Lávate las manos

Luis Eduardo Riaño Moncada
Agazapado en su letal corona
despiadado intruso detuvo un mundo
saturado de frenesí errabundo,
quien lo ignoró con actitud burlona.

Indiferencia, la expansión abona
al implacable enemigo fecundo
dejando al paso, un globo moribundo
que a sus propias fronteras acordona.

Confinados, abrazo, beso y risas
rendidos a minúsculo tirano
a los mortales les hacía trizas

En noche diáfana, el niño y el anciano
despertaron con cálidas sonrisas
la pompa de jabón, venció al villano.
Texto libre Trabalibros

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