Querido diario

Elías F. Gómez
Miro la galería de fotos de García Márquez en el diario, pero recordando al mismo tiempo cuando cerraba los ojos en el hospital cuando la intervención de la L4 y veía rojo y pensaba que veía mi sangre (pero lo malo fue cuando soñé con el infierno y vi que no era un lugar con demonios y fuego, sino un lugar en el que no hay tiempo y eso es la eternidad) y luego pensé en tus mensajes de amor que no puedo contestar porque mi corazón está entregado y además lo estropearía como siempre hago (no puedes tener nada bonito, me dijo la monja amiga mía cuando rompí el cenicero de semiartesanía comprado en el todo a cien) y en realidad lo que me sostiene hoy día es el recuerdo de las legiones de Varo en el bosque de Teutoburgo (qué enorme disgusto para César Augusto) aniquiladas por una horda de salvajes emboscados que desconocían todas las leyes de la guerra civilizada; y no hubo nada deshonroso en esa derrota aunque fuera catástrofe. También me pregunto qué fue de los elefantes que Aníbal llevó a Italia.
Cuando era joven pensaba que escribía bien (los amigos te dicen que pareces más joven y piensan que te hacen un cumplido). También sabía que ni era ni sería Miguel Hernández ni Cervantes ni Stevenson. Quevedo… Si hubiera sido menos vago. Aunque fuera a título de errata o repetición o mero eco, o mero reflejo.
Escribo como escupo o estornudo u otros procesos similares. Bueno, la verdad es que no escupo nunca. Tal vez hacia adentro, como en el Tantra Yoga… Nadie me verá contando si en un párrafo hay demasiadas eses, como Borges hacía con el "Yo que he sido tantos hombres, no he sido aquel en cuyo amor desfallecía Matilde Urbach". Escribo y ya está. Ya saben el cuento de la rana y el escorpión que quería cruzar el Nilo. Soy un escritor. No sé si bueno o malo, y no importa.
González Ruano, en punto de muerte, le dijo a la enfermera: ¡Hermana, no entiende usted que yo soy escritor como usted es monja!
Pues eso.
Cuando no escribo, pienso en lo que podría o querría escribir, o en lo que he escrito o en lo que he leído. Sigo sabiendo que nunca, nunca encontraré una imagen como las desalentadas amapolas de Hernández. Ni seguramente escribiré a la altura de Amor constante más allá de la muerte.
Decía en una entrevista Millán Salcedo: "No me soporto." Yo no llego a tanto. Digamos que me soporto regular. Juan Goytisolo decía que de joven no tenía cuerpo (y es verdad).
¿Qué es peor, querer y no ser querido, o ser querido y no poder querer? No paro de darle vueltas. Seguramente es mejor lo primero, aunque duele, porque es mejor ser desdichado que sentirse culpable.
El exceso de humildad puede ocultar un exceso de soberbia. Yo creo que un cinco por ciento de lo que he escrito quedará en alguna memoria.
De todos modos o de cualquiera de ellos el recuerdo recurrente es cuando mi padre me llevó al campo y yo tendría dos o tres años y me enseñó una fila de hormigas que entraba o salía (da igual) de un hormiguero y puso un palito en su camino y me enseñó cómo las hormigas lejos de amedrentarse, o desconcertarse, pasaban por encima del palito y seguían exactamente el mismo camino, y creo que de algún modo por eso me he guiado de alguna manera desde entonces, aunque sé que constantemente recreamos nuestra historia y nuestra relación llegó a ser muy diferente (los hijos no siempre salen como uno quiere, aunque ya no importan mucho estas cosas ni casi nada) pero durante un tiempo creí que escribía por algo o para algo cuando en realidad aunque la letra escrita tenga un misterioso poder quizá se escribe únicamente para sí mismo. Bueno, no es del todo cierto; se escribe para sus vecinos o para Dios, decía Sartre. Claro, escribiendo no vas a enamorar ni vas a cambiar el mundo, aunque sí puedes conseguir que te detesten, lo cual despeja el camino; cuánto sufrí de soledad antes de ser un apasionado de la soledad.
Pero esto último, ¿no es mentira también?
Texto libre Trabalibros

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