Un salto de fe

Flor María Gómez
El olor a muerte se coló por debajo de la puerta, no tuve opción. Mi inocencia y curiosidad mezclada con algo de morbo, me obligaron a cruzar el espacio que había desde la cama donde estaba enredada en incertidumbres y desamores, hasta la puerta del estrecho departamento donde había encontrado refugio esos días. Vestía únicamente una vieja camiseta, transparentosa, llena de agujeros por los que se me escapaban los sueños. Olía a piel sudada, cansada, casi rendida, a miedo y a desesperanza.

Me levanté y llegué a la puerta arrastrando los pies, bostezando e intentando peinarme. Sin dudar la abrí y estirando el cuello asomé la cabeza mirando el ascensor, buscando respuestas a mi mala espina, buscando darle vida a lo que mis oídos habían escuchado. Había sido como un trueno de espejos rotos cayendo... golpes pesados uno tras otro, intensos, mortales... como los tuyos.

Te vi y mi mente no lo entendió, mi vista siguió de largo, recreando nuevamente los sonidos (vidrios rompiéndose, el último golpe, el primero), tal vez mi mente jugaba conmigo... Pero no, seguía sintiéndolo en la piel y comenzaba a distinguir lo que era. Esa sensación, esa desesperanza, esa vibración, era miedo, profundo y paralizante, de esos que se te meten tan adentro que te hacen doler los huesos, como el frío en invierno.

Miré de nuevo al ascensor y de pronto mis ojos se abrieron enormes y se llenaron de pánico; lo entendí, volví la mirada y te vi. Ni en mis peores pesadillas, ni en mis miedos mas profundos te había imaginado así, tumbado boca abajo, quieto, demasiado quieto... Parecía como si a tu alrededor se hubiera detenido el tiempo... partículas de dolor suspendidas en el aire... me costaba respirar.

Di un portazo y los gritos se me atropellaron en la garganta, me agaché con las manos apretándome fuerte la boca, no parpadeaba. Tal vez, tal vez si no digo nada, ¡si!, tal vez si no digo nada, tal vez estoy soñando, tal vez no estas ahí, tal vez si veo de nuevo, no estás más... ¡Pues ahí estabas!, con todo el cuerpo prensado a la tierra, queriendo ser parte de ella, y no había nada que mis suposiciones pudieran hacer para cambiar eso.

Entré, me vestí y antes de correr escaleras abajo gritando por ayuda, me acerqué un poquito a vos para ver si todavía respirabas, para ver si tenias algo que decir, para saber si aún podía abrazarte y preguntarte cómo estabas, quería saber si la vida no se te había escapado aún del cuerpo. Ese cuerpo molido por los golpes, por el frío, la indiferencia y la pena... olías a soledad, a miseria, a rencor..

Porque le encontraste tanto sentido a la vida que decidiste lanzarte del 12vo piso y quitarte así esas ansias locas que tenias de aprender a volar. De ese modo te sacaste de encima los miedos y las dudas, los desamores y las malas juntas.

Así que mientras yo corría aterrada, con la humedad de la muerte pegada en los poros, buscando quien sabe qué, vos, ya eras libre, de vos mismo, de todo, y de todos... al fin.
Texto libre Trabalibros

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