Los EEUU hoy: arrestos y detenciones arbitrarios

Peggy Kankonde
Me encuentro en un furgón policial en el que me trasladan desde Alamogordo (Nuevo México) a El Paso (Texas), ciudad fronteriza en la que vivo. Ciento veinte kilómetros de distancia. La noche es oscura. No puedo creer que soy yo, que estoy aquí, prisionera en este vehículo policial atravesando el desierto de Chihuahua,
en plena noche, en pleno invierno. Estoy helada, mi falda de volantes y mi suéter de algodón no abrigan gran cosa una vez que el sol se ha metido. ¡Eh! ¿Qué ocurre? Intento echar un vistazo a través de la reja para ver la carretera. La furgoneta roza la banda central de la autopista cincuenta y cuatro. Tiemblo tanto de miedo como de frío. Mi voz se ahoga en un chillido lamentable cuando intento gritar:
"¡Cuidado chicos! ¡Mirad la carretera! ¡Quiero llegar viva!"
Pero el ruido dentro de esta caja de chapa y de rejas es ensordecedor. Todavía estoy recuperando del incidente de mi detención, ni siquiera puedo hablar. De todos modos, mi voz nunca llegaría hasta el somnoliento conductor a través del grueso cristal antibalas, Kevlar probablemente. ¡Oh! Ahora, el coche rueda sobre la banda rugosa lateral de la derecha. Después de lo que me parece una eternidad, veo al conductor levantar cabeza, erguir la espalda y recuperar el control del vehículo. ¡Maldita sea! ¿Por qué no encienden la radio para mantenerse despiertos? Cuando miro a través de los agujeros de dos centímetros cuadrados de esta exhasperante reja, puedo ver los leds verdes de la radio, lo cual indica que está encendida, pero parece que el volumen esta a cero. ¿Y por qué no hablan entre ellos? Yo creía que los compañeros de trabajo tenían siempre un montón de cosas que contarse. ¿No? Como Starsky y Hutch.
Texto libre Trabalibros

PUBLICA Envía tus textos libres aquí
subir