Luchadora
Luis Ángel Fernández de Betoño
Ya sé que no es el lugar más romántico del mundo, ni tan siquiera es bonito. Además, era una noche de marzo sin estrellas, sin lluvia, sin nada más que las luces de Madrid. Pero fue allí, en la T4, frente al control de pasajeros.
Allí estaba ella, aguantándose las lágrimas, sola, en un país extranjero, contemplando como su hermana atravesaba el arco de seguridad.
Sujetaba un bolso enorme que yo sabía que era su única posesión. La crisis había barrido su negocio, años de esfuerzo, ilusiones, planes… Pero no a ella, se mantenía firme, insultantemente segura, desafiante. En aquel momento la admiré como jamás lo había hecho con nadie, me sentí pequeño, ridículo por mis miedos y preocupaciones. Sí, fue allí cuando decidí que deseaba pasar el resto de mi vida con ella, consciente de que, en realidad, no me merecía una mujer así y comprendí la suerte que tenía de haberla conocido.
Yo mantenía un discreto segundo plano cuando volvió a reparar en mí. Entonces, forzando una sonrisa, me dijo:
—Ya todo va a volver a estar bien, no te preocupes.
Su mundo se desmoronaba y, a pesar de todo, trataba de calmarme. Así que me adelanté y la abracé con todas mis fuerzas, porque… ¿Qué otra cosa podía hacer sino amarla?
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