En el antro

Luis López Sanz
En aquel antro cercano al último puente del río, nos juntábamos cada noche delincuentes, prostitutas y arrepentidos de la vida; dejábamos fuera el rastro de mentira que necesitábamos para soportar el día con un simulacro de dignidad y bebíamos sin vergüenza un mal vino morado y gris. Pero a quienes el día les había ido bien no hacia falta preguntarles, porque esos se sentaban en el extremo de la barra, junto a la salida, y bebían Martíni tras Martini en vaso largo con hielo y limón.

Aunque a mí el que más me gustaba era un tipejo solitario, del que nunca supe el nombre, y al que jamás vi beber otra cosa que no fuese el vino de borracho. Se sentaba siempre en la mesa que estaba junto a la puerta del W.C; el rincón que todos despreciábamos porque el olor a vómito, orines y frustraciones mal digeridas nos hacía recordar sin decirlo que, después de nosotros, solo quedaban las ratas.

Y cuando los asuntos me iban bien y me tocaba a mí la noche de Martini en vaso largo con limón y me creía que yo, aquella noche, era el amo del tugurio -con la espalda pegada al cristal helado por la humedad de afuera-, observaba al tiparraco desde la punta de la barra, viendo su imagen duplicada difícil de centrar en mi ebriedad, y entonces no sabía si él era yo o yo era él.
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