Bajo el vestido rojo de brocado
dos redondas palomas enfadadas
no se miran, de nácar, rematadas
por dos cerezas de color morado.
Magníficas, las piernas perezosas
invitan al amor violento y plácido,
a quemarse en el fuego dulce y ácido
en que se justifican tantas cosas.
El cabello, negrísimo, dejado
a su albedrío, acaricia las lomas
de los hombros de línea delicada.
Pero no te esclavizan a su lado
sus muslos, su cabello o sus palomas,
sino la languidez de su mirada.
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