Eternos gritos de un minuto de silencio

Luis Eduardo Riaño Moncada
Angustiosa sensibilidad exteriorizó, Edward George Honey, soldado y luego periodista australiano, que hiciera parte de las filas del ejército británico durante la Primera Guerra Mundial, al observar lo que sucedió en las calles de Londres, el 11 de noviembre de 1918, tras la firma del armisticio protocolizado mediante el tratado de Versalles (entro en vigencia el día 11 del mes 11 a las 11:00 A.M.) que pusiera punto final a la confrontación bélica de 4 años y cobro más de 10 millones de vidas.
Honey, no compartió, que la multitud celebrara el fin de la guerra bailando y cantando, quizás olvidando las víctimas y dejando de lado los damnificados del combate. Consideró, el veterano soldado, más significativo guardar cinco minutos de silencio el día 11 de del mes 11 a las 11:00 A.M. del año 1919, al conmemorar el primer año del fin de tan horrendo pasaje en la historia de la humanidad. Es así, como lo propuso en misiva fechada el 08 de mayo de 1919, bajo el seudónimo de "WARREN FOSTER", al diario London Evening News, conocida y aprobada posteriormente por el Rey George V, de Inglaterra, quien institucionalizo dos minutos de silencio.

Un emotivo aparte de la carta, «Solo cinco pequeños minutos. Cinco silenciosos minutos de recuerdo nacional. Una intercesión muy sagrada. Comunión con los gloriosos muertos que nos ganaron la paz; y desde esta comunión, nueva fuerza, esperanza y fe en el mañana. También ceremonias religiosas, si lo desean, pero en la calle, en casa o en el teatro; en cualquier lugar donde los ingleses y sus mujeres puedan. Seguro que en estos cinco minutos de agridulce silencio habrá suficiente homenaje».
Próxima a cumplir un siglo de existencia, cada vez que, a una ceremonia, ya sea deportiva, cultural o de cualquiera otra índole se le resta un minuto para guardar silencio "in memoriam", se evoca, quizás ignorando que este ritual proviene de la difusa misiva del soldado Honey.
Macabros silbidos del incesante tableteo de racimos de metralla, atronadoras explosiones, ensordecedoras balas de cañones y morteros, sirvieron de fondo a las agonizantes exhalaciones de millones de víctimas. Gritos y lamentos parecieran regresar, se sienten flotar pesada y acusadoramente en el entorno como queriendo encontrar a sus desaparecidos emisores.
Es tan estridente el corto silencio de eternos 60 lerdos y perezosos segundos, que algunos presurosos se anticipan a su terminación. La modernidad y el ritmo de vida actual no parecen querer compartir estos mínimos espacios para detener las actividades y menos para auto escudriñar en un minuto, los más recónditos sentimientos humanos acumulados durante años de horror y luto.
Colombia, no es ajena al retumbar de los gritos del silencio. Son casi 60 años, de confrontación armada interna, o guerra civil, el nombre no ayuda a minimizar los estragos que aún se resisten a desaparecer. La polarización que afronta luego de la firma de acuerdos de paz entre el estado colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia "FARC" (hoy partido político),a la par de la implementación de la Jurisdicción Especial para La Paz "JEP" Concebida para impartir justicia a los actores del conflicto, llámense víctimas o victimarios, satanizada por muchos, y defendida a ultranza por más de 4.6 millones de almas que en un plebiscito dijeron Sí, a la paz en busca de la huidiza reconciliación nacional.
Seis décadas de terror y muerte, explosiones originadas en el perverso e increíble ingenio depredador, collares, motos y cilindros bomba, se patentaron como legitimas herramientas de la lucha insurgente, y organizaciones paramilitares. Los motores de carnívoras motosierras prolongaron de manera infame los desgarradores gritos de dolor previos a provocar a cuenta gotas la muerte de miles de víctimas; cocodrilos y fieras salvajes traídas de África, complementaron su dieta con las carnitas y los huesitos de delatores o traidores de los carteles de la droga, fosos de potentes ácidos corrosivos diluyeron los cuerpos de otros infortunados que terminaron vertidos a los caudales de los ríos, testigos mudos de la barbarie.
No solo la confrontación contribuye al sacrificio de vidas humanas. La delincuencia común también aporta su fatídica porción. En una céntrica avenida de la ciudad de Bogotá, al cruzar un puente, Carlos, un joven practicante del ciclismo y del reguetón, de escasos 20 años, se disponía a regresar a su casa luego de terminar un día normal de trabajo. En ese sitio es asesinado de una certera puñalada que destrozo no solo su corazón, si no todos los de su familia y amigos, tras resistirse a entregar su preciada bicicleta.
Tres días después, en desarrollo de las honras fúnebres se congregan familiares, amigos y hasta "Nairoman" su mascota canina, llamada así por la admiración que Carlos profesaba al astro del ciclismo colombiano, Nairo Quintana, y al que no pudo llegar a emular.
Misa y homilía en la iglesia del Barrio. Luego, en el cementerio al sur de la ciudad, despedida con interpretación de reguetón. Sin embargo, antes de que su féretro sea depositado en la bóveda, se trae a escena la secular tradición heredada del soldado Honey, el minuto de silencio por el eterno descanso de Carlos. Es en ese emotivo momento en el que afloran lagrimas, gemidos y suspiros por el ser que ya no hace parte de este mundo terrenal.
Sus amigos reguetoneros, ahora con semblante descompuesto, se despojan de sus cachuchas, las rimas se cambian por silenciosas lágrimas, la desconsolada madre, no despega los ojos del ataúd, la novia inconsolable a punto de desfallecer se apoya en el hermano de Carlos, sin musitar palabra. El padre, sostiene en su mano izquierda una correa que sujeta a "Nairoman", en tanto que con la derecha toma fuertemente a su esposa, quien se aferra a una rosa blanca que ha enjuagado con acidas lágrimas de intenso dolor y tristeza; ambos padres besan sus pétalos , el que seguramente desde lo más profundo de sus corazones hacen extensivo a su hijo, a sabiendas que será el último que le prodigaran; finalmente la dejan caer suavemente como sin querer lastimar a Carlos, ya era suficiente con la herida que había recibido en su corazón.
Solo "Nairoman", fiel amigo, sin licencia alguna se atrevió a romper el protocolario silencio al lanzar al cielo largos y profundos aullidos que se hicieron sentir en todo el camposanto erizando al más recio de los presentes. Dice la sabiduría popular y la ciencia lo corrobora, que los caninos perciben unos sonidos que para los seres humanos son prácticamente inaudibles. ¿será que escucho los últimos susurros de su amo y lo estaba buscando en el infinito?
P.D. Estimado lector, si llego a estas líneas, muy seguramente tiene mucho en común con la angustia y sensibilidad del soldado Honey, la invitación para el próximo 11 del 11 de 2019, a las 11:00 A.M. donde se encuentre, haga un alto de 60 segundos en pro de la paz y la reconciliación en Colombia.
Texto libre Trabalibros

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