Conciencia

Rubén Darío Ramírez Arroyave
La cuestión era si dirigirse al centro de salud mental o esperar a que el efecto de las yerbas que le recetó la anciana de la calle Almujar hicieran efecto.

Las bebía con el riguroso y estricto cumplimiento consintiendo en que lograran sacarla de aquella depresión que le dejó la ausencia de la nena que había concebido antes de graduarse de enfermera de la CorpoMedica S.A.
Siempre la recordaba sobre todo a la hora de las tres cuando junto a ella jugueteaba en el patio de la casa antes de que realizara sus deberes escolares.

La mirada cuando contemplaba la foto de la graduación de preescolar se perdía en sempiternos recuerdos. Las lágrimas se apoderaban de ella y los gestos de angustia la poseían y la obligaban a fumar y a beber licor hasta quedarse rendida en la más cruda de las embriagueces.

Entonces las voces internas…la voz de él, como todas las veces la instaban a lastimar su cuerpo. Lo insinuaba con denodado acento de príncipe feliz. La llamaba bella mujer, la mimaba y consentía como si fuera una porcelana de cuyo cuidado dependiera una exhibición artística. Experimentaba ella sus brazos fuertes y su mirada de fuego. Se agazapaba en sí en posición fetal y dejaba que él la dominara y le advirtiera cuál era hoy el rumbo del ritual.

La llevaba a quemar parte de su cabello con las lumbres con las cuales antes encendía el fuego para preparar los brebajes que bebía para curar su antiguo mal.

Se rasguñaba los brazos y él la instaba a dejar verter la sangre sin emitir ningún sonido.

Mordía su labios y bebía esa sangre recién emergida de su íntimo ser, por donde corría según él veneno de ese amor que cultivaron desde niños y que la circunstancia de su locura lo había alejado para siempre de su lado. Él seguía instando su conciencia como si fuera una marioneta que él manipulara con toda la maestría posible.
Eran las seis de la tarde y con vendajes cubría los rudos golpes propinados hoy en el ritual de amor que él le instruyera y advirtiera como siempre.

Mientras calentaba en el fuego el agua para las infusiones nocturnas recordó el día en que llevaba a su nena al itinerario de los domingos en el parque. Recordó la voz que le decía arrójala al paso del camión de basura. Conmemoró, cómo soltó el coche que se perdía a toda velocidad en la ladera y recordó también cuando de frente al bus, la nena era arrollada…luego recordó sus gritos y sus argumentos claros ante los fiscales del caso ante los cuales siempre dijo que un hombre la había atacado, le había arrebatado a su hija y había escapado con ella.
Su historia fue creíble y hasta la fecha la justicia sigue buscando al criminal de este acto que denotaron de vil y miserable.

Bebió esta noche las yerbas negras. Se vio trasparentada de una extraña sensación de culpa. Su silla de ruedas rodaba por la sala precipitadamente. Se sentía tan culpable de vivir. Sentía que cada minuto de su torpe vida era una carga que ni ella estaba dispuesta a soportar. Abrió la puerta de la casa, salió al patio. Dirigió la mirada a la terraza. Suplicó a un hombre que cruzaba por el sitio que le ayudase a subir hasta la azotea, pues deseaba contemplar la noche y alojarse en los brazos de los dioses que le querían trasmutar en esta lobreguez su soledad por unos recuerdos más profundos.

El hombre arrastró la silla con delicadeza, con el fin de no lastimarla, de cuidar su salud puesto que se le veía como una mujer abandonada, sobre todo enferma. En las escaleras cargó con ella con fuerza brutal, dejando ver que era un afortunado hombre que le cumplía a la vida con un trabajo donde dejaba ver su capacidad varonil.

Cuando estuvo en la azotea de la casa la mujer sacó un arma de su cartera negra. Disparó al hombre el cual se desplomó por el piso. Ella se levantó y deambuló por el lugar, asombrada descubría para sí misma que su invalidez también era producto de la psicosis en la que persistía desde tantos años atrás.

En la mente ahora el hombre empezaba a hablar como todas las noches. Iniciaba el ritual pero hoy ella se atrevió a hablarle por primera vez: basta, ya no quiero que sigas manejando mi vida. Hace años que te arranqué de mí como esta noche lo hiciere con este miserable cuya única culpa fue ayudarme a subir hasta lo más alto de esta casa.

No te fuiste porque te quedaste en mí, y tu recuerdo me enloquece y me limita…me incita y me lastima. Trató de decirle algo, pero ella puso su arma en la cabeza y decididamente disparó. Ella abrió los ojos, enormes miraron el hombre que yacía en el piso. Se desplomó, ahogando con ello todos sus recuerdos, asesinando esa conciencia que le hiciera desde tanto tiempo una mujer infeliz que no tenía voluntad pues la perdió el día en que la traición desembocó la más tremenda de las locuras.

En la prensa a la mañana siguiente publican: mueren amantes en la terraza de la casa de la esquina tal, en el supuesto caso se investiga si el hombre pudiera tratarse del asesino del antiguo contrayente de la mujer.
Texto libre Trabalibros

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