ¡No!, no me lo han dado. Mis abuelos sí, pero en parte, solo en parte". Siempre que oigo algo parecido pienso que los abuelos suelen estar ahí, son la descarga de los padres pero, ¡cuán equivocados están los padres! Creen que los abuelos van a compensar la falta de ellos. Cuando el niño o la niña crezca esa falta les va a taladrar por siempre y para siempre. Ella continúa. "Mis padres lo intentaron, cada uno a su modo, ella a veces sí jugaba conmigo pero es como si no estuviera allí, no me sentí contenta de su presencia, era algo frío, la veía pensando en sus cosas, el trabajo, los problemas de mi padre, las cosas de la casa. Yo prefería irme a mi cuarto y coger a mi ratoncito, y sobre todo llorar, sí lloré mucho. Aun no entiendo por qué lloré tanto. En cambio ahora, ¡mira por dónde!, no lloro nunca. Ella nunca ha hablado conmigo, ni de niña ni de mujer, sólo me da órdenes, ‘Haz esto así, no hagas lo otro, ve a por esto', pero, ¡¿qué se cree que soy Yo?!
La miro, le dirijo afecto con la mirada, la veo sufrir. Me da pena. Hoy lleva el pelo lacio, sabe manejarlo, se pone la mitad sobre un hombro y la otra parte detrás, caído sobre la espalda.
Sigue el enfado. "Es que no puedo hablar con ella sin discutir. No hay manera, no nos ponemos de acuerdo en nada, creo que no la soporto, de verdad que no la aguanto. Y casi lo peor es cuando intenta hacerse la besucona y acercarse a mi acariciándome, es que no quiero ni notar sus manos, a veces me da asco. Se lo digo. ¡No ves que estoy comiendo!, ahora no. No hay forma, cuando ella intenta acercarse yo la rechazo y cuando lo hago yo, ella está ocupada o preocupada. Me desespera".
"Y mi padre, ahora ha conseguido mejorar del problema con el alcohol, pero ha habido épocas malas, muy malas, los gritos y las peleas eran continuos, Yo me tapaba los oídos, y pedía a Dios que se separaran cuanto antes, no quería oír aquello. Ahora está mejor, pero el hombre está enfermo, le ha pasado factura, Tengo miedo de que tenga algo malo, las visitas a los médicos y al hospital son demasiado frecuentes. De él recuerdo que intentaba jugar conmigo cuando yo era niña, pero pocas veces. A medida que fui haciéndome mayor, él fue a peor con el alcohol, ya no compartía momentos conmigo. Me sentía horriblemente sola, sin hermanos, sin nadie, con mis abuelos, sin nadie más. Me da pánico acordarme de algunas cosas de mi infancia. Ahora, en esta última época me llevo mejor con él que con ella, me entiende más, me prohíbe menos cosas, puedo hablar con él, pero solo a veces, porque en otras ocasiones está absorto parece que no se da cuenta de que estoy allí o no me dice más que tonterías sin sentido. Es una pena".
Se detiene unos segundos y vuelve a la madre. "Creo que he odiado a mi madre desde pequeña, cuando no paraba de llorar. Me sentía abandonada. Era como un continuo juego de venir y luego irse. Yo no sabía cómo hacer ni qué hacer para que permaneciera conmigo. Si hubiera tenido un cordel hubiera tirado de él para que se acercara a mí, aunque luego la hubiera dejado alejarse, pero al menos ese hilo me permitiría mantener el contacto y la esperanza de que tirando de él, ella se acercara".
Me mira, se calla durante unos segundos. La dejo respirar. "Estoy agotada, no sé para que vivo". Esto me preocupa, soy muy consciente de hasta dónde puede llegar la frustración y es peligrosa. Asiento con la cabeza antes de hablar, quiero transmitirle que la entiendo.
Ahora sigue hablando de los amigos.
"Tengo miedo al rechazo, no me atrevo a hablar con ellos y decirles que quiero ser aceptada porque si me rechazan creo que no lo voy a soportar, así que al final no hago nada, nadie me escucha porque yo no hablo".
Se queda pensativa.
"Así ocurrió lo que ocurrió, cuando tenía 14 años una amiga que se sentía marginada como yo, se acercó a mí, congeniamos con facilidad, nos apoyábamos una a la otra. Ella no solo estaba abandonada y falta de cariño sino que había sido maltratada, le habían pegado por cualquier cosa, la castigaban de pequeña, no la querían, nadie la apoyaba. Es lo que ella me dijo. En su familia la consideraban la torpe. ‘Esta niña es tonta', le decían. Ella no había sido deseada, de hecho, los padres esperaban un niño y en cambio nació ella. Desde que empezó a saberse de segunda clase hizo lo posible por hacer cosas de niño, se manchaba como los niños, jugaba con ellos, se peleaba, hacía travesuras de niño. No le sirvió de nada. Cuando pudo se empezó a escapar de casa, cuando la encontraban le pegaban más. Estuvo en Centros de menores, fumaba, tomaba drogas y hacía lo que le daba la gana. En fin, que con 16 años parece que se metió algo en el redil pero solo para poder vivir. Al final se fue endureciendo, se alejó de todos".
"Ella era la única que me comprendía, Yo me sentía con facilidad para intimar con ella, para hablar de todo. Vivíamos en una residencia para estudiantes, nos unimos mucho y hasta tuvimos algo de sexo, no demasiado intenso pero sí nos acariciábamos, nos besábamos. A veces si estábamos con más gente bastaba que nos miráramos y nos apartábamos de ellos, nos íbamos a su habitación y entre nosotras dos encontrábamos algo de placer. Claro que tuvo consecuencias, me volví más huraña con los demás, repetí curso, me escapaba, en fin, me rebelé. Al año siguiente ella se fue a Madrid, me volví a quedar sola y acabé volviendo con mis padres".
Parece abatida, baja la cabeza pero solo durante un par de segundos, después la levanta con energía como queriendo darse fuerzas a sí misma. Le sonrío y asiento con mi cabeza. Ella sonríe tenuemente, como casi siempre. Le hablo y le intento transmitir tranquilidad, seguridad, confianza en ella misma y en mí. Yo estaré ahí. Dos ideas principales quiero enviarle. Una es que comprendo la dureza de sus sentimientos en la infancia, no importa que otras personas puedan describir situaciones mucho más dolorosas, lo que importa es cómo le ha afectado a ella, qué pasó en su mente tras aquellos hechos, cuánto infortunio ha crecido en su interior a la luz de la interpretación que la niña hizo de su soledad, y las consecuencias ahora y para el futuro. Solo tengo que conseguir no ser un padre para ella ni un amigo ni tampoco una pantalla de cristal. He de ser un baluarte de apoyo, de seguridad, de serenidad, de comprensión. Mis palabras tienen que hacerla pensar y aunque su maduración personal va a ser difícil y dolorosa tiene que sentir que no está sola. Ahora no está sola. Claro que, me pregunto si sabrá que más adelante estará sola y al mismo tiempo acompañada, por ella misma.
Le quiero transmitir también que irá comprendiendo, que acabará por entender mejor lo que ahora no entiende, que aceptará la vida y a ella misma con más tranquilidad y seguridad.
Me oye en silencio, lo piensa, sonríe, pero inmediatamente clava sus ojos en mí y hace una pregunta terrible.
"¿Se me quitará para siempre todo esto?".