María

Hans
Hoy está más guapa, sus ojos brillan cuando me miran, una tenue sonrisa aparece en su boca. Siempre son tenues sus sonrisas, bueno, no, miento, a veces le veo unos finos labios que se agrandan al dirigirse a mí. ¿Lo hace solo conmigo? ¡Claro que no! Ella es así y ni siquiera lo sabe. Es más, no es el aspecto sexual el que le interesa de mí. Y a mí, qué me interesa, ¿la sensualidad de ella? Quizás, pero tampoco es eso. Me interesa lo que piensa, aunque creo que eso ya lo sé.

Sigue hablando, está enfadada, lo noto. Veo que quiere compartir conmigo su enfado. Se queja, y la queja la dirige al exterior, a los demás, ¡nadie la comprende!, ni siquiera él. Yo a él no lo conozco, solo a través de los relatos de ella, pero sé que me cae mal. Una vez ella me enseñó una foto de los dos. Ninguno me gustó en esa foto, tenían una pose amanerada, muy poco natural. Él, aparentando en lo posible ser un macho alfa, seguro que se lo tiene creído. Es un iluso, lo sé, estoy seguro de que es un pobre desgraciado, creo que en una ocasión se intentó suicidar, aunque sería de "mentirijillas", y ella a su lado, en la foto, impasible, como siempre aparenta ser, falsa también.

La oigo hablarme, aunque sin mucho énfasis. Quizás que no me interesa lo que dice, de todas formas nada tiene arreglo. Yo lo sé. Pero ella se queja, creo que para que yo le diga palabras de consuelo, bueno, ¡está bien!, algo le diré, de todas formas la he llamado para eso. El mundo es injusto, me dice, y no comprende esa injusticia, no termina de comprender por qué a ella le ha tocado con más frecuencia que a otros la parte mala del mundo, lo ha intentado, ha estudiado, ha luchado, ha hecho lo que ha podido, entonces, ¿por qué no obtiene el merecido premio por sus esfuerzos?, no, no lo comprende, y lo que es mucho peor, no se explica por qué no lo comprende. Me sorprendo al constatar una vez más que esto la intranquiliza, pero poco, mucho menos de lo que yo creo que debería intranquilizarla. ¿Qué estará pensando, mientras desgrana sus razonamientos? Yo, sí estoy intranquilo, porque sé que ahí está su secreto, pero no se lo puedo decir, me da miedo, ¿y si no es capaz de soportarlo?, es más, estoy seguro que no sería capaz de soportar lo que sé de ella. Sigue su charla, pide mi apoyo con su mirada, con sus gestos y sus palabras, se lo doy, la acompaño en lo que dice, le doy algo de sentido común a sus argumentos. Pero claro, más bien le doy mi sentido particular, que no el común. A fin de cuentas mi sentido es el más común de los que conozco.

Ahora casi no tiene trabajo, algo consigue de dinero negro, pero muy poca cosa, me da pena, y lo peor es que no creo que le vaya a ir mucho mejor en el futuro, en fin, esto tampoco se lo puedo decir. Para colmo sigue viviendo en casa de los padres, insoportable para ella y casi seguro también para ellos. Se pelean, sí, discuten, no hay empatía en la familia, por emplear sus propias palabras. Yo lo sé, ahí está todo, en esa falta, aunque no en la falta de empatía, es peor, mucho peor, es una falta de saber vivir, y la consecuencia la tengo delante. Ellos nunca supieron prepararla para el mundo, más bien le recortaron su vida. ¡Ciegos!, han estado ciegos y equivocados durante años con esa pobre niña.

Me relata la ultima discusión con el padre, quiere hacerme ver que la razón la llevaba ella y que lógicamente yo la tengo que comprender, pero, ¿quién llevaría razón? Eso no lo sé, tampoco me importa. Cuando hablo la apoyo a ella, es lo que espera y puestos a decantarme por alguien, ¿por quién lo voy a hacer? Espera mi consejo y se lo doy. Cuando acierto con lo que ella quiere oír la veo que asiente con la cabeza, baja la mirada y dice suavemente y con tristeza: "Sí, sí, sí".

Se toca el pelo, repetidamente, es largo, rubio, algo rizado, recogido en una cola, lo ondea como una bandera, creo que no se da cuenta, ¿o sí?, intenta arreglarse la posición de la gomilla de la cola, la pone y la "despone", echa la cabeza hacia atrás, se mueve en la silla, me mira.

Después habla de él. Sí, decididamente no me fio de él, ella no se da cuenta pero estoy seguro que no es amor lo que siente. Ninguno de los dos. ¿cómo hacérselo ver?, ¿tengo que hacerlo? No, no tengo que hacerlo. Incluso habla de casarse, pero no la veo convencida, yo diría que no está convencida de nada, solo sigue viviendo. No se encuentra a sí misma, ni con el novio ni sin él, ni con la familia ni sin ella, ni con trabajo ni sin trabajo. Quizás yo sea uno de los pocos vínculos que le quedan. La miro a los ojos y le hablo, le hablo del futuro, de un futuro mejor para ella, otra vez se toca el pelo, ahora a un lado de los hombros, al rato al otro, lo vuelve a ondear. Me cree, asiente, sonríe, se deja llevar, Pero, ¿a donde? Ni siquiera yo sé donde llevarla, ni siquiera yo me creo a mí mismo.

Sigue. Vuelve a pedir ayuda, y a quejarse de no entender el porqué del "comportamiento" del mundo. A ella le gustaría que las cosas fueran más claras, "más detalladas", me dice. Algo hay de contradicción en sus explicaciones, por un lado quiere más delimitación y acotamiento de las cosas pero sin embargo no se adapta a las nuevas tecnologías, no le gustan, las maneja eso sí, pero la frialdad de los aparatos actuales, le hace perder el contacto personal. "Y yo lo necesito para sentirme bien, ese contacto...". En ocasiones, me relata, se ha quedado como "suspendida en un limbo" cuando ha tenido que salir al paso de un comentario grupal o de una pregunta directa. Se sorprende de ver como los demás improvisan sobre temas existenciales, históricos, bélicos, sociales, y a ella, no le gusta hacer eso, se siente mejor si recaba información.

¡Ah!, la improvisación, me digo en silencio mientras la escucho.

Me sonríe, se siente comprendida. Para mí es suficiente. En el fondo, sé que cuando acabe la conversación me voy a sentir frustrado. Una y otra vez constato la dificultad de su alma para llenar de sentimientos los aconteceres de la vida diaria. Lo intenta, ¡bien lo sabe Dios!, se ve que lo intenta, sufre en silencio por ello, y espera que al menos yo la comprenda. Esa necesidad de seguridad la hace ser tajante, agresiva a veces, y eso tiene consecuencias, los demás la alejan del contacto de su grupo. Pero los demás no se dan cuenta de cuánto sufre, Yo sí me doy cuenta. ¿qué hago, se lo digo?

"Hasta la semana que viene", le digo. "Hasta la semana que viene", me dice. Nos despedimos con un saludo de las manos. Intento sonreírle mientras corto la videollamada.
Texto libre Trabalibros

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